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De la feria y la fiesta

Manuel Madrid Delgado

en Diario Ideal. 29 de septiembre de 2001

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El hecho social de la feria, mitad negocio terrenal, mitad negocio espiritual, hunde sus raíces históricas en la Edad Media, incluso antes. Es entonces cuando los reyes de toda Europa comienzan a estructurar sistemas legales que permitan la transacción de todo tipo de bienes, animando la economía (en la medida en que las estrictas normas comerciales del sistema feudal lo permiten) tras el colapso inicial, de siglos, que suponen las invasiones bárbaras. Por lo general, las ferias nacen ligadas a las transacciones de ganado, mucho más valiosas y prestigiadas socialmente que las agrícolas. Pensemos que en mundo teocéntrico, donde el espacio religioso lo ocupa todo hasta asfixiarlo, debía pensar fuertemente la imagen bíblica de un Abel ganadero y un Caín agricultor y criminal a la hora de valorar ambas dedicaciones. El prestigio del ganadero viene directamente de La Biblia, el pastoreo se diviniza y las casas reales y la nobleza se convierten en los grandes ganaderos de la vieja Hispania romana (son legendarios los rebaños, de miles de cabezas, de casas como la de Mendoza o los Medinaceli). Así, el prestigio de la ganadería no hace sino crecer a lo largo de toda la Edad Media hispánica, hasta llegar a las famosas leyes de los Reyes Católicos, ya en la alborada de la Modernidad, para la protección del pastoreo, de la trashumancia, reforzando, de manera radical, los derechos y privilegios de La Mesta. La ganadería es oficio de señores, y las ferias de ganado se convierten en motores de la actividad social y económica, en el centro mismo de ambas.

Ligadas al comercio esencialmente de ganado... pero también a las figuras de la divinidad. El mundo medieval supone la consolidación de las fiestas paganas que se cristianizan en los primeros siglos para facilitar el mensaje evangelizador (carnestolendas, 19 de marzo, 24 de junio, 15 de agosto, 29 de septiembre, 25 de diciembre). Pero es también un mundo supersticioso, esencialmente irracional y oscuro, lleno de apariciones marianas, de místicos desaforados, un mundo de religión cruel y desgarrada a la que el hombre se aferra para frenar el poder devastador que lo rodea. Mundo de lucha y en lucha, el medievo encuentra en las celebraciones marianas o santorales una válvula de escape. Y así, surgen leyendas y mitologías esenciales como la de Compostela, Clavijo, apariciones y desapariciones misteriosas de la Virgen o la misma conquista de Úbeda por Fernando III de Castilla, que una leyenda piadosa (e históricamente insostenible) cifra el 29 de septiembre de 1234. Y eso, sin olvidar el componente político y social de las apariciones: en los lugares reconquistados al Islam, en la frontera, las apariciones marianas son esencialmente una estructura protectora y de seguridad frente a las razzias del enemigo. Así, en Úbeda, las mitología de las apariciones de la Virgen de Guadalupe es inmediatamente posterior al trauma de la irrupción de Pero Gil al frente de tropas granadinas y de las luchas fronterizas de 1379 (no tiene desperdicio en este sentido el documento del obispo de Jaén, dado el 2 de octubre de 1382: calamidad histórica como fondo de la aparición milagrosa).

La celebración religiosa (romería, procesión, exaltación del último santo o la última Virgen aparecida entre fiebres milagreras) y la necesidad creciente de articular el comercio para encauzar el crecimiento económico son los factores determinantes de la regulación regia de las ferias y mercados francos. La feria, protegida ya por el santo de turno, es también algo esencialmente jurídico y la estructura del Derecho resulta esencial en la configuración de las ferias: las concesiones reales de ferias y mercados (en el caso de Castilla, muchas veces orientadas al impulso de la repoblación en el territorio fronterizo) marcan fechas, ligazones a eventos religiosos, tasas, periodos, productos con los que mercadear..., una regulación, al cabo, exhaustiva como corresponde al hiperestructurado mundo gremial, tan poco permeable para con los cambios y las libertades económicas.

El revestimiento festivo de la feria, esencialmente mercantil y económica, es consecuencia inevitable, producto ineludible de una simbiosis social que no se puede obviar: juglares, zíngaros, buhoneros, ciegos de coplas, atracciones, adivinadores, prostitutas, truhanes, acuden a las ferias porque la concentración de gente que en las mismas se produce resulta esencial para la venta de sus productos y diversiones. La gente acude a las ferias a comerciar, pero también a divertirse. Y es que el oso bailará donde haya miles de ojos dispuestos a verlo, el alquimista venderá sus pócimas y remedios donde haya miles de manos rebosantes de monedas deseosas de gastarse. La fiesta rodea a la feria y la envuelve, incluso físicamente. Pensemos que la feria ubetense se celebra en la Plaza del Mercado, quedando inundadas las calles aledañas por los aspectos festivos. Y eso, sin olvidar que la fiesta es esencialmente posible en los días de mercado, los días feriados, en los que la población se ve liberada de sus obligaciones habituales y puede dedicarse a la holganza y el esparcimiento.

El final del modelo feudal de organización de la vida, con el consiguiente hundimiento de los gremios, y la liberalización del mercado, el crecimiento económico y de las libertades y el avance tecnológico privan a la feria de su primitivo carácter económico y comercial, resaltando paulatinamente sus aspectos meramente festivos. Hoy, nos encontramos con estas ferias festivas, de vino y tardes de toros, como un hueco por donde la vida se cuela intensa y fresca entre las apreturas del día a día, como un paréntesis en el comercio del trajinar, como un lugar donde encontrarse con eso de nosotros mismos que apenas si florece a lo largo del resto del año. Días feriados, días festivos, hoy como ayer, de la risa y los atardeceres suaves.

Manuel Madrid Delgado

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