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Historia de las calles de Úbeda: El Real (I)

Juan Ramón Martínez Elvira

en Gavellar. Año IX, nº 104. Julio de 1982, pp. 1-2

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DATOS ACTUALES

La calle del Real desciende desde la actual plaza (?) del Doctor Quesada hasta la confluencia con las calles de Juan Montilla y Maria de Molina.

Por su margen derecha desembocan, en angosto estuario, las calles de Muñoz Garnica, Juan Pasquau y, finalmente, la Travesía y la propiamente dicha de Alvaro de Torres.

Por su izquierda, la calle Compañía se dilata en contacto con el Real, y la de Bailén, en cambio, a duras penas sobrepasa los dos metros de anchura.

La numeración de sus casas pares llega al 54 y la de las impares alcanza el 61.

Su tradicional carácter comercial se mantiene aún vivo, aunque parece evidente que el centro de gravedad mercantil se va desplazando hacia otras zonas ubetenses que privilegian algo más al automóvil. Este costoso ingenio ha convertido al Real en una calle incómoda para el paseo y la contemplación de escaparates, lo que viene a decir que día a día se aleja de sus seculares tradiciones.

VESTIGIOS DEL PASADO

De la época musulmana datan unos restos muy interesantes procedentes de la demolición que se hizo donde hoy se alza el grupo de viviendas numerado con el 12. De tales vestigios hay muestras en el almacén de materiales de Bellas Artes.

Como después veremos, la exclusiva vecindad de menestrales —al menos durante los años áureos de la construcción palaciega ubetense— hace sospechar cuán pocos edificios nobiliarios bordearían esta calle.

La torre conocida como del Conde de Guadiana, aunque se asoma al Real, es en realidad el extremo de un núcleo monumental perteneciente a la calle de Juan Pasquau, y ajeno, por tanto, al desarrollo de su arquitectura urbana.

Precisamente en la esquina opuesta a dicha torre, y sobre la puerta de entrada de lo que hoy es un establecimiento farmacéutico, se alza un marco de ventana con decoración de «espejos» y frontón partido, con pináculos a modo de acróteras, que nos hablan de cierta ascendente evolución social entre los siglos XVII y XVIII, como así es.

En los números 59-61, una doble galería de soportes toscanos con zapatas y airoso alero limita por arriba el muro en el que figura, labrado en piedra, un escudo.

El resto de edificaciones que por su valor estético merece la supervivencia pertenece a este siglo o finales del anterior. Son, principalmente, fachadas de gusto decimonónico, que testimonian el momento esplendoroso de la burguesía de estos tiempos y cuya desaparición mermaría considerablemente el ya escaso bagaje existente sobre una época que no por más próxima es menos digna de perpetuarse. Así, pues, los bajos de lo que fue imprenta de «La Loma», la espléndida fachada del número 27, con labrados mascarones, el conjunto casi palaciego del 43, la cantería y alero del 49, y el decorado antepecho de balcón de la vivienda señalada con el 40 (fechada en 1920) encajan perfectamente dentro de esta moda arquitectónica.

LOS «PORTALILLOS»

Frente al actual teatro, limitados por la travesía de Alvaro de Torres y la casa número 40, existían unos soportales de irregular y no muy estético trazado, pero que daban a esta calle sabor de siglos. Custodiaban estos soportales una hornacina en la que se veneraba una imagen de la Purísima.

Desde la bocacalle de Las Parras hasta la Rúa, donde con bastante probabilidad se prolongaban, existían también otros soportales, conocidos por nuestros mayores, que eran llamados popularmente «Portalillos del Señor de la Columna». A un busto de esta advocación, en efecto, se le daba culto en una capilla con reja de madera ubicada en su frente, aproximadamente hacia la mitad de su longitud.

Aunque no hay razón para negar la prolongación de cualquiera de estos soportales Real arriba, no conocemos documentación alguna en la que apoyar esta hipótesis.

