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EL DESCENSO DE NUESTRA SEÑORA A LA CIUDAD DE JAÉN

Juan Pasquau Guerrero

en Diario ABC. 6 de junio de 1959

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¿Ensayamos otra vez el «escapismo»? Con más mo­destia, nos limitamos a la probatura de una pequeña fuga periodística. Una más... Estamos en el año del Señor de 1430. Trompas épicas, redobles de gesta: ¡La Recon­quista! Es aún empresa la Reconquista; todavía no es logro. Reina en España don Juan II. La perspectiva histó­rica de Castilla, ¿no permanece anublada? Once años han de transcurrir hasta que nazca Isabel. Y, sin embargo, Granada no es ya una lejanía... En las tierras fronterizas de Jaén el fuego renovado de mil combates va quemando los campos, va rociando las almas. La triunfal correría de don Alvaro de Luna, desde Córdoba, por la vega grana­dina, es el revulsivo de un enardecimiento sutil. La batalla de la Higueruela, o de Sierra Elvira —premisa mayor, quizá, para el silogismo en bárbara de la victoria— va a ser realidad un año más tarde: constituirá «el hecho de armas más notable de este reinado». «Relámpago de glo­ria —comentó Menéndez y Pelayo— que atraviesa las tinieblas y hace reverdecer las marchitas esperanzas de próxima y total extinción de la morisma.»

La circunstancia bélica hace de Jaén una ciudad des­venturada, expuesta al vaivén devastador de la lucha; ciudad a la intemperie, inerme bajo el giganteo alarde geológico de Jabalcuz, en la encrucijada misma de la aventura generosa. Empero, de este tiempo data, proba­blemente, la mejor ejecutoria de Jaén, cuya diócesis go­bierna, a la sazón, el buen obispo don Gonzalo de Stúñiga. Se trata de un suceso en verdad sorprendente, que inunda de religioso pasmo las ardidas almas de las gentes del «Santo Reino», arrebatado dos siglos ha al Islam por las huestes del Rey Fernando III. Un viejo pergamino lo relata en apretada prosa, que pugna inútilmente por envararse del empaque notarial. Inútilmente, porque la índole de los hechos a que alude escapa al influjo del al­midón curialesco. Porque se refiere, nada menos, que al «Descenso de Nuestra Señora» a la ciudad.

Cuatro son los testigos del prodigioso acontecimiento, cuyas declaraciones ante el bachiller en Decretos, provi­sor oficial y vicario general del Obispado de Jaén, don Juan Rodríguez de Villalpando, recoge la información testifical, que lleva la fecha de 13 de junio de 1430; docu­mento éste de estricta autenticidad, según certificado emitido recientemente por el «Archivo Histórico Nacio­nal». He aquí los nombres de los testigos: Pedro, hijo de luán Sánchez; luán, hijo de Usanda Gómez; luana Fer­nández, mujer de Aparicio Sánchez, y María Sánchez, mujer de Pero Hernández.

Curiosísimas, maravillosas, las manifestaciones de los testigos. Todos cuatro coinciden aproximadamente en la exposición y en el relato. A medianoche del 11 de junio de este año de 1430, «como cuando el relox da doze horas», discurre de cara a la iglesia de San Ildefonso, de la capital del Santo Reino —ellos presencian el suceso desde las ventanas o portillos de sus humildes viviendas—, una procesión extraña. Siete personas «que parescian ornes» portan sendas cruces, una en pos de otra, vestidas de blanco «y las vestiduras cumplidas hasta los pies»; detrás, otras veinte, también de blanco, que aparentaban «que yvan rezando». Seguidamente, «una dueña más alta que las otras personas, vestida de ropas blancas, llevava una falda tan grande como de dos brazadas y media o tres, y ella yva por sí en la processión atrás y que no yva acer­ca de ella otra persona...; que salía de su cara tanto res­plandor que alumbraba tanto o más que el sol, que por el resplandor parescian todas las casas de alrededor y aún las texas de los texados se determinavan así como si fuera mediodía y el sol bien resplandeciente». Cerrando el cortejo tras la «dueña», unas trescientas personas entre hombres y mujeres, y, al final, «cien ornes armados todos en blanco y que sonavan las armas».

