|
Úbeda concorda sus escondidas resonancias en una entrañable melodía sagrada. Se hace la ciudad, entonces, liturgia y salmo. De sus fondos, de sus alvéolos más recónditos surge un ansia fina de amor. ¿Florecen rosas de oración, cuajadas de exultante esperanza en sus plazas monumentales, en sus iglesias renacentistas y góticas? Puja también la eclosión modesta de mil margaritas silenciosas en sus callejas añorantes. Humilde y alta piedad de las gentes que aún no han invertido los valores; de los hombres que intuyen cómo el drama del universo ajusta sus quicios al conmovido perfil del Viernes Santo. Y cómo toda la gloria humana pasa como el heno si no se afirma en raíces teologales; si no acompasa su júbilo al júbilo de las campanas que anuncian la Resurrección del Señor.
En Semana Santa, Úbeda despierta a su historia, delicadamente la sacude. Y hay una comunidad —auténtica fraternidad ecuménica— de los que fueron, de los que son, de los que serán...
Cristo enseña a Úbeda su dolor. Y sus recintos se impregnan de suavidad eucarística. Llueve sobre el buen pueblo, que se arracima en las esquinas al paso de las procesiones, la caricia inmensa de lo eterno. ¡Jueves Santo! "Dios está aquí, venid y adoremos", cantan los blasones de los palacios y de los templos, testigos de excepción de un recio vigor cristiano que no abdica; que no se dobla ante el hostil viento impío ni se abate ante los manierismos frivolos que prometen la embriaguez y niegan el vino...
(Guía de Semana Santa de Úbeda)
|