LA CALLEJA DEL TINTE

En la tercera izquierda del Real, o acera de San Pablo, existía por los años de 1624, un callejón sin salida donde se hallaba la tintorería que le daba nombre.

Es difícil precisar su emplazamiento. Nuestra tendencia instintiva es situarla como núcleo originario de la calle de Bailén (abierta como tal en el XIX), pero según el lugar que ocupan sus antiguos moradores adscritos en ocasiones al Real parece que quedaba algo más abajo.

SUS NOMBRES Y ANTIGÜEDAD

A lo largo de su dilatada presencia, esta calle ha recibido dos denominaciones oficiales conocidas: REAL y JOSE ANTONIO.

Esta segunda abarca el período comprendido entre la última guerra civil y el año 1981 y, obviamente, se dedicaba a honrar la memoria del fundador de Falange Española, José Antonio Primo de Rivera.

La primera denominación, en cambio, no tiene un inicio conocido, si consideramos que debe ser anterior a la fecha de 1575, año en que por primera vez aparece en los padrones municipales de vecindad. Nuestra suposición se fundamenta en que a ella se alude con la misma frecuencia que a las otras «históricas» en la obra de Ruiz Prieto. (Así se dice en su «Historia de Ubeda» cómo entró el rey (Fernando III) con las ttropas en la villa por la puerta de Baeza (...), plaza de Toledo, calle del Real y plaza de «Santa María», o se localiza como vecino a Juan Núñez, el levantisco arquero (1) rebelado contra la nobleza, o que «desembocaron por la calle del Real y adyacentes» las huestes de Pero Gil en 1368.

Cabe suponer que su origen es inmediato a la conquista de úbeda por el Rey Santo a quien seguramente se concedió (junto a otras edificaciones y tierras) tras el reparto acostumbrado que seguía a la toma de un baluarte. De Ahí puede provenir el titulo de REAL, con el que ha sido conocida esta calle desde siempre.

Conviene, no ,obstante, recordar que la prolongación del Real por su parte baja (lo que hoy es La calle de Juan Montilla) se le ha venido llamando también REAL VIEJO, lo que plantea la posibilidad de que, en un principio, el privilegio realengo se concretase sólo a esta zona y que más tarde extendiese —nominal o jurídicamente— a la actual.

Por sus centros culturales y recreativos, ahondando en la información, el cronista Pasquau destaca al Real en su «Biografía de Úbeda» al hacer referencia al Casino Antiguo —fue derribado en el verano de 1981— o al Círculo Mercantil, que estuvieron ubicados, respectivamente, en los actuales números 29 y 16.

JURISDICCIÓN ECLESIÁSTICA

El lado derecho del Real dependía de la parroquia de San Pedro hasta que en 1842 —según Cazabán— se incorpora esta iglesia a Santo Domingo como ayuda parroquial. Seis míos más tarde, Santa Ma-ría absorbe a Santo Domingo, y ésta y San Pedro quedan de auxiliares.

La acera opuesta se incluye siempre en San Pablo.

SUS LABORIOSOS VECINOS

Si hubiese sido necesario denominar el Real con el nombre del gremio más significativo por la abundancia de sus componentes, es seguro que habría recibido el titulo de Calle de los Zapateros.
Estos artesanos —zapateros «de lo recio», «de correa», «de lo viejo» (o remendones), «de tienda», etc.— llegan a la veintena sólo en una acera. En el primer año del siglo XVII, entre los dos lados, se registran nada menos que 37 integrantes del gremio, sin contar a los omitidos y a los chapineros, que no hemos inoluido en esta cifra. Tal número, que en un principio puede parecer desorbitado, pero que estaba justificado plenamente por las necesidades reales de aquel tiempo, va decreciendo paulatinamente a medida que avanza el siglo, de manera que ya en 1711 no hay más que tres zapateros en toda la calle. Esta otra cifra se viene manteniendo con escasas oscilaciones (en 1854 se registran seis) hasta hace unos años en que cierra el taller el último de los reparadores de calzado, aunque en la actualidad aún se mantienen algunos establecimientos del ramo dedicados a la venta.

