Revista Vbeda Revista Ibiut Revista Gavellar Diario La Provincia Semanario Vida Nueva Revista Don Lope de Sosa
Nuestra web sólo almacenará en su ordenador una cookie.<br>
Cookies de terceros.Por el momento, al utilizar el servicio Analytics,  Google, puede almacenar cookies que serán 
procesadas  en los términos fijados en la Web Google.com. En breve intentaremos evitar esta situación.
Revista Códice Redonda de Miradores Artículos Peal de Becerro. Revista anual Fototeca Aviso
y más: En voz alta Club de Lectura Saudar.es Con otra voz En torno a la palabra

Úbeda

Guía histórico artística de Úbeda. En las mejores librerías. Pulse para conocer las fuentes que nos avalan


Quizás la mejor Guía de Úbeda.

 
    

SAN JUAN DE LA CRUZ Y EL «DIOS ESCONDIDO»

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Jaén. 1977

Volver

        

A este tiempo tan concurrido de criterios y tan huér­fano de verdades le faltan noticias de Dios. No interesa mucho Dios a la gente en cuanto tal gente; pero a quienes de manera personal importa Dios todavía, no se confor­man con someras referencias. Porque bastan dos líneas de una enciclopedia escolar para informarse lo suficiente de quién era Milciades o dónde está el Cabo Corrientes. En cambio, para ese saber de salvación que busca a Dios se necesita entera a la vida. No basta la misma Teología que en muchos casos estudia a Dios como si El se redujese a mero objeto de conocimiento. De Dios urge la vivencia y sucede que nosotros, pobres cristianos de 1977, aherro­jados en un mundo que se seculariza y se sume en agnos­ticismo..., sucede que estorbados, alienados en una so­ciedad que huye de lo sagrado, no disponemos de espacio y tiempo para que las «plazas fuertes» de la soledad y el silencio nos propicien la divina presencia. De ahí que esta época necesite de los místicos más que ninguna otra. Ellos tienen la ciencia, la intuición y hasta cierto punto la experiencia del Señor. Es preciso descansar en los mís­ticos y esperar que sus señales nos pongan en la pista de la alta ayuda.

A cualquier situación religiosa de desánimo —muy frecuente hoy— interesa decisivamente la estrofa del «Cántico espiritual», de San Juan de la Cruz, que grita desalada:

¿A dónde te escondiste,
Amado, y me dexaste con gemido?
Como el ciervo huíste
habiéndome herido
salí de ti clamando y eras ido.

Su perfección lírica es la «fermosa cobertura» de un contenido dramático. Aquí el carmelita es el intérprete de cualquier alma perdida. ¿Se nos ha ido el Señor o es que —párvulos— nos hemos extraviado de su mano?
Parece claro que el místico alude (aunque la estrofa puede también ceñir su sentido a un ámbito más para «iniciados» en el amor divino) a tal dificultad: al estorbo que lo mundanal opone para encontrar a «Deus absconditus». «Verdaderamente tú eres Dios escondido» (Isaías 45-15). «Si viniere a mí Dios no lo veré y si se fuere no lo entenderé» (Job, 9-11). Muy especialmente las estructuras del momento histórico que vivimos alejan la visión y el sentimiento de Dios, si bien es verdad —hay que decirlo— no tanto como para que nos acojamos a ellas como excu­sa en un «no puedo». Cuando es patente un «no quiero» que disfraza rebeldías con razonadas, y no razonables, apelaciones. Hay que ahondar en la cuestión de Dios. Está escondido, pera la corteza de su presencia es vehe­mente. De la mano de la estrofa sanjuanista vamos al desenlace del misterio recia y sucintamente argumentado en la octava epístola de San Pablo a los romanos.

