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LA POESIA, TRANSITIVA

Juan Pasquau Guerrero

en Polvo Iluminado [Gráficas Bellón] . Úbeda, 1948

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Se nos antoja que el primer curso de la virtud, o que el primer grado de la santidad es la poesía. Claro está que no todos los poetas, ni mucho menos, llegan a santos, pero ¿será demasiado aventurado decir que todos los santos han sido, antes o después, un poco poetas?

El primer mensaje, quizás, con que la divinidad se manifiesta a nuestras almas es la Naturaleza. Carlyle ha escrito: «Tu pan, tu vestido, todo es milagro; la naturaleza es sobrenatural». La contemplación de la naturaleza puede ser la iniciación del camino, puede entrañar la verdadera introducción a la sabiduría. Nadie habrá tan seco, tan árido, tan pobre de corazón, que permanezca inmune ante la belleza cósmica de las cosas. Este hilillo de divinidad que todos llevamos dentro y que a todos nos enlaza, se hiperestesia, por simpatía, por inducción, ante el claro misterio visible de esta maravilla «siempre antigua y siempre nueva» que es la Creación. Y ¿quién podrá no ser poeta, si tiene un alma, aunque no tenga versos?

Pero hay una poesía intransitiva, una poesía que «se detiene»; una poesía que, ante la hermosura de las cosas creadas, demasiado encantada ya, no pretende seguir adelante. Es esta la poesía de la mayoría de los hombres que, indóciles o incapaces, no queremos o no sabemos ver, en ella, su naturaleza profética su carácter mensajero. Es lo que se dice «olvidar al criador por la criatura». La naturaleza es, desde luego, el mayor de los milagros; «la naturaleza es sobrenatural» como expresa Carlyle... Y aquí, precisamente, está el milagro. ¿No es verdad, absolutamente verdad, que todos, por mucho que nos empeñemos en decir o creer lo contrario, estamos enamorados, perdidamente enamorados, de este mundo terrenal, de esta vida que se aterra a la vida? Porque la vida es bella, terriblemente bella. No importa que nos haga sufrir; porque es bella, porque nos gusta demasiado, es por lo que nos hace sufrir. Probablemente si la vida fuera menos bella, sería menos cruel. Pero ella, la vida, se parece a las mujeres en que es amable nada más que cuando es fea. La vida que aman frenéticamente los poetas ¡qué cruel con los poetas! En cambio la vida chata, la vida vulgar, la vida sin horizontes, ¡qué amable hace la existencia de esos a los que se ha dado en llamar «vividores»!

Sí, el mundo, por su belleza, es uno de los enemigos del alma. Y la poesía, que es un cable que nos tiende la eternidad, se nos enreda en seguida en las cosas de acá; no podemos subir, no podemos ascender. La poesía, es, alguna vez, un ángel que, entre los hombres, se pervierte, un ángel que se vuelve demonio...

La poesía, escribíamos al principio, puede ser el primer grado de la virtud. ¿Habrá poetas que perseveren? ¿Habrá quienes pasen al segundo grado, quienes sigan la carrera? ¿Habrá poesía transitiva?

Aquí, sobre la mesa, hay abierto un libro de poesías. Son de un poeta enamorado de la naturaleza que quiere rebasar la naturaleza. Son de un poeta insaciable que no se conforma, que «no se queda», que pasa por las cosas sin detenerse en ellas, ávido de nuevas metas, ansioso de bellezas increadas. ¿No le conocéis? Es el poeta transitivo, un poeta inquieto que quiere inferir Luz de las luces, que rastreando las bellezas camina en busca de la Belleza, que encaramándose en las verdades suspira por la Verdad, que padeciendo amores quiere saciarse con el amor. Este poeta es un ambicioso, quiere algo más sobrenatural que la naturaleza. La naturaleza, para él, no es, con ser tanto, nada más que su interlocutor. Pregunta este poeta a las cosas. No las adora, se sirve de ellas; no las halaga, las amonesta.

¿Qué busca, qué desea, qué presiente? Algo que está «más allá» tiene loco a este espíritu que interpela a los valles y a las montañas y a las fuentes, «Decid si por vosotros ha pasado».

Algo que le impide descansar, algo que le espolea febrilmente, algo que le hace exclaman
«Buscando mis amores iré por esas fuentes y riberas; ni cogeré las flores, ni temeré las fieras y pasaré los fuertes y fronteras». Pasar la frontera. ¿No es este, en realidad, el mejor mérito de la poesía de San Juan de la Cruz? Poesía transcendente que atravesó el mundo sin detenerse, porque «iba de vuelo» en pos de la Belleza increada. Poesía que no cogió las flores ni temió las fieras de acá, ilusionada de promesas de allá.

San Juan de la Cruz supo seguir la carrera; no se quedó en el primer curso. De poeta pasó a santo. Es el mas grande poeta transitivo.