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LO DEL AÑO DOS MIL

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Jaén. 19 de agosto de 1972

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Si se hacen presagios para pasado mañana, el fallo importa bastante. Entonces al augur se le llama desaprensivo, ignorante o embustero. Por eso es aventuradísimo emitir profecías para pasado mañana. En cambio, ¿quién arriesga nada, dictami­nando lo que va a pasar en el año 2000, en el año 2050 o en el 2060? Nadie va a denunciar los fallos, porque de aquí a enton­ces todos calvos. O casi todos.
Todos los días, cualquier revista o periódico nos informa del año dos mil y siguientes. Por ejemplo hoy leo que un sabio, Rattray Taylor, precisa estupendos adelantos biológicos. Y has­ta asigna una fecha a cada uno de esos adelantos.

Vayamos por partes. Comencemos una a una las predic­ciones de Gordon Rattray Taylor.

Hacia el 2005 aparecerán las «inyecciones de memoria». Hace siete u ocho años, un servidor de Uds. visitó la Colegiata de Toro. No sé por qué hace unas noches quise imaginármela. No pude. Era la hora de dormirme. Me retrasó un poco el sueño la consideración, algo amarga, de que uno empieza a per­der la memoria. Si yo lograra vivir —cosa prácticamente impo­sible— en el 2005 me pondría una inyección de memoria y el re­cuerdo de la Colegiata de Toro me sería tan familiar como el de la iglesia mayor de mi pueblo. (Aunque mi caso es leve. «Todo el mundo se queja de falta de memoria y nadie se queja de falta de inteligencia», escribía La Rochefaucauld. Quizás por eso a nadie se le ocurre predecir cuándo van a inventarse las inyec­ciones de inteligencia. Nadie va a solicitarlas).

Más interesante es lo de la «dirección de los recuerdos». Gordon Rattray Taylor piensa que hacia el 2010 van a poder di­rigirse los recuerdos: es decir, va a ser viable proyectar focos mentales que disciernan entre la maraña de la memoria lo más apetecible. Esto, imagino, va a ser así como posibilitar una red de carreteras en el cerebro. Un señor se fugará por una de esas carreteras adelante hacia sus veinticinco. Y revivirá con absoluta nitidez el primer beso y la primera canción. Los recuerdos no serán propiamente recuerdos sino resurreciones. ¡Qué bonito! Lo malo es que uno pasa ya de los cincuenta y que el cerebro de no está ya para carreteras. ¡Y si no lo está ahora, como lo estaría dentro de cuarenta años!

Más difícil todavía Gordon Rattray Taylor juega con la posibilidad de que hacia el 2050 aparezcan en la Tierra, por milagros de la Genética, las primeras quimeras del hombre animal. ¿Se podrá ser caballo y profesor de la Universidad de Pricenton al mismo tiempo? Parece que sí, según Gordon Rattray Taylor. Pero hay algo más. Es decir, habrá algo más. Más sensacional. Habrá cerebros sin cuerpo. Y entonces lo de la importación y exportación de cerebros no será una metáfora. ¡Quien sabe! Hoy podemos facturar en un cajón los libros que acabamos de comprar en la librería. En el año 2050, poco más o menos, lo que podrá meterse en cajones serán los cerebros. Ce­saran los pretextos de las huelgas estudiantiles, piensa uno, cuando en cada Universidad se reciban a primeros de octubre de cada año remesas de cerebros sin cuerpo. Y ¿cómo van a poder explicar la lección en su cátedra esos cerebros sin cuerpo? Para cualquiera de nosotros imaginar este futurible es penoso. Para Gordon Rattray Taylor lo es menos. Porque Gordon Rattray Taylor, está viendo venir otro prodigioso invento: el del enlace cerebro-computador. Ya se sabe que los computadores calculan auna velocidad asombrosa, pero que, por grandes que sean sus operaciones y sus adivinaciones, trabajan, por así decirlo, en di­rección única, sin capacidad para simultanear las distintas pers­pectivas y visiones. Ahora bien, si un cerebro sin cuerpo se en­chufa —o algo así— con un computador, la cuestión cambia. Cambia «secundum Taylor».

Y lo del aplazamiento de la muerte —lograda la hibernación— será en el último tercio del siglo XXI, algo tan fácil como aplazar un viaje a Barcelona... o a Torreblascopedro. Gordon Rattray Taylor lleva hasta aquí sus optimismos. Esto es muy americano. Pero se deshace ante la contemplación de cualquier tumba, por mucho empeño que ponga uno en contrario. Esta tarde, en un pueblecito castellano —San Miguel del Pino— he estado yo viendo uno de esos cementerios de pue­blo —«corrales de muertos» que dice Unamuno— en los que cruces de forja oxidada surgen entre la hierba. Y he pensado que lo de la hibernación es un bromazo científico. Algunas predicciones nos llenan de esperanza. Otras nos hacen sonreír Otras, ¿no parecen grotescas?

Gordon Rattray Taylor también prevee el cultivo de animales inteligentes hacia el año 2050. ¿Aprenderán, o estarán en disposición de aprender, ecuaciones e integrales los toros de lidia allá para 2080? Recordamos la posibilidad a Antonio Díaz Cañábate.

Los adelantos biológicos, científicos y técnicos merecen un gran respeto y todos estamos pendientes de ellos. Pero sucede que así como al acercarse el año mil la Humanidad perdió los es­tribos de puro miedo, de temor de que el mundo iba a acabarse pues ahora, al contrario, al divisarse en el horizonte el año dos mil, se pierden también los estribos. Pero ahora se pierden por la ilusión utópica de un mundo feliz. Pero ni en el año mil se acabó el mundo, ni en el dos mil surgirá un mundo nuevo. Verán ustedes —ustedes los que lo vean llegar— cómo no.