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CULTURA NEUTRAL?

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Ideal. (Diálogo) 14 de noviembre de 1976

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Que estemos obligados a una base cultural no es lo mismo —es quizás lo contrario— que decir que toda la cultura debe venirnos de la base. Es lo que llaman la "cultura democrática". La democracia es una encomiable meto­dología política que algunos, sin em­bargo, no terminan de aceptar ponien­do el ejemplo del nazismo que fue ele­vado al poder, en Alemania, por su­fragio universal, igual, directo y se­creto. Pero si, con las obligadas discrepancias, se acepta que la democra­cia es un saludable instrumento para la elección de nuestros representantes en la legislación y en el gobierno de la cosa pública, ello no es motivo su­ficiente para hacer de la democracia un dogma intocable al que haya que sujetarse en todos los demás aspectos vitales —que son muchos— aparte de la política. ¿Qué sucede en algunos ámbitos religiosos? Se prodigan, más de lo previsto, los grupos que abogan por un gobierno de la base —surgido del común de los fieles— para el tra­tamiento de los problemas eclesiales. Pero el cardenal Tarancón —trans­cribo literalmente— ha dicho meri­dianamente, hace menos de un mes, siguiendo las reiteradas manifestacio­nes de Pablo VI, que "la autoridad de la Iglesia proviene directamente de Cristo, no del pueblo", y que “los que ejercen algún ministerio en la Igle­sia, son enviados de Cristo, no dipu­tados del pueblo". Analógicamente, trasladados ahora al campo de la Cultura, habría que decir que las ciencias, las artes, las ideologías no tienen ni pueden tener un origen estrictamente democrático. Ni Sócrates, ni Descartes, ni Homero, ni Galileo, ni Leonardo, ni Kant, ni Einstein, han sacado su pensamiento, sus postulados científicos, sus poemas o sus cuadros empujados y elegidos por el imponente y sagrado voto po­pular, sino que la inspiración les ha brotado de sus propios númenes. Y han sido sus sabias creaciones quie­nes han convertido a la masa en pue­blo y no al revés: no el pueblo quien ha influido en la masa cerebral de los sabios y artistas, hasta hacer bro­tar de ellas las chispas o las llamara­das del genio. No fue Miguel Ángel un diputado cultural; no hizo su Moi­sés asumiendo la representación de la Ciudad de Florencia. Ni Pascal con­sultó a ninguno de sus convecinos para que le pusieran en la pista del descubrimiento de su famoso Principio. Y así siempre. Incluso en el campo poético no es que "haya poetas del pueblo", porque si es cierto que hay poetas que eligen el tema, el estilo o la forma popular, no es verdad que sea el pueblo quien elige a su poeta. (Y en el caso de que lo eligiera, ¿acer­taría en la elección si faltara una especie de pedagogía previa?)

Todo esto de la Cultura es muy complicado. De otra parte se suele confundir la cultura, en no pocas oca­siones, con sus datos previos. Se dice de alguien que es una persona muy culta cuando dispone de mucha infor­mación, cuando cuenta con abundan­tes conocimientos de todas las mate­rias. Creo que una Cultura es algo más; para ser tal, ha de ordenar, in­terpretar y sintetizar de tal forma los datos que pongan en disposición, a la persona culta, o a la sociedad culta, de dar una dirección, un sentido, una concepción del mundo enriquecedora de .la vida. Una cultura sólo merece su nombre cuando ofrece o busca con ahínco respuestas para las primeras y últimas preguntas del hombre: qué y quién soy, adónde voy, de dónde vengo y por qué. Preguntas que, precisamente por difíciles, merecen la pena de toda una Civilización o civilizaciones que si no les dieran o tra­bajaran por darles cumplida respuesta, habrá que juzgarlas de vacías e in­útiles. ¡Es lo que, según mentes avi­zoras, empieza a suceder en este mun­do más actual —por supuesto— que interesante, repleto de información suelta, diarreica, porque apenas fun­cionan los jugos espirituales (perdón por la frase antinómica) que acierten a verificar la asimilación y el meta­bolismo necesarios! Querer, entonces, evaluar una cultura, aceptando demo­cráticamente las cifras que dan sus sucesos, sus datos y sus análisis, y obrando al dictado de ellos en lugar de corregirlos y mejorarlos, sería pro­ceder como el clínico que en un con­formismo "conmovedor", aprobase el recuento, la forma y el modo de las células de un tumor y, respetuoso con las misma, en lugar de evitar su pro­liferación se pusiese a mimarlas. Siem­pre en la historia de la humanidad, los análisis acusaron las situaciones sanas y las situaciones patológicas. Y, quizás, para ello las distintas culturas reaccionaron en consecuencia, abrien­do rutas u obstaculizando los "cami­nos que van a ninguna parte". No es cultura "represiva" la que estorba los "caminos que no van a ninguna par­te", sino, precisamente, "educativa".

El cuerpo cultural no basta. El con­junto de conocimientos y técnicas —hoy tan exuberante— exige un al­ma que mueva y dirija y lleve a puer­to —a buen puerto— a la sociedad y al hombre. Pero este pilotaje exige manos expertas y no multitudinarias manos. Reclama cerebros y no simples fuerzas sin norte. Yo no creó que pue­da haber una cultura neutra. Toda cultura, en última instancia, ha de ser beligerante. No puede limitarse a exponer, sino a proponer. Así, para los cristianos —y digo más claro, para los católicos— la religión no es una fe que se queda en fe, sino que acarrea una ideología y hasta una cultura. ¡Algunos quisieran dejar a la fe re­ligiosa "en los huesos", desproveyén­dola de su carnación, de su carne y sangre cultural que rehizo las estruc­turas de la historia. Olvidan que es en la médula dentro del esqueleto donde la sangre se crea y que el es­queleto está para eso. No es válido, por tanto, decir que la religión no es una ideología. Por supuesto es, ante todo, una fe. Pero una fe que engen­dra una especial manera de ser en la persona: es decir una fe que realiza auténtica cultura porque no deja al hombre a la intemperie.

Si la cultura no puede ser neutra, tampoco puede serlo la enseñanza. Respecto a la religión como norte de una cultura —la cristiana— la Conferencia Episcopal Española ha ma­nifestado en solemne documento, que "todo modelo de enseñanza propone de hecho un sentido de la vida y de­trás de él hay siempre un proyecto del hombre". Deja firmemente ex­puesta la declaración la doctrina de que en todas las escuelas, oficiales o privadas, en donde los alumnos estén bautizados, tiene que preocuparse vi­vamente la Iglesia de que se imparta en ella la educación religiosa, mien­tras los padres no se opongan a ella.

Claro está que escribo así desde mi punto de vista cristiano. Si yo fuese marxista propugnaría una enseñanza y una cultura marxistas. Lo que no propugnaría nunca es una cultura y una enseñanza neutras. Para ello ten­dría que partir de un agnosticismo. Pero un agnosticismo puede engen­drar una Civilización, no una cultura. El marxismo, todavía es una postu­ra. El agnosticismo y el pragmatismo radical renuncian incluso a la postu­ra. No hay —creo— nada tan anodi­no como una civilización sin cultura: Es, en el mejor de los casos, un aná­lisis sin síntesis posterior. O como un abrir el pecho o el vientre del enfer­mo para la simple observación, sin propósito de diagnóstico alguno.