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UN NIÑO SALUDA AL JEFE DEL ESTADO

Juan Pasquau Guerrero

en Diario ABC. 28 abril 1961

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En su reciente viaje a Andalucía, en Úbeda, un alumno de doce años de la Escuela de Magisterio de la Sagrada Familia dirigió un discurso a Su Excelencia el Jefe del Estado.

Los niños de ahora harán la historia de treinta años más tarde. ¿No están ya haciendo los niños de hace un cuarto de siglo la historia de ahora?. Por eso, un peligro de los pueblos es la “improvisación”. Y por eso hay que cuidar de que los niños, llegada la ocasión, tengan que improvisar las menos cosas posibles.

En otras épocas, el peligro era menor porque el mundo tenía una estructuración más sólida. La política, la cultura, la moral, la economía misma, tenían un perfil clásico de cosa establecida, una firmeza que, a pesar de aleatorios relativismos, imponía su fuerza y su vigencia seculares, sin que el relevo de las generaciones implicase desvíos considerables de unos principios cuya continuidad parecía indestructible. Pero existen tiempos de transición en los que cualquier perfil clásico se borra, avasallado por “impresionismos” de última o de penúltima hora. ¿Y qué pasa entonces? Entonces los jóvenes, recién abandonadas sus posiciones de la infancia, agotada su niñez, advierten que su personal crisis biológica en la inevitable pubertad, apenas cuenta con un asidero en tierra firme de estabilidad a que acogerse. Entonces, los jóvenes improvisan. Lo improvisan todo: la profesión y el amor, la moral, la fe y la política. Improvisan inclusive la revolución, que es la cosa menos improvisable que cabe imaginar.

Nuestro tiempo, en general, es así. Esta es la causa de que en presencia de un niño, de cualquier niño, surja la inquietud, venga la pregunta. Y no sólo decimos: “¿Qué será de este niño?”, sino que además quisiéramos inquirir: Este niño, ¿qué será? Porque el mundo, ahora, está maltratando su dibujo. Porque ahora, en las cosas sólo va interesando el color y el matiz efímero. Como Monet deseaba pintar “lo que nunca se verá dos veces”, el mundo se afana en ensayismos, en “fugitivismos” sin arraigo. Pero si el impresionismo es un hallazgo para el arte, para la moral, en cambio –para la filosofía, para la política, “para la vida”-, no representa ni más ni menos que el anonadamiento. Ya el mundo pierde objetividad estructural y es peligroso que, en él, los niños dejen de ser niños. Al hacerse hombres harán su historia, no harán la historia; harán su mundo, no harán el mundo. Harán, en fin, su cabaña, porque nadie demandará su ayuda para la erección de ninguna Catedral.

De ahí el aliento de esta fotografía. Es una fotografía simbólica, casi una fotografía de España, España empeñada en su tarea de continuidad, postulando frente al colorismo de los “ismos”, el dibujo nítido de los principios. Existe una misión fundamental: “comprometer” a los niños en el deseo patriótico. (Patria es un deseo de continuidad, es un fervor cardinal hacia lo permanente). Pero los niños, al mudarse en hombres, han de llevar ya a España: no han de hacérsela ellos. ¿No radica aquí la auténtica educación política?. Este chiquillo, dentro de seis años nada más será maestro; hoy está grabándose con rasgos firmes el perfil de su existencia. Le acaba de decir a Su Excelencia: “Cuando yo tenga un día mis alumnos, les diré que una vez yo hablé a Franco...” Como si dijese: Cuando yo sea maestro no improvisaré ninguna lección de patriotismo porque ya, desde hoy, la tengo preparada...

Esta es una fotografía humanísima que rebasa su valor anecdótico. Franco estrecha la mano del chiquillo; está transmitiendo a un niño la tensión espiritual de España. Está inaugurando en un niño –en los niños- el sentido de responsabilidad.