Es intrínseco en la naturaleza el gemido. Es estructu­ral. Desde Demócrito hasta Malraux nadie lo ignora o niega. Forma parte de la condición humana. San Pablo lo atribuye a la ausencia de Dios. La Creación es per­fecta, pero algo y alguien introdujeron el fermento de corrupción y, desde entonces, no hay otro remedio que la esperanza. «La Creación misma será liberada de la servidumbre de la corrupción, pasando a la libertad de los hijos de Dios» (Romanos, 8-21). La corrupción, para­lelamente a la esperanza, promueve el «gemido». «La Creación entera lanza un gemido universal y anda toda ella con dolores de parto» (Romanos, 8-22). Ahora bien: es en el interior del hombre (en «las profundas cavernas del sentido», dice San Juan de la Cruz) donde el gemido se agranda en ecos interminables. «Nos intra nos geminus expectantes adoption em filiorum Dei» (Romanos, 8-21). Traduce maravillosamente el poeta de la «Noche Oscu­ra»: «Nosotros dentro de nosotros tenemos el gemido esperando la adopción y posesión de los hijos de Dios».

De tal manera que con la seguridad mística de la inte­rior posesión divina poco importará el esconderse y el mostrarse alternativos del Dios incógnito. «Como el cier­vo huíste», exclama el santo. Pero como al huir dejó seña­les, prendas de «encendidos toques de amor que a manera de saetas de fuego hieren y traspasan el alma», ni siquie­ra, después, ningún provisional desaliento o eclipse del «Deus absconditus» será causa o motivo para la infide­lidad y el derrumbamiento. «Salí tras ti clamando y eras ido». En efecto, el Amado, el Incógnito, el Redentor, Dios, nos espejea en el ánimo y se va: nos enciende y huye. Pero es así la esencia de la Fe. La Fe no es un seguro, tipo póliza, de salvación. Rebajaría su calidad y su fuerza. La Fe nos ilumina de ascuas vivas, pero es misión nuestra luego procurar que las ascuas no se apaguen. Es obliga­ción conservar gracia y gracias hasta el nuevo encendi­miento patente. Tal es el trabajo del creyente, del ama­dor, del «siervo» de Dios. Pena y «gemido» —lucha—, necesarios: estructuradores del drama de la esperanza teologal entre el quehacer mundanal. Gemido que el carmelita glosa así: «Penando en los aires del amor sin arrimo de ti y de mí».

¡Limpieza, belleza, dechado de expresión! «Penar en los aires del amor». Es que nada más los místicos saben cumplidamente la ciencia del saber amoroso. Los demás nada más somos palabreros del amor. Sólo la religión sentida en el tuétano de la hondura nos trasciende. Y no podemos trascender de otra manera. Si la fe medularmente penetra, los otros saberes, las filosofías inclusive, ¿representan para el místico algo más que adicionales confituras? «Éntreme donde no supe / y quédeme no sa­biendo / toda ciencia trascendiendo». Es posible que la oscuridad tiente, pero la esperanza levanta. «A oscuras y segura». Como diciendo: A oscuras, sin arrimo; pero fir­me hacia la altura. «Voy de vuelo», advierte el santo. No va a rastrear alimañas, a prestar vulgares satisfacciones de la «carne o el sentido». Va en montería mayor: «Volé tan alto, tan alto / que le di a la caza alcance».
Urge, sí, San Juan de la Cruz como guía, aquí y ahora. Muchos somos quienes no entendemos a esa especie de teólogos novísimos que bifurcan o ramifican sus ímpetus, yéndose por las ramas de las sociologías y de los huma­nismos puramente domésticos. Los saberes y remedios «caseros» están encomendados a otros trabajadores de la Viña del Señor.

Es inaplazable. Necesitamos noticias de Dios. Pero, sobre todo, vivencias. «¿Tiene usted algunas vivencias re­ligiosas?» —preguntaba no hace mucho Gironella a cien españoles—. La mayoría venía a contestar que no. Pero es que no se tienen vivencias religiosas, y tampoco fe, si antes no se desea tenerlas. Se advierte en seguida, leyendo a los místicos, que la experiencia religiosa no se puede fingir y es lo más difícil de imitar. El mismo Federico Nietzsche, en unos instantes de tregua que se concede en su lucha contra el Cristianismo, escribe: «Amar al hombre por amor a Dios; ese ha sido hasta ahora el semtimiento más aristocrático y remoto al que han llegado los hombres».

En los místicos está la única explicación ... y solución del «gemido».