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DIOS EN LA «OPOSICIÓN»

Juan Pasquau Guerrero

en Revista «Así». Nº 4. 4 de agosto de 1968. Primero conocer...

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En nuestro mundo no faltan, no han faltado nunca, las objeciones contra Dios. ¿Por qué hay pobres?, dicen los objetantes. ¿Por qué exis­te el dolor? ¿Por qué enfermamos? ¿Por qué morimos? Misterio. Pero ya está: Vamos a darles por un ins­tante la razón. Vamos a decirles: Dios no existe, Dios ha muerto... ¿Qué va ha pasar ahora? Hagamos nuestra ciudad terrenal. ¡Qué bien se está aquí! Edifiquemos una tien­da para ti, ¡oh Nietzsche!, y otra para Sartre, y otra para...

¿Qué sucede sin embargo; qué sucede? Dios no está, pero sigue habiendo pobres, enfermos y mori­bundos, continúa habiendo guerras, terremotos y pestes. Ahora es la sombra de Dios quien objeta, quien pregunta al hombre. De pronto, el eco de su voz se levanta y exclama: ¿Por qué hay pobres? ¿Por qué exis­te el dolor? ¿Por qué enfermáis? ¿Por qué morís?

Querer explicar el mundo con Dios puede resultar un misterio. Querer explicar sin Dios al mundo es un absurdo. He aquí al hombre instalado dentro de su humanismo como un caracol en su concha. ¿Es posible? De momento se cree libre. Tiene libertad nada menos. Hasta que se da cuenta de que tiene li­bertad nada más. Se propone sa­berlo todo. Hasta que se entera que no sabe nada. Busca, busca, busca. Hasta que se informa de que se encuentra perdido. Inquiere el porqué de todas las cosas, hasta que tropieza con el porqué de sí mis­mo. Afirma los fueros de su inte­ligencia, de su carne, de sus pla­ceres. Hasta que un día una gotita de sangre parada en una vena da al traste con su talento. Alcanza un alto nivel de vida. Hasta que un atardecer desciende al nivel de la tierra, para siempre carne destina­da a los gusanos, en un cementerio. Esta es la réplica que Dios le hace:

—"El que cree en mí, aunque hubiera muerto vivirá. Sin mí el dolor es superfluo, no sirve. Con­migo el dolor rinde para la eterni­dad. Sin mí tu inteligencia es un fuego fatuo, es la luciérnaga de un instante. Conmigo tu espíritu es una antorcha que no se apaga. Pue­des dudar de mi existencia. Pero si yo no soy, ¿dónde está tu ser? Si no te apoyas en mi muro, en mi costado, ¿en que costado reclina­rás tu soledad? Si yo no estoy en tu base, ¿cuál es tu fundamento? Y si yo no soy tu Padre, ¿de dón­de llamas hermanos a tus herma­nos? Y si yo no hablé, ¿en qué te basas para llamar bien al bien y mal al mal? Y, ¿cómo parlas de verdades si no hay una Verdad? Y si yo he muerto, ¿acaso vida y muerte son cosas diferentes?

Veinte siglos lleva el mundo ob­jetando al Cristo. Ya está el hom­bre en el podio, ya ha alcanzado el poder. Pero ahora comienza la "re­vancha" de Dios. Ahora Dios es­tá en la "oposición". Va a ser te­rrible...