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Historia de las calles de Úbeda: calle de Cervantes (y II)

Juan Ramón Martínez Elvira

en Gavellar. Año VI, nº 72. Noviembre de 1979, pp. 3-5

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Las Culebras:

La casa número 4 de esta calle posee una portada adintelada, a cuyos lados hay dos medias columnas lisas sobre pilastras con el equino constituido por ovas y el collarino, como en el orden toscano, muy pronunciado. Van apoyadas sobre pedestales y sostienen un estrecho y volado entablamento, sabre el cual se abre, en el centro, una ventana enrejada a cuyos lados, y sobre la vertical de las columnas, se encuentran dos escudos de contornos apergaminados, sobrepuestos de celada con cimera. El izquierdo (a la derecha del que lo contempla) es un escudo partido, en cuyo segundo cuartel se hallan dos dragones enfrentados y con las colas entrelazadas. Estas quiméricas figuras —que el vulgo identificó con dos culebras— dieron nombre a esta casa, en uno de cuyos extremos, como se sabe, apareció la Casa Mudéjar. El nombre de Las Culebras, aplicado en un principio a la casa sólo, se aplicó por extensión a toda la calle, figurando ésta así en 1725, lo que nos hace suponer que por estas fechas estaría la casa recién construida y la novedad del fantástico blasón anularía las otras denominaciones (1).

«La Polla»:

Si bien esta rotulación es anterior a la de Culebras (pues se inicia en 1711), preferimos posponerla, debido a que a partir de 1733 se convierte en el nombre más utilizado de toda la larga historia de esta calle.

Para conocer el origen de este nombre hemos de remontarnos a doña María de San Martín Arredondo, que casada (quizá) con don Bernardino de Ribera, parece ser que antes de 1615 o al menos en dicho año, es viuda ya en 1626. Tras este año aparece otra doña María de San Martín, y es entonces cuando a la primera se le apoda como «la Polla». ¡Infalible sistema de diferenciación éste del «mote»! Pero su justificación bien puede residir en la diferencia de edades entre ambas damas, pues aunque a la de Arredondo se la moteja así cuando ya es viuda y la otra permanece aún doncella, no es muy aventurado suponer que el alpodo fuese anterior a la fecha de su aparición en dos padrones y señalase la acepción de «mocita» que el diccionario da a esta palabra, referida desde antiguo a la que después llegaría a casarse, mientras la otra quedaba definitivamente calificada como doncella, término éste anuy análogo al actual de «mocica vieja». En 1656 aparece por última vez doña María de San Martín, sin que sepamos exactamente a cuál de las dos se señala, aunque nos inclinemos a pensar, consecuentes con nuestra hipótesis, que ésta habría de ser «la Polla».

Sin embargo, entre la desaparición de esta señora y la aparición de su apodo como nombre oficial de la calle, median más de cincuenta años, los suficientes para que la memoria de la una y del otro se hubiesen borrado definitivamente de no ser que tan chocante «alias» se transmitiese de madres a hijas durante ese medio siglo. No sería, pues, de extrañar que la ya citada Isabel Josefa fuese otra ilustre «Polla» de cuya condición no tengamos referencia expresa por una mayor discreción del escribano de turno o porque la imposibilidad de confusión no hiciese necesario el empleo de tan emplumado «seudónimo».

En su larga y dilatada existencia —173 años— este nombre sólo se ve sustituido en muy contadas ocasiones por el de «Las Culebras» o el de «San Pablo», en fechas ya reseñada anteriormente. Así, pues, aparece por última vez en 1884.

Cervantes:

Desde 1885 hasta nuestros días esta calle está dedicada a don Miguel de Cervantes Saavedra, inmortal autor de El Quijote.

Independientemente de que el antiguo soldado en Lepanto hubiese estado en Úbeda como recaudador de alcabalas —según se ha dicho en alguna ocasión—, la relación de nuestra ciudad con el universal escritor es permanente porque supo, en su genial novela, propagar por todo el mundo, a expensas de sus cerros, el nombre de Úbeda. «La aventura del cuerpo muerto» bien pudo estar inspirada en la sustracción del cadáver de San Juan de la Cruz, y el «Felixmarte de Hircania», quemado por el cura, es obra, según Enrique de Toral, del ubetense Melchor de Ortega. Cervantes sitúa también en Úbeda a uno de los Orbanejas.

