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LOS HOMBRES DE LOS CURSILLOS

Juan Pasquau Guerrero

en SAFA. nº 19. Enero-febrero de 1963

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La presencia en la Institución de 310 adultos de 18 a 40 años en los Cursillos Intensivos de Formación Profesional, del Fondo de Protección del Trabajo, nos ha puesto en contacto con una representación muy significativa y varia –diez Centros- de lo que podíamos llamar el peonaje andaluz. El minero de Riotinto, el cerealista de Osuna, el aceitunero de Villanueva del Arzobispo, el bodeguero del Puerto de Santa María, trabaja, estudia, ora, ríe, paso ocho horas con nosotros en íntima comunicación de sus ideas, sus aspiraciones, sus calidades y defectos.

Primeramente nos ha sorprendido una voluntad de superación, una entrega al trabajo tal, que estos hombres han quemado etapas a un ritmo intenso no desaprovechando minuto en su aprendizaje, técnico y humano. Díganlo si no ese runruneo de sus limas sobre el hierro, ese almacén de sus piezas de torno o esa relación inacabable de ejercicios eléctricos realizados en tres meses. Ha habido una pasión noble y española en el trabajo, sin necesidad de ningún estímulo.

Pero la sorpresa ha sido mayor en la adaptabilidad, en la intuición técnica, en la capacidad que esos hombres demuestran de una formación que no tuvieron y la cual, aunque tardía, asimilan perfectamente. Tienen rapidez en la comprensión, finura y calidad en el trabajo manual y además constancia y tesón que se creían imposibles en el meridional. Tienen sobre todo una ilusión infantil, estrenada, de llegar a ser, de vivir más humanamente. Y por eso se entregan a sus educadores y no regatean esfuerzos y hasta se acercan más a Dios con toda sencillez.

Estos hombres nos acusan.

Hemos preferido vivir de los legendario y hemos atribuido al Andaluz defectos que no son suyos, sino que le nacen cuando lo abandonamos con pan y cebolla y sin más letras que las que aprendió en una mala escuela, prematuramente dejada, a que vague por la calle o la taberna y gamberree, con la guitarra en la mano, esperando lo contraten para un trabajo inestable.

Gracias a Dios lo que hemos aprendido en nuestra SAFA lo saben ya los madrileños y los hamburgueses y se comenta por todo el mundo: el peón andaluz llega a hacerse un inteligente obrero industrial y tiene además la dureza en el trabajo que le proporciona la austeridad del campo donde vivió.

¿Por qué entonces no lo aprendimos antes? ¿Por qué hemos preferido suponer que la industria española era para otras regiones a quienes juzgábamos más dotadas? ¿Por qué los dejamos ahora emigrar? ¿No será por la pereza de esos agricultores que no se atreven a montar industrias en su pueblo por falta de imaginación, de generosidad, de garra y arrojo, de ganas de trabajar y molestarse o por horror a vivir fuera de la ciudad? Porque ese material humano, esa riqueza andaluza de primera calidad, preparada para la industria en estos Cursillos, se trasladará inevitablemente a Madrid o a Barcelona a probar el suburbio triste, a volcar su riqueza sobre otros, y a dejar vacíos nuestros pueblos atrasados.

Si hemos analizado el problema bajo un punto de vista estrictamente humano, ¡qué nueva perspectiva de acusación cristiana cobra a la luz del Evangelio!