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SANTIAGO Y GALICIA (Notas sin noticia)

Juan Pasquau Guerrero

en Diario ABC. 24 de julio de 1962

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Lo que ya decía, parece, San Isidoro de Sevilla: España es compleja y varia. "Las Españas" están dentro de la Península; no hay que salir de ella para encontrarlas allende el mar. Las de aquí nos bastan porque - no hay que darle vueltas- son las auténticas. Y las que no producen desengaños...

Tan compleja es España que Galicia es , también, España. Se atraviesa la vertebración carpetovetónica y la Vieja Castilla, tensa como un tambor, se ofrece, épica de resonancias heroicas, propicia a todas las divagaciones apologéticas de la raza. Pero hay un trozo de España, mejor o peor unido a Castilla por ese zurcido geológico, por ese cordaje un tanto caótico de los Montes de León, que se llama Galicia. Galicia es, en todo, España sin, para nada, ser Castilla.. He aquí el portento. O he aquí la paradoja. (¿He aquí el misterio?)

No se si es casualidad que el paisaje en Galicia se pone manso y dulce. Pero quedamos en que la casualidad no existe. Dicen los geólogos que se trata de terrenos antiguos, arcaicos y por esolo abrupto en esta región no tiene razón de ser. Tampoco falta, probablemente, un motivo racial para la dulcedumbre de sus gentes. Porque hay una blandura psicológica en las personas de Galicia, blandura de molusco, la calificó Unamuno, que parece una repercusión de lejanísimas modulaciones célticas. ¿Y el dialecto? En un parque de La Coruña existe un monumento conmemorativo dedicado a sir John Moore ,el general inglés muerto heroicamente en nuestra Guerra de la Independencia. Intenté pronunciar, no ya traducir, los versos de Rosalía de Castro esculpidos en piedra cerca del cenotafio que guarda las cenizas del extranjero amigo: versos en dialecto, laudatorios del guerrero que reposa junto al mar, lejos de su patria. No pude pronunciarlos porque mi fonética ibera hincaba el diente en las inflexiones levísimas, en las espirales de espuma del dialecto y...lo destrozaban. Sin embargo , pude oír cómo leía los mismos versos una preciosa muchacha gallega, y ya no tuvo, después, que traducírmelos al puro castellano: sobraban las palabras contantes y sonantes donde la música, difusa, lo había expresado todo. Viene esto a cuento de la dulcedumbre galaica : se suavizan las vertientes fonéticas como se suavizan las laderas de las montañas. Todo se desmaya al llegar a Galicia en pura ondulación. ¿Es mero cansancio telúrico la efusividad melancólica y tierna del paisaje?. Yo atravesaba estos campos gallegos - tan bellos, tan profusos, tan agobiantemente líricos- en una tarde estival.. Sobre el tapiz vegetal intenso, un cielo gris, gris, gris; las bocanadas de humo de la locomotora se perdían entre los helechos, allí mismo donde se arrebujaban los jirones de niebla. No aparecía ningún contraste irónico en el paisaje: ni siquiera éste, al que estamos acostumbrados en Andalucía, del cielo azul, alto, que quema en su claridad al humo. Ni aún el contrapunto jocundo de las flores. Era todo, nada más, verde. Por eso yo no podía creer en la primavera, en la perpetua primavera de los campos galaicos que me ponderaba alguien. Más bien me inclinaba a creer en el perenne otoño céltico, maduro y sabroso de azúcares voluptuosos; un otoño insólitamente verde, sí, pero de un verdor muy distinto al de la primavera. Porque el verdor de la primavera lo es alegremente ocasional e improvisado, fugitivo, espontáneo. Pero el verdor espeso de las tierras galaicas tiene todas las apariencias del fenómeno sistemático, preparado, elaborado previamente: es un verdor "profesional".

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Ni la alegría que, impaciente de euforia, desborda espuma por los flancos, ni el dolor que reduce el espacio vital de la existencia son climas adecuados para el espíritu. La mejor floración espiritual, la más selecta, se da, probablemente, en la zona templada de las afecciones. No es que el dolor o la alegría no sean - por ejemplo- materia poética, pero lo son, mejor, en la lejanía; porque tanto uno como otra representan granulaciones pasionales de demasiado calibre. Y la canalización del espíritu es, en cualquier caso una canalización sutil, delgadísima, capilar. Parece que únicamente cuando el dolor y la alegría pierden pujanza y actualidad - pierden graduación y espesor- pueden ser cernidos por la fina criba poética.