HISTORIA SOCIAL

Siglo XVI (último cuarto)

Durante estos veinticinco años se suceden distintos oficios, de los que no existe, por el número de sus componentes, un gremio que destaque de amanera notoria. Abundan las ocupaciones especializadas: dos cardadores, dos curtidores, seis sastres, dos carpinteros, dos barberos, un herrador un boticario. Los tejedores, cuyo número era de tres en 1575, desaparecen definitivamente en las sucesivas relaciones de este siglo. Quizá merezca mención aparte Pedro Beltrán, dorador de oficio.

Menos especialización requerían los empleos de trapero, correo o cartero y arriero. El que ejercía por aquel entonces esta última función se llamaba Luis Fernández, «el que va a Baeza». Los obreros no cualificados que moran en esta calle («trabajadores») son solamente dos.

En cuanto a las profesiones más liberales, hemos de reseñar las de arrendador (un tal Francisco de Santisteban), mercader (el ya citado Juan de la Torre), ¡cómo no!, la de los artistas.

Tres de ellos viven durante este tiempo.

El primero y principal es Luis de Zayas, entallador, que según Molina Hipólito es el autor de los cuatro Evangelistas del presbiterio del Salvador, aunque Campos Ruiz ponga a Pedro de Zayas y Ruiz Prieto y Pasquau Guerrero los atribuyan a Pedro de Eviela y los daten en 1634, fecha en la que, con toda probabilidad, ya no existiese aquel escultor. En lo que todos coinciden es que Luis de Zayas trabajó en las dos portadas de Santa María, comenzadas a principios del 1600 y terminadas en el 15. El señor Molina da más detalles, especificando que, en unión de su hijo (del que después haremos mención), realiza en dicha iglesia «los frisos y la representación de la Adoración de esta puerta (se refiere a la principal), como igualmente las imágenes y figuras de la de Levante o Consolada, percibiendo por ambos trabajos 11.212 maravedíes» (2). Luis de Zayas hace su aparición en 1575 para reaparecer de nuevo en 1599 y desaparecer definitivamente antes de la confección del padrón de 1606.

El segundo artista, en este caso pintor, es Pedro de Medina, quien, según Ruiz Prieto, construyó, o al menos pintó y doró, el antiguo retablo de la capilla mayor de San Pablo, parte del cual se conservaba en la sacristía.

El tercero, al que su inspiración, por mucha que fuese, no podía permitir dejar constancia de sus obras, es el ya referido Luis de San Martín, nuestro primer torero registrado.

Queda, de otro lado, un considerable número de vecinos (algo más de la veintena) de los que no se determina su ocupación principal, y otro grupo de los que sólo se da razón de su estado. Entre éstos tenemos, pues, a tres representantes del clero: Juan de Trillo, Juan Batista de Ocón y Francisco Fernández, a los que sólo vemos en el primer año de este período. El número de viudas es el más abundante, pues oscila alrededor de dieciocho, entre las cuales destaca la del licenciado Sánchez, que vive con su hijo, el doctor Conella, en tanto que el resto del personal femenino se distribuye así: Como beatas (3) tenemos a Potenciana de Almansa, que ocupa todo el período; María de la Torre y las religiosas de Salamanca; como doncellas hay tres grupos, y como simples mujeres, sin referencias de su estado, vemos otras tres.

Siglo XVII

El número de cabezas de casa que hemos contabilizado a lo largo de esta centuria (salvo las inevitables duplicidades en algunos casos de «viudas de...», «hijos de...», etc.) es de 168, de los cuales 50 corresponden a mujeres y 118 a varones. Podemos, pues, calcular que alrededor de 750 personas vivieron en esta calle a lo largo del siglo.