No era la de los zapateros la única ocupación de los casi quinientos vecinos del Real. Si nos trasladamos con la imaginaoión —a tope el objetivo para captar toda la luz y el color— a un día de mayo de 1606 y, muy despacio comenzamos la ascensión por su lado derecho -acera de San Pablo—, atentos, eso sí, al chillón e ineficaz aviso del ¡agua va!, podríamos ver en primer lugar los últimos pespuntes que Sebastián Fernández, el sastre, da al jubón del rico vecino y mercader Domingo Martínez, que este año ha pagado a Hacienda la impresionante cantidad de 1.500 maravedíes. Un poco más abajo hemos dejado al cintero Cristóbal Pérez mostrando su gama multicolor a las doncellas de Antonio de la Cueva, que no terminan de decidir cómo adornarán sus cabellos para la fiesta del Corpus. Algunas casas más arriba, las «parroquianas» de Francisco de la Fuente, el tendero, se olvidan del tiempo —vendrá después la estampida— y «repasan» aconteceres, mientras que, indolente, Juan Ortiz traspasa el umbral de su barbería para tirar al arroyo el contenido de la bacía, al tiempo que masculla ciertos votos contra Mendoza y el sempiterno «soniquete» con el que se afina las violas que construye.

Si seguimos unos pasos y nos adentramos en la Calleja del Tinte veremos cómo Juan Francisco se afana en renovar el perdido color de un manto pardusco al que remueve pacientemente sin dejar por un momento de observar a cuantos por la embocadura del Real suben y bajan absortos en sus tareas.

Más allá, el martillo de Diego Fernández aprisiona —tintineando— la fina hoja de una espada del mismo modo que lo hacen, según las rígidas normas gremiales, sus colegas y los cuchilleros, que tanto abundan en esta calle.

Veremos también a Beltrán, el tornero, saliendo de casa hacia el convento, de donde volverá a partir para cumplir con los recados de las madres.

Por fin, dejando atrás las cuchillerías de los Bonillas y los Vegaras, llegamos muy cerca de los arcos de la Puerta de Toledo. Tomamos entonces la acera opuesta e iniciamos su recorrido. Es verdad que llega a cansar la visión de tanto taller de zapatería. De trecho en trecho rompe la monótona visión una actividad distinta: Antonio Rodríguez fabrica guantes; Francisco de Aguado, espadas; Juan de Bustamante recompone sillas, y Palomino hace bonetes. Pero la presencia de los artesanos del cuero es casi constante y le da a esta acera su más genuino carácter.

El cuadro que acabamos de describir no es, por supuesto, completo ni adaptable a todas las épocas. Da, eso sí, una ligera idea del tráfago y la vorágine comercial y vitalista de una calle muy «sui generis». No obstante, habría que añadir a esta tosca pintura los de boticario —rara vez falta uno—, sombrerero —otro oficio muy característico del Real—, fabricante de armas de fuego como los arcabuces (el último de los espaderos, Juan de Navarrete, hace su aparición postrera en 1732), herrero, cerrajero, cordonero, algunos tejedores de tafetán, etc.

Luego, cuando las distintas crisis económicas hagan huella sobre da actividad laboral, muchos de los vecinos del Real añadirán sus nombres a las largas listas de jornaleros que trabajaban «en lo que salga». Al mismo tiempo surgirán las clases administrativas y burocráticas. Por otro lado, los que mantengan un pequeño enclave comercial conseguirán unos ahorros que les posibilitarán el acceder a una pujante y renovadora burguesía.
(Continuará)

Juan R. MARTÍNEZ ELVIRA
(1) Pensamos que arquero era su empleo, no su apellido.