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FUE ASÍ
«Pues todo concertado, fue el Señor servido que el día de San Bartolomé tomaron hábito algunas y se puso el Santísimo Sacramento; con toda autoridad y fuerza quedó hecho nuestro monasterio del gloriosísimo padre nuestro San Josef, año de mil y quinientos sesenta y dos.» Es el hecho germinal de la Reforma Carmelita. La vida, la obra, los libros, las palabras de Teresa de Jesús, giran alrededor de este suceso que habría de proliferar egregia y prodigiosamente. Fundar un convento y después… muchos conventos a imagen y semejanza del primero. Radica aquí la gloria de Teresa de Cepeda y Ahumada, injerto para una espiritualidad que enflaquecía, que se apartaba de su fin. Devenía la profesión monástica en relaciones pseudomísticas y de nuevo Dios había de ser acarreado desde la periferia al centro de una religiosidad esplendorosa de ocasos, decandente entre púrpuras, oros y laureles. Urgía dotar de músculo, nervio y vértebras al afán ascético, descaecido, enervado de pálidas flores cansadas. Por eso, Teresa.
¿QUE HARÍA TERESA HOY?
Pero Teresa, en nuestro tiempo, ¿qué haría? ¿Fundaría también conventos? —se preguntan algunos con pereza más o menos escéptica. Y preguntan mal, porque no es posible situar a nadie fuera de su tiempo; porque el tiempo, que es materia del hombre, entra a formar parte del hombre. No es posible imaginar a Teresa de Jesús fuera del siglo XVI por la sencilla razón de que no es lícito imaginar a Teresa... fuera de Teresa. Así y todo, si ella "levantara la cabeza", si fuera viable figurarse a la santa de Ávila en una gran ciudad y en el siglo XX, si hubiera que concebirla entre nosotros, yo no me la represento de otra forma que fundando conventos, comunicándose con Dios, escribiendo obras de perfección. Pero fundando, orando y escribiendo sin salirse de su estilo.
¡Su estilo! Y, ¿no quedamos en que hay que adaptarse? La religiosidad con todos sus anejos —fe, caridad, perfección, oración, vida interior—, ¿no ha de atenerse a un ritmo nuevo? Resulta que, según conspicuas opiniones, la vida consagrada a la oración es un anacronismo. El castillo feudal, las Cortes de Amor, los libros de Caballería, la Inquisición, las gorgueras en el traje y las troneras en la muralla, no son anacronismos menores. Así es que —concluyendo los escépticos, más o menos perezosos— o Teresa en nuestro tiempo se dedica a tareas más prácticas o no es Teresa tan grande como se piensa. ¡Ah! —concederán—, bueno es que se rece para vivir, pero no se puede vivir para rezar.
CONTEMPLACIÓN Y ACTIVISMO
Es un error bastante frecuente suponer que se puede desmontar el Cristianismo pieza a pieza para estructurarlo después en ligazones nuevas. Por supuesto, que hay molduras accesorias en el retablo doctrinal del Cristianismo, y que los estilos de vida de cada tiempo hacen notar su influencia en los métodos de la espiritualidad. Pero si la historia de la Arquitectura está llena de hallazgos que no periclitan, que no mueren —tales, la columna, el arco, la bóveda, la cúpula—, aunque sus maneras en cada ocasión vayan impregnadas de distintos sabores y sapiencias; si la anatomía de cualquier verdad, en fin, es declinable pero sustancialmente irrevocable, hay que convenir igualmente en que los fundamentos religiosos —los fundamentos decimos— son únicos e irreemplazables cuando de la edificación de una espiritualidad consistente se trata. Pero de entre estos fundamentos, la oración y la ascesis no son los menos importantes. Deben de serlo en grado sumo, según el testimonio de los santos. Una vida de perfección sin oración—sin contemplaciones seguramente tan absurda como una catedral sin pilares o columnas.
Pues no es otra la cuestión: Teresa de Jesús, ahora, bajo el influjo de las con lentes actuales, ¿aconsejaría a sus monjas que se apeasen de su empeño místico para servir a Dios en otros menesteres? Si eso creemos, hay que Inducir nada menos que esto: El misticismo fue una eclosión temporal, limitada en el tiempo y en el espacio; no es una constante histórica.
Pero uno no cree que los místicos se hayan acabado. Menos aún, que haya que acabar con los místicos. Lo que sucede, quizá, es que faltan actualmente una Teresa y un Juan de la Cruz que los reclute: que los discrimine y reconozca. Ni es rigurosamente cierto que el ambiente de nuestra época sea menos favorable al cultivo místico y contemplativo. ¿Por qué? ¿Por qué iba a tropezar hoy Teresa con más dificultades? ¿Tuvo menos en su siglo? ¿Acaso entonces la comprendían? ¿Medían su talla, inclusive, todos los superiores religiosos de su tiempo? ¿La valoraban con justeza los "perlados", como ella les llama? ¿No resultaba rara, y visionaria, y fuera de lugar, en la misma Ávila de los Santos y de los Caballeros? Nunca ha sido popular el estado de perfección, y nunca meterse en un convento de clausura ha sido cosa demasiado corriente.
Pero se arguye: Ahora somos más activos.