Otra cuestión bien distinta es la de su población en períodos determinados. En este apartado hemos visto que en los primeros años del siglo la población sobrepasa, e incluso llega a doblar, la media global, fenómeno no extraño si tenemos en cuenta lo ya dicho sobre la variabilidad de su cobertura. Incluyendo las cifras obtenidas en este caso -27 cabezas de casa que pueden dar un total de mas de 120 personas en 1601, por ejemplo—, la simple media aritmética es de 14,9 cabezas de casa. Y despreciando aquellas, la cifra resultante baja hasta 13,6, valores ambos que están entre los de las frecuencias máximas (13 y 15). Paralelamente, el número de almas obtenido con la media global es de 63,25, mientras que el correspondiente a la parcial es de 57,82.

Sólo nos resta añadir que de los quince primeros años del siglo, el término medio de vecinos es de 92,5; que 60,61 son los que corresponden al más largo periodo: el comprendido entre los años de 1626 y 1682, y que únicamente 39 personas componen el número índice de los años que corren de 1687 a 1697.

Aquellos 168 cabezas de familia de que hablábamos al principio de este apartado, se distribuyen en 43 ejercicios o condiciones: el grupo más numeroso está integrado por aquellos que figuran sin oficio o estado; lo componen 28 varones y cuatro hembras. Le siguen las viudas, en número de 24, y los pobres: nueve varones y cinco mujeres. Continúa la nobleza, cuyos 11 componentes enumeramos a continuación, indicando entre paréntesis los años del siglo en que están presentes: Las doncellas de Megías (1,6 y 11), don Bernardino de Ribera (15), don Diego de San Martín (32, 42), don Cristóbal Mesía (42, 56, 61, 71 y 73), don Sebastián de Ribera (42), doña Luisa de Biedma (56 y 61), doña Isabel de San Martín (56, primero, y luego 82, 87, 96 y 97, lo que nos plantea la duda de si no se trata de dos personas distintas), don Jacinto de la Torre (61, 71, 73 y 74), Luis Alférez de Aguirre (71, 73, 74, 75, 78, 79 y 82), doña Leonor de Ribera y San Martín (74, 75, 78, 82, 87, 96, 97 y los dos primeros años del XVIII) y don Diego Blas de la Torre (78, 79, 82 y 87). Tres grupos de ocho miembros vienen tras éste: el de los horneros —uno de ellos, mujer—, el de los simples trabajadores y el de los clérigos. Entre éstos destaca de manera especial el licenciado Diego Espinosa de los Monteros, autor del libro «Nuestra Señora de Guadalupe», que fue publicado en 1704. Este presbítero aparece a lo largo de toda la segunda mitad del XVII y vive aún en 1711. Otros Espinosa —algunos sobrinos suyos— pueblan esta calle también.

Hay seis personas después (algunos, quizá, hidalgos) que tienen en común la posesión y uso del «don» —ostentoso precursor de sus nombres— y que son: doña María de San Martín Arredondo, otra doña María de San Martín (ambas ya mencionadas), doña Catalina de San Martín y doña María de Ventaja, pobres las dos. Dentro ya de la segunda mitad de este siglo tenemos a doña María Rumano (o Humano), viuda ya en el 79, y don Juan Antonio Corbellido, hacia finales de siglo.

Los sastres son cinco y las doncellas que, solas, atienden a su patrimonio, pertenecen a cuatro apellidos distintos, si bien a un grupo de ellas no se las conoce por el tal, sino que, curiosamente, «se nombran ángeles». Cuatro son también los pastores-ganaderos y cuatro los zapateros. Las beatas forman tres grupos y tres son los ministriles (4). Se suceden dos labriegos, dos tejedores, dos criados, dos carpinteros y dos albañiles.

A Luis de Zayas sucede en la misma casa y en el mismo empleo de tallista su hijo Alonso de Zayas, que figura en los padrones desde 1611 a 1638, mencionándose sólo su casa en el 42, sin que sepamos si vivía aún.

Hay también una pareja de Veinticuatros o Regidores cuyos nombres son don Jacinto Barrero y Juan de Ballesteros, presentes ambos alrededor de los años 30.