Galicia, verde, antigua, mansa, desprovista de cualquier agresividad, constituye indudablemente un clima, un ambiente de melancolía. La melancolía, como la niebla, enfunda las aristas de las cosas. Y ¿no es la melancolía una tristeza sin rabietas que renuncia al pataleo? ¿No es una tristeza que reflexiona, que vuelve sobre sí misma para destilar de la experiencia unas gotas de dulcísimo contentamiento?. ¿No representa un refinado narcisismo de la sensibilidad?. Peligrosas las aguas quietas, pantanosas, de la melancolía cuando enervan o ensucian el esfuerzo de la vida; maravillosas aguas, no obstante, cuando sirven de riego a esos brotes minúsculos, casi insignificantes, que cada día surgen en el alma de cada hombre: brotes en que se insinúan muchas sensaciones, y hasta ideaciones, de trascendente valor para el espíritu y que el nauseabundo "sentido practico" dominante se encarga de tener reclusas en lo más hondo...(A propósito. Se ha hablado mucho de la represión de los instintos fisiológicos. ¿Por qué no se habla un poco del nocivo, casi catastrófico, resultado que la represión de los instintos líricos del hombre está ocasionando?).

Se comprende mucho mejor la poesía de Rosalía de Castro después de haber visto la melancolía del paisaje de Galicia. Y sin propugnar la "poesía" melancólica a ultranza - que llevada a sus últimas consecuencias puede devenir en deletérea -, hay que confesar que es una de las especies más maravillosas de la poesía. (También se advierte que la poesía de Rosalía acusa una colaboración: Galicia y ella.)

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Galicia tiene su capital, que es Santiago de Compostela. No importa que Vigo tenga sus rascacielos y su puerto y su industria y su equipo de fútbol. Y que La Coruña disponga, asimismo, de su puerto, de su bella fisonomía urbana, de su brillante jovialidad y de su ...equipo de fútbol. La capital de Galicia es Santiago de Compostela, porque La Coruña y Vigo enseñan a Galicia la tentación del mar y, con ella, la tentación dispersa del mundo, tenido como uno de los enemigos del Alma. En La Coruña y Vigo, Galicia empieza a disimular su idiosincrasia: se hace cosmopolita. En Vigo y en La Coruña los gallegos sienten la invitación a la emigración; el prurito de irse, aunque sea para volver. En cambio, Santiago de Compostela lanza desde los primeros siglos mensajes a todos los puntos de la Cristiandad para que los cristianos vengan, vayan a Galicia. Santiago congrega en lugar de disgregar.

Pero Santiago no ratifica a Galicia; la rectifica. Porque Galicia es naturaleza y Santiago, además, es arte; porque Galicia está ensombrecida de nubosidades pánicas y Santiago ha levantado, sobre el ara de los supersticiosos sacerdocios druídicos, un diseño de claridades ecuménicas. En los puertos, Galicia emigra al mundo. Pero el mundo, reducido a unidad católica, ha peregrinado a Santiago. ¿Qué significa todo esto?

Puede ser todo una pura alegoría. O parecer simple divagación del que esto escribe. De todas formas, Santiago, en la dulce, en la indecisa, en la melancólica Galicia, representa, a modo de faro, cerca del mar de las tinieblas, el tónico acento afirmativo de la latinidad católica.

Santiago de Galicia: convocatoria a la unidad, encrucijada de Ecúmeno y Mundo; exorcización del Mundo, conversión frente a dispersión. Por eso es la capital de Galicia. ¿Cómo, sí, precisamente, la rectifica?. Pues por eso...Misión de la capital - de donde quiera que sea- es siempre rectificar. Bien entendido, naturalmente, que rectificar no es renegar. ¿Cómo vamos a sostener el disparate de que Santiago reniega de Galicia? Lo que hace es asumirla, para mejorarla. Y para comunicarla.