Las declaraciones concuerdan asimismo al afirmar que el cortejo se detiene en la iglesia de San Ildefonso. «En las espaldas de la parte de afuera de dicha capilla —dice Pedro, hijo de luán Sánchez— viera aparejado un grande altar tan alto como una lanza y que relumbrava mucho, y mucho honrrado y compuesto el dicho altar». «Vido —continúa— que cantavan a alta voz hasta veinte personas... y que las voces parescian flacas como suelen tener los enfermos desque se levantan de la dolencia... y que llegando la gente al altozano cerca de la dicha ca­pilla, que se asentó la dicha dueña y toda la otra gente... y que vido a la dueña sentada como en ropa que resplan­decía como figura de plata.» María Sánchez, mujer de Pero Hernández, no vacila en identificar a la «dueña», que lle­vaba en los brazos un niño «como de cuatro meses y bien criadillo». Declara «que en viendo la dicha dueña y el dicho resplandor que uvo pavor súbitamente; y que luego uvo en ella reconocimiento que era la Virgen sancta Ma­ría, y que le vido a la dicha dueña una diadema puesta en la cabeza, según está figurada en el altar de la dicha iglesia, y que este conocimiento uvo por lo que dicho ha y porque era mucho semejable a la ymagen de nra. Se­ñora que está figurada en el dicho altar», aludiendo a la de la Virgen de la Capilla, Patrona de Jaén, que ya por aquel entonces se venera en la iglesia de San Ildefonso.
Este es el prodigio que recogen, casi sin excepción, las crónicas y romanceros de la época; al que presta sin­gular atención Argote de Molina en Nobleza de Andalucía, en su capítulo CCXIII; que figura en la Relación de Cosas Insignes, de Salcedo de Aguirre, impresa en Baeza en 1614; en el Sumario de Proezas, de Juan de Arquellada; en la Historia de la ciudad de Jaén, de Jiménez Patón (1628); en la Historia Eclesiástica, de Rus Puerta (1646); en el Teatro Eclesiástico, de Gil González Dávila (1645); en los Anales Eclesiásticos, de Ximena Jurado (1654), y en otros testimonios. Prodigio que si bien fue impugnado por el ilustre deán de Jaén Martínez de Mazas, en su Memorial, escrito en 1771, ha encontrado en todos los tiempos el asenso de la creencia piadosa, tanto en los eruditos como entre el pueblo. Si, como es lógico, la autoridad eclesiás­tica no pronunció nunca su veredicto acerca del Descenso de Nuestra Señora a la ciudad de Jaén, consta en Bulas y en Breves Pontificios el favor dispensado por los Papas a los fieles devotos de la imagen que se venera bajo la advocación de la Capilla, y que asume el fervor inspirado por el sorprendente suceso.
Bajo el pontificado diocesano del obispo fray Benito Marín (1750-1770) se construyó el retablo del altar del Descenso, magnífica obra de estilo barroco, que se atri­buyó a Luisa «la Roldana». En 1930, coincidiendo con el V centenario del Descenso, el primado de España, emi­nentísimo cardenal don Pedro Segura, coronó canónica­mente a la Virgen de la Capilla, siendo obispo de Jaén el doctor don Manuel Basulto Jiménez. Y el 11 de junio de 1944, con el doctor García y García de Castro, hoy arzobispo metropolitano de Granada, al frente de la dióce­sis de Jaén, se celebró el I Año Jubilar.

Cuenta el licenciado Antonio Becerra en el Memorial del Descenso, cuyo testimonio transcribe don Vicente Montuno Morente, en su excelente y exhaustiva monogra­fía Nuestra Señora de la Capilla, que el Rey don Felipe II envió, a lo largo y ancho de sus reinos, personas doctas que investigasen la historia de los santuarios e imágenes de España para enriquecer con la documentación aporta­da la biblioteca de El Escorial. Cuando el monje Jerónimo que visitó Jaén a tal efecto informó luego al Rey de la tradición jiennense, quedó el monarca maravillado y dijo que «en la materia ninguno llegaba a ser como el milagro de Jaén que entre los grandes es el mayor».

Merecía la pena destacar todo esto. Jaén, que, según otra tradición, que se remonta a los tiempos de San Eu­frasio, obispo de Iliturgi, venera en la reliquia del «Santo Rostro», que se conserva en la catedral, parte del paño de la Verónica, con la efigie del Señor, cuenta en abono de su piedad con la «Información Testifical del Descenso de Nuestra Señora». A favor de otros documentos, ni más ni menos falibles que el que nos ocupa, prodigios de igual género han alcanzado constante resonancia y aun ha re­percutido su fama allende nuestras fronteras... ¿Por qué el «Descenso de Nuestra Señora» a Jaén es tan poco co­nocido?