Recién comenzado el siglo, hace su aparición Juan Sánchez, procurador, y Diego López de la Torre, jurado. A finales de la segunda década (año 29) vemos al escribano Simón de Albacete y, tres años más tarde, al licenciado Anguis, abogado.

La lista se completa con un cardador, un cobrador, un correo, un mercader y un arriero. De estos tres últimos ya hablamos en el siglo anterior. Queda por especificar que Luis Hernández, el arriero que iba a Baeza, es el único morisco de esta calle que aparece después del Edicto de Expulsión de los moriscos en 1610. Éste había incidido en Úbeda hasta el punto de que «consta que el Ayuntamiento acordó, en sesión de 23 de enero, acudir con una exposición al rey, pidiéndole que el bando de expulsión no se entendiera con los moriscos de la ciudad» a lo que el rey contestó «que con aprobación y parecer de los obispos, se queden las personas que por su ejemplar y cristiana vida fueren dignas de gozar desta merced» (5). Lo cierto es que el arriero se sigue viendo en las listas de 1611 y 1615. Otros menesteres a que se dedican los vecinos de esta calle durante esta centuria corresponden a los de un tablero, un panadero, un cordonero, un tundidor, un arcabucero, un carretero, un «merchante de bedriado», un sacristán, un arrendador y un cerero.

Siglo XVIII

El total de cabezas de familia que se suceden a lo largo de este siglo es de 191, correspondiendo 40 a mujeres y 151 a hombres. Estas cifras —que arrojan un número aproximado de 860 vecinos— no suponen un aumento de población, comparadas con el siglo anterior, sino una mayor movilidad, en todo caso, de gentes.

Si, efectivamente, hallamos las medias correspondientes, vemos que la de los cabezas de casa da 11,59, mientras que la del total de vecinos arroja 48,41, cifras éstas inferiores a las del XVII, y que, en realidad, creemos debieran ser más altas si no las hiciesen descender algunos padrones incompletos.

Una referencia más exacta puede darse considerando que las frecuencias de máxima están entre 10 y 14 respecto a los cabezas y de 50 a 59 respecto al total de vecinos.

Hay dos datos destacables en esta centuria: Primero: que abundan nombres (más de cincuenta) que carecen de distintivo profesional, y, segundo, que el número de los clérigos asciende a 17 (más del doble que el siglo anterior), con lo que se igualan clérigos y jornaleros, que arrojan las mismas cifras.

Son 22 las viudas, de las que anecdóticamente destaca la de «Caraluna»; 21 los pobres (14 hombres y siete mujeres) y 11 las personas con el honorífico titulo del «don». Entre éstas hay: dos hermanos (Diego y Juan de Espinosa) que curiosamente aparecen a principios de siglo con «don» o sin él; don Diego de Roa, arpista de la Colegial (1733); don Bartolomé Duque, médico que vive en la década de los 40; los Guardas Mayores de Rentas don Juan de Arrabal y don Alonso Zalduendo, también en esa década; el notario Melchor de Cáceres y los cirujanos don Juan de Molina y don Pedro la Roca, a mediados y finales de siglo, respectivamente. Hubo en los inicios de la centuria otro cirujano (Alonso de Lara) que no viene con dicho título de dignidad. Diez son las mujeres de las que no se sabe estado ni condición, y siete las personas que ostentan cargos políticos o públicos: seis diputados o personeros y un regidor. Se menciona la casa del señor Alcalde Mayor, pero no creemos que viviese en ella.

El número de hidalgos conocidos desciende a cinco: doña Isabel Josefa Mesía y doña Leonor de Ribera, ya referidas; don Cristóbal de Carvajal (1722, 23, 25, 32 y 33); don Estanislao de Mendoza (1702) y otro don Jacinto de la Torre, presente desde 1709 a 1733 y distinto, por supuesto, del que apuntábamos en el XVII. Es el regidor del que arriba hemos hecho referencia.

