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MÁS ALLÁ DE NUESTRA BARAJA

Juan Pasquau Guerrero

en Revista «Así». Nº 6. 1 de septiembre de 1968. Primero conocer...

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Algunos teólogos venían propugnando, desde hace algún tiempo, el uso más o menos limitado de los anticonceptivos. Decir que tales teólogos eran o son unos insensatos es, me parece, pueril. Tenían sus razones para el sustento de esta opinión. Tenían razones La explo­sión demográfica, el malestar económico de innumerables familias, etc., pero ha resultado que, como otras tantas veces, la Verdad esconde su carta única que no coincide siempre con los naipes de nues­tra baraja. Carta dolorosa, ajena en bastantes ocasiones, a nuestros gustos, a nuestros intereses próximos. Ajena, inclusive, a esa vista panorámica del mundo y de sus apariencias de que tanto nos ufana­mos ahora. Porque ahora, con los últimos adelantos técnicos, casi nos creemos los hombres infalibles. Y, así nos resulta incómodo que haya otra más alta y segura infalibilidad...

Ya, pues, una vez que el Papa ha hablado, no cabe a un cristiano católico cubiletear con sus razones que, "ipso facto", han dejado de ser legítimas, en tanto en cuanto se opongan al dictamen que la Encíclica del Papa sobre la natalidad supone. Lo que cumple —dentro del campo de la generosidad cristiana en que, sin duda, se han movido hasta ahora también los teólogos defensores de los anti­conceptivos— es trabajar en la búsqueda de otros remedios para los males que la pobreza y la superpoblación creciente implican. Remedios que, desde luego, tiene que haberlos. Y más eficaces que la "píldora". Remedios que no se producirán en un laboratorio de productos químicos (que eso es demasiado cómodo); pero que puede descubrirlos nues­tro tiempo, tan pagado de milagros técnicos, si todos los hombres de buena voluntad son capaces, además, de "fabricar" amor en lo recón­dito de sus corazones. Sí, efectivamente. Cuando el "amor" sea algo más que una palabra y la "fe" algo más que un deseo, es seguro que la mesa se agrandará por mucho que aumenten los comensales. Pero esto requerirá un trabajo duro, y un sacrificio para todos. Y un estudio perseverante. En fin, esto demanda mucho espíritu cristiano. Lo otro, la píldora, no requería más que buenas tragaderas.

Pero hay otra vertiente del problema. La mayoría de la gente, defraudada por la Encíclica "Humanae Vitae" que conozco, no pertenece al "tercer mundo" ni piensa, a la vista del dictamen del Papa en los problemas de la Humanidad. No piensa en los problemas sino en su problema individual. Y esto no es el caso de los teólogos, sino más bien el caso de los egoístas. ¿Verdad que aquí un moralista podría arremeter de lo lindo? La ola de pansexualismo que ahora anega al mundo —hojee Vd. su periódico, vaya al cine, encienda su televisión si quiere recordarlo— empieza a hacer que nos resulte raro, rarísimo, cualquier programa de vida que quiera inculcársenos por encima de nuestros propósitos de "dinero y amor", entendido más bien el amor en su ceñido aspecto de placer. Entonces, ¿cómo puede un Papa? Sí, amigo mío, el Papa puede desvincularse de esta mezquindad nuestra, de este pequeño tejer y destejer nuestro en búsqueda insaciable de la dulce vida, de la buena vida. El Papa está ahí para adoctrinarnos acer­ca de los supremos valores cristianos de la austeridad, de la renuncia, de la generosidad y del sacrificio. ¡No me venga Vd. con el tópico modernísimo de que eso son virtudes negativas?. Por lo menos, ensé­ñeme Vd. antes —si lo cree así— el saldo de sus virtudes positivas, ¿quiere? El Papa está ahí para recordarnos que en el mundo hay verdades parciales innumerables, pero que es imposible, sólo a costa de ellas, reconstruir el esquema del rompecabezas. El error de hoy es querer hacer una verdad total sirviéndose de las razones rotas o in­completas de un Freud, de un Malthus, de un Nietzsche o de un Sastre. Muchos hombres encuentran comodísima hoy una filosofía a la me­dida tomando de cada filósofo lo que les conviene. Y hay que recordar al cristiano que sin Cristo el rompecabezas no sale, por mucho Freud que echemos al potaje. Y por mucha sociología que echemos al com­binado. Sobre todo, amigos, no hay solución mientras el egoísmo constituya el ingrediente principal. Porque Él lo dijo: "Quien quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo..." etc.