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SUS NÚMEROS

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Ideal. 24 de febrero de 1972

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—Espere, tendré que hacer números.

Es respuesta de todos, en la pro­posición del negocio y en la del ocio; cuando viene alguien y nos proyecta una feliz inversión o unas venturosas vacaciones. Por­que esta es una "profesión" del día: "Manager" de la comodidad ajena, de la diversión ajena, de la prosperidad, en fin, del próji­mo. (¿Por amor de caridad? No, no. "Pane lucrando"...)

Pero a quien viene así de ge­neroso hay que decirle eso: Que espere, que le contestaremos ma­ñana, que cuando "hagamos nú­meros"...

¡Hacer números! ¡Qué bien! ¿Se acuerdan ustedes del brillo que les dio Pitágoras? Les atribuyó un origen casi divino; sin ellos, lo de la "música de las es­trellas" no hubiera prosperado, y, por supuesto, tampoco, la música del arpa. Pero los números caye­ron de su cielo platónico en la prosa de cada día. Y fueron or­ganizados. Vino la idea de ha­cerlos instrumentos útiles. Sur­gieron los sistemas de numera­ción. Contar, medir, pesar, ¡ahí es nada! De pronto, la Civiliza­ción se polarizo así: Cantidad, me­dida, peso. Decididamente, ya en el XIX, Comte y Stuart Mill, de­dican su existencia a no consentir que la vida —ese fluido— se sal­ga de las "casillas" (hechos reducibles a números) que ellos le preparan. Reacciones, claro que ha habido después contra el positi­vismo. No obstante, los números —¿para siempre?—, están ahí, ca­da vez más útiles, más servicia­les, más abundantes, más prolífi­cos. Están ahí, ¿cómo? Bueno; lo hacen tan bien que nos achican, nos ahogan. Yo no sé si se ha terminado ya la Metafísica, pero la Estadística tiene suspendida so­bre ella su espada de Damocles. ¿De dónde le vienen ahora a la mayoría de la gente las ideas? De las estadísticas, de los bare­mos, de las encuestas. Y está muy bien que, por ejemplo, las "cifras de producción" constituyan una muestra predominante de la Cul­tura; pero uno sospecha que los números, a veces, se salen de ties­to. Conocer es operación huma­na ineludible y, como nos dimos cuenta de que los números son clarísimos, a ellos los constitui­mos en medios casi exclusivos de todo conocimiento. Es demasiado. Desde lo más trascendente hasta lo más trivial, todo empieza a dár­senos en cifras. El número su­planta al verbo ¿Cómo se divier­ten en París? Un periodista trae hoy la respuesta clara. En París cuesta cinco veces más que en Madrid una noche de teatro, y en Tokio el teatro es ocho veces más caro. ¿Cuánto supone en Bruse­las y en Londres alegrarse con unas copas? Cuesta por lo me­nos, el doble que en Palencia

Hacer números, oficio de todos. Pero hay otra cosa: Están, ade­más, los que, inexorablemente, se nos dan hechos. Los que nos in­forman de lo nuestro, incluso de lo personal e intransferible. Y contra estos no hay "tío páseme usted el río". Cualquier hombre tiene hoy sus números irrenunciables. Ya en la escuela empiezan a asignar a cada uno cifras de las que no se va a poder emancipar jamás; el "coeficiente inte­lectual", entre otros mu­chos. ¡Ay, Señor! La inte­ligencia, la atención, la fan­tasía, el temperamento... ¡qué no se mide hoy! Test, pruebas y "perfiles" dan he­cha (¿la dan de verdad?), la definición de cada ado­lescente.

Pues, luego vamos al chequeo médico y las cifras nos arrollan. Irremediable. Número de glóbulos, de leucocitos, porcentaje de colesterol, de urea, de albúmina. Nú­mero de pulsaciones, cifra de la tensión arterial. Y ese otro test de los "iones". En la sangre, en la orina, en los sismos imper­ceptibles del cerebro, en los lati­dos del corazón, tenemos números, números, números. Nuestros números. Menos mal que el doctor es un humanista.

—Doctor, esto, ¿es grave?
—Bueno, mire: Esto son cifras.

No lo niegue nadie. Los test y los chequeos dan motivos para iniciar cualquier conversación. En lugar de preguntar por la familia o por la salud, usted puede em­pezar: ¿Cómo van sus números?

Pues, sin embargo, hay también una especie de "crisis del núme­ro". Javier de Lorenzo ha publi­cado un libro titulado "Introduc­ción al estilo matemático", en el que se dice que el número pierde su ontología —su "estatua"— para hacerse, más bien, realidad dinámica; que hay que pasar de la idea de número a la idea de función. Dice más. Dice que no es que la Matemática haya evolu­cionado de Pitágoras a Einstein, pasando por Euclides: sino que hay muchas matemáticas, y que cada cultura es capaz de una matemática distinta. A este efecto, es interesantísima la exposición que del libro de Javier de Loren­zo ha escrito Rocamora...

Si el número entra en crisis, me acuerdo del maestro de Eckehart que escribió: "Dios es uno sin número; está por encima del nú­mero". Y como uno es algo exage­rado, al leer las palabras del maes­tro de Eckehart, piensa: ¿No será, entonces, que los números —tanto número— son más bien un casti­go? ¡Más bien un castigo que un premio! ¡Mal acuerdo el de Pi­tágoras al descender los números de la música de las esferas al suelo del planeta!

(—Oiga, oiga, y ese maestro de Eskehart, ¿quién es?
—Eckehart es un monje filósofo nacido en 1360
—¿Dice un monje, filósofo y del sillo XIII? ¡Oué bárbaro!
—Era un hombre que ahondaba con sus cangilones en su pozo
—Pero, pero, ¿cuáles eran sus números?
—No sé. Quizás en su convento los números eran llamadas de campanas y tenían estos nombres: Prima, Tercia, Sexta, Nona. Eskehart escribió un libro titulado "Del Consuelo Divino".
—Así se explica)