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Úbeda

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DIVAGAR... Y MÁS DIVAGAR (Prec. al tít: Aspectos de Úbeda)

Juan Pasquau Guerrero

en Revista Vbeda. Año 4, núm. 45, septiembre de 1953

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Aspectos de Úbeda

Cuando niño, antes de ir a la escuela, yo tenía de mi pueblo y del mudo este concepto aproximadamente: el mundo empezaba en Úbeda y, más allá de Úbeda, el mundo debía ser una cosa muy grande. Pero no me preocupaba lo grande que fuera. Lo cierto es que el mundo empezaba en Úbeda: estaba Úbeda en el extremo, en el borde, en el principio como si dijéramos de una línea cuya terminación no me preocupaba...

Después, en la escuela, uno principió a tener conceptos intelectuales; de esos conceptos que se aceptan sin entenderlos. ¡Qué extraño me parecía a mí que Úbeda no estuviese en el principio, sino en medio de la Tierra! Y, por añadidura —por si fuera poco sorpresa esa— resulta que el mundo era nada menos que una esfera, una bola...

Es evidente que, aunque la Cultura va decantando en nosotros las ideas, quedan siempre en nuestra mentalidad residuos más o menos subsconcientes de nuestras equivocadas ideas infantiles. Y así, cuando de mayores nos vemos obligados a aceptar que nuestro pueblo no está al principio, sino en medio, difícilmente podemos resignarnos sin embargo a que nuestro pueblo —nuestra patria chica— no sea lo mejor.

Y cuando después de un viaje regresamos a la ciudad natal nos parece, a pesar de todo lo que sabemos en contra, que nos reintegramos al núcleo primigenio, al meollo del Universo. Y es entonces también cuando, para justificar nuestra natural y patriótica preferencia, nos esforzamos en buscar a nuestro pueblo los caracteres diferenciales. De esta manera, derrotada aquella idea de que el mundo empezaba en nuestro pueblo, derrotada también, probablemente, la de que nuestro pueblo es «lo mejor», nos queda en última instancia la afirmación de que nuestro pueblo «es único» y que, por tanto, no se parece a ninguno.


Andalucía-Úbeda

La Geografía —es cierto— influye como factor decisivo en el carácter de un pueblo. Naturalmente, a este factor geográfico lo recogen otros factores y empiezan a jugar con él hasta deformarle o desfigurarle en absoluto.

No quiero opinar sobre si el factor geográfico que concurre a la producción del carácter ubetense ha sido deformado o no. No me atrevo a decir si Úbeda que, geográficamente, está en Andalucía, conserva o no en su patrimonio idiosincrásico la «legítima» al menos de su natural ascendencia andaluza. Habría que saber primero qué es eso de Andalucía; habría que poner de acuerdo todas las teorías, diferentes y hasta opuestas, que sobre Andalucía se han emitido.

Lo cierto, es que cualquier ubetense duda bastante en el momento de dar su asentimiento al factor geográfico que le define como andaluz. Aunque puede llegar la ocasión en que el ubetense se aleje bastante de su tierra y a él —que no sabe tocar la guitarra, que no torea ni canta flamenco— le digan que se parece portentosamente a Manolo Caracol... Entonces el ubetense se empieza a observar su pronunciación, analiza sus aficiones, para mientes en sus rasgos fisionómicos y se dice a sí mismo: «¡Caramba!, ¿será verdad que yo, también, soy un andaluz?»

¡Bah! Nada de eso, nada de eso. Con el andalucismo meramente geográfico de Úbeda ha jugado la historia a la pelota. Y le ha abollado bastante. Contando con que la historia no resida sólo y precisamente en el acontecimiento anecdótico de las batallas y de los hechos relampagueantes. La Historia, en los pueblos como en los individuos, está determinada también por la «posición económica» de los mismos, por la política y algunas veces por el capricho de algunos hombres influyentes.

Si se atiene a lo arquitectónico y urbanístico —elemento indispensable para la ambientación de un pueblo— Úbeda empezó a cobrar personalidad en la época renacentista. ¿Quedan resabios árabes en el laberíntico trazado de sus callejas? A pesar de que para encontrar «laberínticos trazados» en las callejas no hay que buscar los tres pies al gato pues cualquier ciudad castellana —poco arabizada por cierto— los tiene también; a pesar de eso, digo, la reminiscencia islámica en el trazado de Úbeda puede parecer, en cierto modo, probable. Pero, indudablemente, fue el Renacimiento quien se «plantó» en Úbeda, dejando, permitidme la frase, la mesa limpia... Fue el Renacimiento quien ganó la partida y tiró de Úbeda hacia Castilla. Claro que el renacentismo de Úbeda fue cosa de tres o cuatro señores «influyentes». Fue el capricho de los hermanos Cobos, de don Juan Vázquez de Molina, etc... Pero la obra, plasmada en monumentos, de esos señores, imprimió para siempre carácter a Úbeda. Carácter entre señorial, adusto y todo lo demás que se escribe del carácter de nuestra ciudad.

