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Los niños expósitos: trescientos años de historia en Úbeda (V)

Ramón Molina Navarrete

en Ibiut. Año VI, nº 32. Octubre de 1987, pp. 26-27

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En el n.° 28 de IBIUT (último capítulo publicado) hacíamos, entre otros, un estudio sobre los niños expósitos y hablábamos de los mayordomos de la cofradía. Ahora, después de un paréntesis de varios números —que esperamos haya supuesto un descanso al tema—, volvemos a reanudar la historia.

Comencemos situándonos en el tiempo. Estamos en la primera mitad del siglo XVIII y los niños abandonados de pueblos limítrofes y recogidos en la casa de Úbeda va en considerable aumento. Para dar una idea diremos que en el año ya indicado de 1721 se reciben, entre otros pueblos y villas: tres de Quesada; tres de Torafe; cinco de Villacarrillo; siete de Villanueva del Arzobispo y once de Cazorla.

LAS AMAS DE LACTANCIA

Como saben ustedes en estos años, el proceso y ritual de los niños expósitos era prácticamente igual que en los primeros años de esta historia. Eran abandonados. Se recogían en la casa-cuna. Se buscaba un ama para lactarlos al precio de un real por día y luego, si lograban sobrevivir, se prohijaban.

Pero no todas las amas de lactancia eran honradas y generosas. Algunas iban buscando el real a cambio de no dar el alimento necesario al niño expósito que terminaba, claro está, desnutrido y muerto. Otras probaban los primeros días y justamente si veían que no podían amamantar debidamente al pequeño (tengan en cuenta que muchas amamantaban a un tiempo a su propio hijo), lo devolvían a la cuna. Otras, las menos, después de meses y meses de dar la leche de su pecho al indefenso niño, llegaba a tomarle cariño y solicitar su prohijamiento. En esto nos sospechamos con motivos (se descubren casos) que algunas veces se trataba de la misma madre. Es decir se dejaba al niño en la cuna y al día siguiente se iba a la cunera o al mayordomo para solicitar su lactancia. De este modo daba de mamar a su propio hijo y al tiempo cobraba la cantidad estipulada.

No nos debe extrañar tampoco que muchos niños recibieran lactancia de varias mujeres. Los había con suerte y durante el período necesario mamaban de una sola lactante. Otros se veían obligados a cambiar de nodriza. Citemos un caso como ejemplo:

María Antonia fue abandonada en la cuna el 22 de diciembre de 1723. Le dieron de lactar en la casa-cuna hasta que con fecha 1 de enero de 1724 se la lleva en concierto Mª. Megías que vivía en la calle Llana de San Millán. Pronto se cansó María y la volvió a dejar en la cuna. Un día después la llevó a criar Teresa de Jesús que vivía en el "Puerto el Queso" (Parroquia de San Nicolás), pero Teresa de Jesús también tuvo que volver a dejarla en la cuna con fecha 12 de marzo. Es de nuevo alimentada en la casa, hasta que, cansada la niña —suponemos—, de brazos, rostros e indiferencias diferentes, decidió morir tres días después. Una cruz en el folio oscura y brillante y una anotación justificativa ponen el carpetazo a una vida: "Tuvo de costo las dos veces que ha estado en la cuna, cinco reales y medio".

LOS MOTES

Hay en la historia infinidad de hechos que nos hacen sonreír. Uno de ellos es, sin duda, el de los motes. Eso de encontrarse un nombre original que identifica a una persona es de las cosas –pocas cosas–, graciosas que tienen los apuntes de la historia de los niños expósitos.

Así que no es difícil encontrar anotaciones simples que nos indican que tal o cual niño fue traído o prohijado por "carancha', "el tieso", o "patachica" y otras compuestas como "Juan Garrido, alias Balente" o "F.° Martínez, alias El Mártir". Igual en la mujer, especialmente al indicar, por ejemplo, que en "el Callejón de la Polla" vivía María Gómez, o que "la coneja"; "la gitana" o la del mellizo" se llevaron este o aquel niño a lactar.

Pero si queremos algo bien escrito y clarificador, pongamos el apunte que registrado en su libro correspondiente, del día 1 de diciembre de 1734 y que dice textualmente: "y esta niña la golvieron a la cuna por muerte de pintamonas que lo dijo señor D. Tomás, la golvio el día primero de diciembre de este año de 1734".

LAS COMADRES DE PARIR


Si antes eran los nombres de las cuneras los auténticos protagonistas de las inscripciones, ahora, atravesada ya la mitad del siglo XVIII, van a ser las "comadres de parir".

¿Qué son las "comadres de parir"?. Pues es bien sencillo. Son las sacrificadas mujeres que corrían con el riesgo y la grandeza de ayudar a una madre a traer un nuevo ser a este mundo. Asistían en las casas, sin apenas más material que sus manos y un lebrillo de agua caliente. No sabían nada de higiene, cirugía o anestesia; sí mucho de experiencia, hierbas y mundología. Para ellas no había horario de trabajo, ni mes de vacaciones. Un dolor en el seno de una mujer y allí "la comadre", al atardecer de un mes de estío, o al amanecer de un otoño melancólico, o al filo de la madrugada de un invierno seco, o en pleno mediodía de una primavera silenciosa.

La comadre era la sabiduría, el consuelo y la fortaleza. Echaba a los hombres fuera de la habitación y a los niños les decía que salieran a la calle porque la cigüeña estaba al llegar... Los niños no se cansaban de mirar, sin perder vista, al tejado de la casa y no entendían qué tipo de pajarraco tan astuto sería éste cuando escuchaban el llanto de un niño saliendo por los ventanucos de la fachada.

Ellas, en esta historia nuestra, son también protagonistas. Porque sabiendo guardar el secreto, prudentes, con honradez y espíritu de servicio, se convertirán –evitando así el abandono inhumano del escalón–, en las recaderas y portadoras del niño rechazado a la casa-cuna.

Desde ahora y en especial por espacio de treinta años (1760-1790) en el Registro de Niños Expósitos aparecen textos como estos: "Fue conducido por una comadre de parir de esta ciudad". "Lo trae María del Ángel, comadre de parir". "Fue traído por la ermana Isabel, comadre de parir". De todas, ésta última, es la más nombrada.

Ellas, también ellas, especialmente ellas conocieron las grandes diferencias de pobres y ricos de la época. Ellas, que atendieron tanto en casas de lujo como en chabolas sin techo, fueron testigos fieles de la miseria, el hambre y el abandono que sufría el pueblo, el pueblo llano de Úbeda que ya contaba en sus perfiles con sus torres y palacios más excelsos..., y todo rodeado de un silencio que todavía clama, hiere y quema.
(Continuará)

R.M.N.