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LOS ANCIANOS

Juan Pasquau Guerrero

en Revista «Así». 6 de junio de 1971. Primero conocer...

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El arzobispo de Barcelona ha dedicado una pastoral al tema de los ancianos. Porque los viejos son tema, constituyen un auténtico tema —ge­neralmente, mal aprendido— de la Caridad. La Caridad es el nombre cristiano del Amor (ahora parece que es un nombre en desuso; gusta más la palabra "solidaridad", uno no sabe porqué... o demasiado sabe por qué). Bien; el problema de los ancianos —expone el arzobispo de Barcelona— alarma: es índice de una aguda falta de sensibilidad. Los ancianos constituyen "una muchedumbre de pobres en el más estricto sentido de la palabra". Las nuevas concepciones urbanísticas se proyectan con vistas al futuro, naturalmente. Ello no debiera ser obstáculo piara que en cualquier programa de esta índole se tuviera en cuenta también a los ancianos. ¿Habrá sitio —lugares de esparcimiento o distensión— a propósito para los viejos en un futuro próximo? Pero esto no es lo peor. La atención afectiva ¡hacia los viejos —y ello es secuela de una mentalidad que tiende, frenéticamente, al culto a la juventud— disminuye cada día. De la gerontocracia a la paidocracia, median siglos y abismos de distancia. Los Senados —todavía queda la palabra— plasmaban instituciones en las que la opinión y el dictamen de los viejos pesaban decisivamente. ¿Por qué ya la opinión y el dictamen de los viejos son —cuando más— opiniones o juicios "venerables", en el sentido peyorativo que se suele dar a la palabra venerable? Es lógica la actitud de quienes quisieran que el mundo —el mundo entero— se rigiera y estableciera sus normas con estilo de juventud. Nadie puede negar que el estilo de la ju­ventud es un excelente estilo. Ahora bien, como recientemente escribía Mercedes Ballesteros, la juventud empieza aproximadamente a los veinte años y nunca antes. Pero no se sabe qué corrimiento de tierras ha habido en eso de la juventud que va pareciendo ya que a los veinte años la juven­tud, en lugar de comenzar, termina. Hay adolescentes —y preceptores de adolescentes también— con un sentido tan radicalizado y con un concepto tan equívoco de la juventud, que creen que son los quince, los dieciséis y los diecisiete años los que tienen el monopolio de la misma. Cuando se habla, se perora y se dogmatiza sobre el mundo juvenil, ya apenas cuenta un hombre de treinta años. ¿Cómo va a contar, entonces, un viejo?

Nuestro mundo está volviéndose bastante nietzscheano, en su culto a lo juvenil y en su contraculto a la vejez. La gente no espera nada de líos viejos. No obstante, la ancianidad es un valor. Del anciano, el consejo, la experiencia y la sabiduría. No cabe duda de que la vejez acarrea al hombre muchos males y que es la antesala de la muerte. La sociedad, por este mismo hecho, está obligada a mimar a los viejos: a esos hombres que ya han dado la cosecha. Muchos beneficios —en lo espiritual— prestó siem­pre la sabiduría de los viejos; pero aun en el caso de que se trate de una sabiduría añeja, aun suponiendo que el consejo y la experiencia del viejo resulten ya inútiles a una sociedad que se ufana de nuevos valores, de éticas nuevas..., el más elemental deber de amor, de caridad —de solidaridad humana, si se quiere—, obliga a favor de los ancianos. Y obliga no como un penoso deber. Agradecer, ¿puede llegar jamás a constituir un penoso deber? Pero, sobre todo, la reflexión se impone. Todos los viejos han sido alguna vez jóvenes. En cambio, no todos los jóvenes llegarán a viejos. Si de verdad existe privilegio en esto del tiempo, para el hombre, es el de llegar a viejo. Quien llega a viejo —los cristianos tenemos un sentido providencialista de todas las cosas— es por algo y para algo. La sociedad que no facilita o que hace penosa la vida de los viejos está —expresa o tácitamente— impidiendo ese algo que ellos tienen que hacer o decir todavía. Un anciano es un todavía. En el todavía de los viejos caben infinitas cosas. Dios puede hablarnos y recordarnos palabras nuevas —palabras nuevas de los viejos, esta es la paradoja— en la conducta de unos hombres que han traspuesto el "otoño de la varonil edad". Es oportunísima, pues la pastoral del arzobispo de Barcelona en estos días en que la palabra Fraternidad vuelve a estar sobre la palestra.