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Los niños expósitos: trescientos años de historia en Úbeda (XI)

Ramón Molina Navarrete

en Ibiut. Año VII, nº 38. Octubre de 1988, pp. 26-27

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LA SOCIEDAD DE SEÑORAS VIGILANTES.

Ha sido desde el primer momento una de nuestras intenciones el hacer constar los sufrimientos que debieron padecer los niños expósitos. Su vida no fue más que un constante ascenso hacia el dolor. Desde el abandono al pie de un frío escalón, hasta su ridículo entierro en un simple trapajo, pasando por una y mil amas que no buscaban más que un par de reales para comprar un pedazo de pan y poder calmar así el dolor de unos pechos secos por el hambre, todo fue aflicción.

¿Cuántos niños murieron ante la indiferencia de duques, condes y marqueses, de clero y de beatos, de propietarios y adinerados, de cabildos y veinticuatros?. ¿Cuántas madres solteras tuvieron que abandonar a sus hijos del alma en un portal, en una reja o en un sombrío torno porque si no ellas y ellos recibirían las insoportables flechas envenenadas de una crítica espantosa, un repudio sangrante y una discriminación sin límites?, todo, en honor de las buenas costumbres, la honradez y el puritanismo, que había que defender por todos los medios, incluso a costa de la mentira, la falsedad y la doblez.

¡Sociedad hipócrita! ¡Cuántas mujeres pasearían su cara alta, blanca, radiante de pureza, y su cuerpo perfectamente curvilíneo por las calles de la reputación y la buena fama mientras un hijo suyo, comido de moscas, se dormía partido por el llanto en un camastro de ropajos malolientes o convertido ya en un montón de polvo eternamente gris de rabia y de impotencia! Todavía oiríamos sus gritos de ira por todos los cementerios del mundo si no fuera porque son niños y los niños son ángeles de paz pese a la carne y los huesos. ¿Cuántos matrimonios tuvieron que arrancarse su fruto más digno por culpa de una pobreza que no podían quitarse siquiera a bofetadas? Hambre y hambre y más hambre era toda su fortuna; mientras, eso sí, en Úbeda, los palacios se señoreaban de su hermosa arquitectura, las torres se pavoneaban de sus altas miras y las iglesias buscaban en su pomposidad interior de piedra e incienso un Dios que sin lugar a dudas estaba mucho más fuera que dentro, exactamente al lado del más débil.

Y en todo este laberinto, la muerte era, tal vez, la más inteligente, por eso se los llevaba a puñados. Algunos llenos de pupas, comidos por la fiebre, ahogados por la tos; otros con el vientre inflamado por vacío; y los más, sencillamente, por falta de una gota de amor en sus pupilas.

Muchas amas —se hace constar—, no llegaron a percibir siquiera sus honorarios, "por lo malo que lo hizo con el niño". Hubo hasta quien retiró, para amamantar, varios niños, a la vez, luego, claro, ¿quién soportaba el llanto a varias voces? Entonces, aunque no se habían inventado los barbitúricos, sí existían "dormideras". Se les daba y ¡hale!, a dormir el sueño de los días.

Pero, como siempre, de un modo misterioso, entre la mugre —¿quién sabe por qué?— aparecen bellas flores, capaces, todavía, de hacer creer en el hombre y dibujar en el horizonte colores de esperanza. Y así esos hombres capaces de fundar y mantener —pese a sus defectos—, una cofradía para recoger, ordenar, cuidar en lo posible y enterrar a esos niños que dejados en las calles morían de frío o de calor, si no por la mordedura de algún perro o una rata; y así también esas personas que adoptaron, no sin esfuerzos, un niño o una niña y lejos de hacerlo para ser servidos lo hicieron, honradamente, para servir.

También nuestro respeto por esa curiosa sociedad de mujeres. Se trata de la denominada Sociedad de Señoras Vigilantes, creada en 1847, ya hecho cargo de los expósitos la Junta Municipal de Beneficencia. Su misión principal consistía en estudiar, analizar y denunciar a aquellas amas que no cumplieran debidamente con su ofrecimiento de alimentar, a cambio de unas monedas, a estos niños.

Cada una de las señoras pertenecientes a esta sociedad se encargaba de un niño y un ama. Su trabajo —plenamente caritativo—, consistía en velar del pequeño, observar si estaba o no bien cuidado, si recibía o no "dormideras", si el alimento era el debido y si tenía la ropa adecuada. Para esto la señora podía presentarse de improviso y a cualquier hora en la casa del ama para comprobar directamente el trato que se le daba al crío. Aparte estas mujeres costeaban gran parte del vestido del abandonado, haciendo, de este modo, un ahorro importante al establecimiento.

En el presupuesto de gastos de 1847 se dice lo siguiente:

"Reposición y conservación de camas y ropas.
Idem. Id y construcción de vestuario.
Idem. de efectos de cocina ............ 1.400 Reales de Vellón".


Y añade:

"La ropa o atillos cuestan tampoco porque la Sociedad de Sras. gasta lo mas de limosna".

Y al final, en "OBSERVACIONES", aclara:

"Las amas de lactancia ganan treinta reales al mes y veinte luego que el Niño tiene diez y ocho meses. Cada una tiene un niño y por eso es tan esmerada la asistencia y faborables las notas Necrolojicas. La cría de los Niños juntos en un establecimiento con el auxilio de biberones y cabras no da resultado tan bentajoso. La falta de vigilancia que las amas tienen con este sistema esta suplido con exceso por la que presta la Sociedad de Señoras, cada una de las cuales tiene a su cuidado un Niño y cada una procura belar sobre el ama que tiene su numero. Esta misma Sociedad recibe solo 21 reales por cada Niño y por esta cantidad alzada le bisten hasta su Prohijamiento o muerte, economizando a la casa mas de tres mil reales que suple de sus limosnas".

Pero, amigos, ¡ni por esas! Los niños -infinitamente sabios-, sabían que lo mejor era morirse. Y así en 1847 de 69 niños ingresados (de Iznatoraf, 11; de Villacarrillo, 6; de Villanueva del Arzobispo, 4; de Castellar, 3; de Chiclana, 1; de Quesada, 1; de Torreperogil, 1), se prohijan 17 y mueren 52. Y en 1848 de 75 abandonados (de Villacarrillo, 10; de Iznatoraf, 7; de Castellar, 3; de Caravaca, 1; de Siles, 1; de Hornos, 1; de Sabiote, 1; de Santisteban, 1), no se especifica 1, se prohijan 16 y mueren 58.

La muerte, ya lo ven, y nunca mejor dicho, seguía siendo la reina del muladar.
(Continuará)

R.M.N.