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GALLEGO-DÍAZ Y UN SONETO

Juan Pasquau Guerrero

en Diario ABC. 26 de febrero de 1965

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Avanza el tiempo en que la Matemática perfila su gran aventura. El carácter instrumental que tradicionalmente se le asignó ya no basta; su índole servil se acaba. Hay que hacerla salir de sus fronteras.

Me lo decía, con éstas o parecidas palabras, José Ga­llego-Díaz. Era en Madrid, allá por el año cincuenta y tantos, cuando había obtenido ya él, por oposición, su cátedra en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Agrónomos. Gallego-Díaz tenía una figura arrogante y ge­nerosa, era de una elegancia espiritual pocas veces supe­rada; pero estaba lejos de cualquier atildamiento indu­mentario. Aquel día llevaba dos barras de tiza en el bolsillo de la americana; quiero recordar que enredadas —como en cajón de sastre— con los billetes de banco que sacó para pagar la cuenta del restaurante.

Ahora, muy poco tiempo después de serle concedida la subvención de «Ford Foundation» para el desarrollo de las investigaciones sobre la Biología Matemática, nos vie­ne la noticia de su muerte trágica.

¿Es necesario enterar al lector de la egregia persona­lidad de José Gallego-Díaz? Durante los últimos años, la Prensa de todos los países se ha ocupado del profesor español cuyo magisterio (Universidad de Madrid, de Wisconsin, de Stanford, de Puerto Rico, del Zulia...) tuvo una decisiva repercusión en el mundo científico. Pero, ¿cuál ha sido, en síntesis, su aportación?

Naturalmente, no es punto éste a dilucidar por un profano. Pienso, no obstante, en aquellas palabras suyas: «Avanza el tiempo en que la Matemática perfila su gran aventura...». Creo que Gallego-Díaz, en la vanguardia de un movimiento de apertura, cuenta entre el número de los que pudiéramos llamar «progresistas» de las Ciencias Exactas. Toda su obra, a partir de la tesis «Sobre las hipó­tesis que sirven de fundamento a la economía», que le valió el Premio Extraordinario de Doctorado de la Univer­sidad de Madrid, está marcada por esta tendencia. Frente al inveterado inmovilismo que parecía, de Euclides acá, la nota típica de la Matemática, nuestro profesor se sitúa en la línea de Einstein y prepara a la investigación periplos inéditos. Es un adelantado del ecumenismo cientí­fico en el preciso tiempo de los especialismos, que mutua­mente se ignoran. ¿Espacio? ¿Tiempo?... ¿Filosofía? ¿Ciencia? ¿Arte?... Quizá todo confluye en el mismo vér­tice. Por lo pronto, Gallego-Díaz establece cordiales rela­ciones entre la Matemática y la Biología, y entre la Mate­mática y la Economía Política. Son expresivos a este respecto los títulos de algunos de sus ensayos: «Los espa­cios de Riemann y la Economía Matemática», «Una nueva teoría matemática de la división de las células», «Los mé­todos matemáticos en la Biología». Con Gallego-Díaz, las matemáticas abandonan su clásica frialdad hereditaria, desbordan su ceñido habitáculo e invaden campos que hasta hace poco le eran casi enteramente ajenos. Sutil enamoramiento —«emociones de la razón»— de las fór­mulas hieráticas. Maravillosa embriaguez de conquista. Épica aventura que introduce al Álgebra en los misterio­sos senos de la vida orgánica.

Es significativo que la vida de Gallego-Díaz trascienda de los medios estrictamente científicos y alcance a los cenáculos literarios, a las redacciones, a los círculos artís­ticos, a todos los sectores culturales. Pero es que —ya lo hemos recordado— el profesor de Madrid, de Stanford y del Zulia, no era un sabio aséptico, químicamente puro, esterilizado para la cordialidad y el vibrante humanismo en su torre de marfil. En efecto, el hombre que polemiza sobre Einstein, el hombre que colabora en las principales publicaciones científicas de Francia, de Italia, de Alema­nia, de Estados Unidos, del que el profesor Evis, de la Universidad del Maine, afirma que es «uno de los problemistas más sobresalientes del mundo», escribe para las revistas literarias, traduce a Kipling y comenta a los filó­sofos, se muestra devoto de la Historia, frecuenta el trato con los poetas y asiste con fruición a las corridas de toros.

Yo añadiré que Gallego-Díaz, incapaz por tempera­mento de cualquier actitud desarraigada, afincó siempre en sus vivencias juveniles el gran edificio de su personali­dad. A través de sus cartas mantuvo un contacto perma­nente con su pueblo, Úbeda, al que visitaba cada año, siquiera fuese fugazmente, al regreso de sus largos viajes. ¡Cómo evocaba entonces sus tiempos de bachillerato! ¡Cómo reía, se conmovía, recordaba, preguntaba! El elo­gio a su primer profesor de Matemáticas —orientador de su vocación científica— era capítulo obligado de su con­versación y de sus charlas. Le gustaba recorrer las viejas calles impregnadas de dulces memorias, se enardecía ante el paisaje de sus juegos infantiles, se interesaba acerca de la suerte de su primera novia..., reconocía el sonido de todas las campanas. Y, en una ocasión, desmantelada quizá su fortaleza de espíritu, puede que zozobrante su vitalidad ante no sé qué embates, enfermo de soledad, envía por correo urgente un espléndido donativo para la reconstruc­ción del camarín de la Patrona de su ciudad natal. Y con él, un soneto a la Virgen de la Soledad:

Recogía tu frente la victoria
de los primeros rayos encendidos
entre nubes de sueños florecidos
en jardines sin tiempo ni memoria.

Tu penetrante angustia transitoria
traspasaba los cielos encendidos
con color de tus ojos ya prendidos
como un poema en la Sagrada Historia.

Más tú, Señora, tu dolor venciste
a la sombra de humano crucifijo
y en un vuelo de amor tras El seguiste

sabiendo que, por dar lo que tú diste,
tu soledad, poblada de tu Hijo,
será siempre consuelo del más triste.

Yo, hoy, quiero soñar a Gallego-Díaz —el sabio mate­mático que enredaba en su bolsillo las barras de tiza y los billetes de Banco—; me lo imagino en un lugar ignoto, iluminado su espíritu en supremas esperanzas. Ha presen­tado su credencial de investigador infatigable; lleva su soneto cansado a la Virgen de la Soledad en la diestra...