Siguen cuatro labriegos, cuatro ganaderos, tres albañiles (Juan de Vera aparece hasta 1709), dos panaderos, dos cordoneros, dos cobradores, dos sacristanes (uno, Juan Vico, por los 20), un barbero, un sastre, un portero de la ciudad, un sirviente y un ciego.

Siglo XIX

En 1814 el número de los cabezas de familia que aparece en un padrón de dicho año, que no creemos muy exhaustivo, es de nueve y el total de vecinos es de 40. Hacia mediados de siglo, la media se eleva a 20, resultando un total de 88,5 vecinos entre 1849 y 1851. En 1856 hay una gran mortandad en Úbeda debida al cólera, y son tres los vecinos que, a consecuencia del mal, perecen en esta calle. Quince años antes del final de la centuria son 26 los cabezas y 91 el número completo de personas en esta calle.

De todos los vecinos que a lo largo del siglo la pueblan, quizá destaque de manera especial don Luis de la Mota Hidalgo, presbítero, hacendado y prior, por los años de 1851, de San Pablo, a cuya parroquia pertenece la casa número 10 (7 en otros padrones) donde vive. Posiblemente fuera su antecesor don Antonio Sánchez del Arbol (que aparece en 1814 y continúa en 1842) y su sucesor, don Gabriel Galey Moreno, que vemos en 1885.

De todos los oficios que se suceden en estos cien años, los más abundantes son los de agricultor y albañil, que constituyen un tanto por ciento elevadísimo. Los demás son empleos que se dan de forma aislada y en nada destacables, a excepción del de domador, que ostenta Juan Vela Ortiz en 1885.

Siglo XX

La característica más destacada del primer tercio de siglo —del que sólo nos ocuparemos— es el aumento de población que experimenta esta calle. Así, en 1924 hay 34 cabezas de familia, que dan un total de 116 vecinos, y en 1930, 36 cabezas, que arrojan 128 vecinos. En este último año destaca don Victoriano García Alonso, que figura como profesor de piano. Había nacido en Játiva (Valencia) el 29 de septiembre de 1870, y según consta en el padrón llevaba treinta y cinco años residiendo en Úbeda, donde le nacieron sus hijos Carmen y Victoriano García Pérez, de veinticinco y veintidós años, respectivamente. El hijo varón no siguió la carrera musical que a su abuelo, Victoriano García de Lescundi, le había llevado a la creación del solemne y emotivo «Miserere» de Jesús, y que a su padre le había permitido escribir las marchas de «El borriquillo», «La Humildad», «La Caída» (que compuso junto a Mosquera), «La Expiración», «Las Angustias» y «El Resucitado», marcha ésta que, habiendo desaparecido, se vuelve a interpretar desde hace dos años.
García Alonso murió en la casa número 9 de la calle de Cervantes el 14 de febrero de 1933 (6).

De los oficios que se relacionan en esta primera treintena del siglo no haremos mención más que de los que revisten ya carácter arcaico, oomo loe de aladrero —carpintero que reparaba arados, carros y demás aperos de labranza—, capacheras y mandaderas.

Juan Ramón MARTÍNEZ ELVIRA

(1) Damos esta opinión basándonos exclusivamente en los datos aportados por los padrones independientemente de los rasgos estilísitcos que pueden remontar el nacimiento de esta casa al siglo XVI.
(2) Monografía sobre «Santa María de los Reales Alcázares», premiada en la Fiesta de la Poesía de 1948 y publicada después por la Revista UBEDA.
(3) El término beata, utilizado hoy peyorativamente, se refería por entonces a la mujer que, vistiendo hábito religioso, y fuera de comunidad, vivía en su casa particular con recogimiento, ocupándose en obras de virtud (Diccionario Espasa).
(4) Ministriles eran los músicos que tocaban en las iglesias instrumentos de viento, como la chirimía, el bajón, el bajoncillo, etc.
(5) Ruiz Prieto: «Historia de Úbeda», Vol. I, pig. 177.
(6) Agradecemos los datos suministrados por el infatigable devorador de libros Pepe Vico Hidalgo, archivo viviente de todas las efemérides ubetenses.