ESPEJISMOS
Es la sugestión colectiva del momento: somos más activos que nunca. La literatura del activismo lo afirma así. Y como hacemos tantas cosas al cabo del día, ¿qué tiempo puede quedar a nadie para la contemplación? Sin embargo, hay indicios que invitan a pensar que el activismo de ahora tiene mucho de espejismo. Tan rápidos vuelan los aviones supersónicos y, en escala menor, tanto corren los coches y los trenes, son tantos los vehículos y las máquinas que nos rodean, que hemos llegado a pensar que nuestros hechos se mueven a la misma velocidad y que nuestro psiquismo se motoriza. Cuando, más bien, ese dinamismo externo suele corresponderse con una atonía de vida, con una laxitud de ánimo. Las excepciones confirman la regla, pero lo cierto es que no trabajamos más porque lo hagamos entre el ruido de las máquinas, o porque tengamos más prisa, o porque muchas ocupaciones nos den ocasión a ... desatenderlas todas. Exhibir más nervios no es tener más alma. Ser más activo no es padecer más fiebre. Por lo demás, el movimiento se demuestra andando; andando, no en coche. Chesterton, se regocijaba pensando en la velocidad que las piernas del peatón desarrollan, infinitamente superior a la del señor que ocupa el asiento de un automóvil. Pero es una comodidad estupenda creer que somos nosotros quienes nos movemos cuando el coche nos mueve. (Yo no digo que, situada aquí y ahora, la santa de Ávila hubiera desdeñado el avión. Lo que aseguro es que hubiera lamentado no ser ella el avión.)
LA ORACIÓN, "MÍNIMO BAROMÉTRICO"
Hilando el tema no es difícil llegar a la conclusión de que los activos, al fin y al cabo, son ellos: los contemplativos. Activos en grado eminente si no es que —a contrapelo de la historia de la Filosofía entera— negamos al alma la "moción", esto es, la facultad de moverse; la misma que, con mayor gratuidad, concedemos sin tasa al "Seat 600", a la prensa hidráulica y al carrousel de la feria. Si el alma se mueve, no hay actividad mayor que la de una monja carmelita. Está la enorme inquietud mística enmarcada en un exterior de quietud física, de localización en el recinto conventual, de la misma manera y por la misma razón que, viceversa, existe la inacción del profesional del activismo que posea su comodidad —su quietud— entre el vértigo.
Hay muchos grados de oración, ciertamente, y pretender que alcancen sus altas cimas todos los hombres es utópico; pero la de los místicos es de tres dimensiones, es tan honda como larga o ancha. Y en ese caso la oración no implica sosiego, sino que, supone la comunicación directa con Dios. Y es tan grande la diferencia de potencial entre lo divino y lo humano, que de todo puede llenarse la oración, entonces, menos de "calma chicha". ¿Había calma en los raptos de Teresa de Jesús? ¿No eran sus éxtasis auténticos ciclones espirituales? Dios soplaba su viento, llenaba de su ímpetu la humanidad de Teresa. La mística teresiana y sanjuanista se produce —permítaseme la expresión— en función de "mínimo barométrico". A la baja presión del espíritu desasido de las cosas, vaciado de afecciones terrenas, concurre, torrencial y como empujada desde las altas reglones, la Gracia. Y entonces, arrebatada el alma por la tromba de lo sobrenatural, asciende luminosa a las serenidades contemplativas. No es otra cosa la "Noche Oscura del Alma", sino el método del desprendimiento de lo visible con vistas a la plenitud de lo invisible: un desocupar el alma para la ocupación y conquista de Dios: "Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada."
Concebida así la oración —y así la concebía Teresa para su Reforma, y así la experimentaba ella—, ¿quién podrá reprochar a la oración de Inactiva? ¿Cabe dinamismo mayor?
LAS CARMELITAS, NOTICIA
Ahora, sí, Teresa seguiría fundando casas de oración. Haría comprender que orar no es, simplemente, rezar; que no es el sedante que muchos presumen, sino el acicate, el estímulo, la espuela para la actividad interna que todos necesitamos. De todas formas, su mensaje sigue vivo. Y no puede desconocerse que su ejemplo es operante. Hoy, los conventos teresianos, a despecho de las literaturas del activismo reales o posibles, continúan expedientando gracias del Cielo para la Tierra. Pero, además, la espiritualidad carmelita es venero inagotable que acerca a los "palomarcicos" de Teresa la admiración y la curiosidad atenta, cuando no el fervor, de las gentes. El padre Ismael de Santa Teresita, O. C. D., ilustre propulsor de las celebraciones del Centenario de la Reforma, nos ha hablado del insaciable interés que la vida contemplativa de las monjas despierta ahora en el mundo. Las agencias periodísticas, el cine, la televisión, buscan tema en las clausuras conventuales. "Las carmelitas son noticia"—decía.
Y es que puede que en la Humanidad empiece a pensarse en el viaje de regreso. Por lo menos, no son pocos los hombres que se han dado cuenta ya de que loa "Diálogos de Carmelitas" encierran más belleza y atisban más verdades que las prosas de Faulkner. ¿Estamos en presencia del gran fracaso del Mundo? Eso quieren los agoreros y, no obstante, mientras a cada hombre quede abierto el camino de la aventura —aventura con ventura— del cristiano, cualquier actitud fatídica, a lo Casandra, parece desajustada.
Pero siendo el retorno a Dios necesario, excelente es hacerlo vía Teresa de Ávila.
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