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PLAYA

Juan Pasquau Guerrero

en Diario ABC. 15 de agosto de 1965

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Agua, tierra, aire, sol. Aproximadamente, tenderse en la playa es regresar a la caricia de los cuatro elementos clásicos. Caricia, porque ni el fuego quema, ni abisma el mar, ni abruman inertes geologías, ni arrebata el viento. Las olas, en la playa, quisieran dialogar; quisiera acceder la costa. Y, para el agua, el fuego se limita a rubricar manchas de luz y reverberos: pura retórica. Y el aire, graduado de brisa, abdica sus graves funciones; ablandado Eolo, todas las grímpolas de la euforia juvenil ondean su grito y su risa. El aire las asume en la cenefa litoral, en el encanto neutral de la arena y la espuma.


Pero el agua, la tierra, el aire y el sol son fuerzas sin forma, en desequilibrio perpetuo. Es el cuerpo —personal mundo concluso— quien integra contrarios y armoniza oponentes. Tendido en la playa, el cuerpo se siente resumen y se goza compendio; se reconoce forma y cifra, en medio de la inestable realidad que le circunda. Bien que el cuerpo es cuerpo —es síntesis y orden, es fisiología y anatomía— porque una instancia superior realiza y actualiza su perfil. (¿Usted no ha visto el alma en el cuerpo? Yo tampoco. Pero es porque el alma actúa, más que como «alto cargo» como «eminencia gris». No se hace visible.)

Reclinado en la arena, cerca de las olas, el cuerpo —«implicatio mundi»—no se detiene, sin embargo, a ahondar quietudes para que el espíritu formule mientras filosofías, Al contrario, el alma deja que el cuerpo desdoble sensaciones y despliegue elementales goces. El pensamiento suma productos; pero, en la playa, el cuerpo es biológico disfrute de los factores. Delicia del nadador que por unos instantes, ciñe al músculo su afán. Fruición del niño desnudo que, cuando hace barro con las olas, no teme que le sancionen manchas ni espontaneidades le delaten. Es que el cuerpo —efímeramente alejado de la habitual circunstancia del vestido— toma sus vacaciones al establecer relación con los «elementos», esto es, renovando el trato con los viejos parientes olvidados: tierra, fuego, viento y mar.

Aunque en el fondo todo es ironía y juego. Placer picante de engañar y sentirse engañado. La vuelta a la naturaleza, a estas alturas, ¿cómo puede hacerse sí no es bajo especies de Ironía? Bien seguro está el nadador de su ropa guardada en la caseta, y el niño de los juguetes atómicos que en la leonera le esperan. Y sabe la bella que su «maillot» es nada más un accidente. ¡Ay, si tuviéramos que tomar la playa —el aire, el sol, la tierra y las olas— en serio! ¡Ay, si nos encantase, de verdad, volver a lo elemental! Un amigo me decía:

—Lo estupendo de un día de campo o de un día de playa es que traen aparejadas deliciosas incomodidades que... no duran. Lo mejor del baño es que no suele pasar de quince minutos.

Porque parece cierto que la seguridad, cada día creciente, de trabajos cómodos está en relación directa con el auge de los deportes incómodos. Resulta indudable que en los tiempos de Cromagnón no existía el fútbol; pero no principalmente porque faltasen los balones, sino, más bien, porque sobraban las hombres con cansancio físico. Así, la playa, el deporte, el «camping», la felicidad que el hombre moderno siente al hallarse en «contacto con la naturaleza», no significan sino que la Prehistoria está demasiado lejos. (No hay peligro de que el champaña deje ilustrar la mesa de don Magnífico. Por eso don Magnífico siente un gran placer cuando, en la tasca de moda, practica el divertido «amateurismo» del tintorro).

Por lo demás, nada molesta tanto al Tarzán Moderno como comprobar, cuando regresa del «bosque» o de las olas, que dejó olvidado en los bolsillos de la chaqueta el paquete de cigarrillos.