Una pequeña parte, pues, hay que asignar a la ambientación monumental renacentista de Úbeda a la hora de estudiar su carácter. No es tópico resobado. Es algo claro como el agua. Si obligado el ubetense, a hallar motivos razonables para su amor a la patria chica se pone a buscarlos, los encuentra en... los monumentos, porque cada uno se ufana de lo que puede. Y termina, necesariamente, el que ama a su pueblo, por querer también a sus monumentos y a conformar su existencia consciente o inconscientemente, con el carácter de sus monumentos. Si Úbeda pudiera ufanarse de barcos, en lugar de ufanarse de monumentos, sus habitantes modularían en su psicología una melodía marinera. Lo importante es hallar motivos —como decíamos antes— en que verter el amor innato al pueblo que nos vio nacer. Al hallarlos, toda nuestra vida se resiente de esos motivos, se moldea informada de ellos.

Úbeda señorial, renacentista, adusta, etcétera... ¿Úbeda es, además, Andalucía? Si la progenie reconocida del andalucismo es el arabismo, hay poca probabilidad de que Úbeda sea andaluza. La modernidad cristiana y renacentista aplastó en Úbeda al arabismo... No lo aplastó ni en Córdoba ni en Granada... Pero bien es cierto que no solo de pan vive el hombre y... no sólo de morunas influencias vive Andalucía. Las «teorías de Andalucía» —léase Ortega, léase Pemán— se entrecruzan, se cortan y se contradicen como sutiles alicatados. Habrá que dejar esto. Pero habrá que convenir de todas formas en que el andalucismo —y para saber lo que es el andalucismo basta a veces el sentido común, sin recurrir a las teorías— habrá que convenir, repito, en que el andalucismo de Úbeda es tibio y dudoso... A pesar de que a un ubetense, en Asturias, en Galicia o en Cataluña, puedan confundirle un poco con Manolo Caracol.

Úbeda está en la demarcación geográfica de Andalucía. Pero Úbeda no es Andalucía, ni Castilla, ni la Mancha, ni... Esto, al fin y al cabo, es lo que cualquier ubetense, como cada hijo de vecino, quiere demostrar: que su pueblo es único. Luego, puede demostrarlo o no; pero él ha hecho todo lo posible.


Úbeda agrícola

El espíritu de Úbeda —eso impalpable que sentimos de nuestro pueblo en los momentos de exaltación lírica— se alimenta de historia y de arte. Pero el organismo de Úbeda es... herbívoro.

Bueno, bueno; no es tanta extravangacia. Bien miradas las cosas, si se conviene en que el principal recurso de Úbeda es la agricultura, no hay motivos para escandalizarse al afirmar que Úbeda es «vegetariana».

No sé de qué argumentos usaría yo para establecer la diferencia entre los pueblos «carnívoros» y los pueblos «herbívoros». Los pueblos «carnívoros» suelen dar dentelladas a su alrededor: se alimentan de otros organismos de población más o menos semejantes a ellos. Las grandes capitales por lo general —focos de inmigración— engullen sin cesar a los hombres e muchas leguas a la redonda. Los engullen y los mastican y los digieren —sí señor— mediante esa serie de movimientos peristálticos de la urbe, desindividualizándoles un poco, mecanizándolos otro poco y atolondrándolos del todo. Es quimo humano —casi siempre— lo que circula por las grandes vías de la capital enorme; no son, enteramente, hombres. Naturalmente la gran industria, obra a modo de molino, de dentadura, en los pueblos carnívoros que no son sólo las grandes capitales sino, por lo común, todos los centros urbanos cuya vitalidad se mantiene a costa del trabajo activo del hombre y no por gracia del trabajo latente de la naturaleza misma.

He aquí por qué un pueblo agrícola nos parece un pueblo... «hervívoro». En los pueblos agrícolas es el campo el auténtico «productor» y sus obreros —los campesinos— son solo ayudantes, auxiliares de tercera como si dijéramos.

Creo que, no por otra cosa, la gente del campo conserva más intactamente puros sus perfiles «animales». Viven más «en bruto», menos trasegados, menos masticados, menos digeridos por las fauces de la Civilización. Sin que yo intente decir con esto —Dios me libre— que viven mejor, o que esto representa un bien. Lo único que señalo es que la naturaleza de estos hombres no sirve de pasto a la Gran Ciudad industrializada; y que de su carne no hace picadillo o conserva apetitosa la Civilización carnívora.

En resumen, ¿pueblos herbívoros? Viven de lo que da el campo. ¿Pueblos carnívoros? Viven de lo que dan los hombres.

Lo bueno de las naturalezas herbívoras —sean individuos, sean pueblos— es que tienen una organización predispuesta para la paz. Pongamos aquí toda la poesía que se nos ocurra sobre el apacentamiento... Pacen las ideas mansamente en los pueblos agrícolas aunque cierto que, alguna vez, por exceso de paz o por estancamiento, se pudren también. Porque este es el mayor inconveniente de los pueblos herbívoros: engordan un poco bestialmente y terminan por perder agilidad: se «agarbanzan», como suele decirse, con expresión muy gráfica.

Pero bien; Úbeda, herbívoro por naturaleza, empezó a adaptarse hace tiempo a un régimen mixto. No es sólo vegetariana Úbeda porque cuenta ya con importantes industrias que asimilan el trabajo de los hombres.

Y debe intensificarse más su adaptación. Habrá que aspirar, desde luego, a la Úbeda omnívora.

ANSELMO DE ESPONERA