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EL MALESTAR DE LA CULTURA

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Ideal. 22 de julio de 1977

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Un columnista de un diario madrileño comentaba con repuntos de ironía la crea­ción en España del minis­terio de "Cultura y Bien­estar". ¿De verdad está relacionada —venía a preguntarse el periodista— la cultura con el bienestar? ¿En al­guna parte, en algún país, a más cultura corresponde más bienestar o se da, mejor, una relación inversa?

Creo que fue Roger Bacón —ya ha­ce siglos— quien profundamente se lamentaba suspirante: "Añade dolor quien añade ciencia". Pero remon­tándonos más, comprobamos que a Salomón le dolía agudamente la sa­biduría. El "Eclesiastés" constituye la más lancinante sátira de la vani­dad, hasta el punto de que cualquier tratado de la "dignidad humana" que se basase en el "Eclesiastés" habría de descargarse del lastre de no po­cos optimismos más o menos estúpi­dos para situarse en el punto dé flo­tación preciso, es decir, en una línea realista de equilibrio.

No está el bienestar en relación de efecto-causa con la cultura. Cual­quiera comprueba que hay libros que cierran los párpados invitando a la siesta y espacios de televisión que sir­ven para lo mismo. Pero la genuina cultura no da sueño. Lo primero que se dice de una persona para ponde­rar que conoce y quiere muchas co­sas —que esto es la cultura— es que es un "hombre inquieto".

Sin embargo, hay culturas más tranquilas que otras. Las hay que dejan sitio para un pequeño sueño y otras que no. La actualísima —más bien parece un rompecabezas con pie­zas que no encalan—, desazona. Aho­ra, anota Arnold Hauser, "hay una falta de confianza en el sentido de la cultura".

¿De quién es la culpa? Ah, pues vaya usted a saber. Freud alude direc­tamente al "malestar de la cultura", denunciado antes por Rousseau. Como es sabido, el psicoanalista vienés atribuye todas las neurosis al dichoso "disfraz" represivo que el "yo" y el "super-ego" endosan al ímpetu abismal del subconsciente. La cultu­ra, si siguiésemos fidelísimos de Freud, es bonito quehacer del hombre: pero es cosa racional, es cosa de ideas, citando el hombre, precisamente, ni lógica ni ideas pretende desde su hondura. "Cría ideas —podía haber parodiado Freud— y te comerán el sexo... e incluso el seso".

Pero trasladémonos de Freud a Karl Marx. Entre judíos anda el juego. Si las respectivas jugadas cultu­rales varían, los sistemas se parecen. También Marx cree en los "disfra­ces". Emparedado entre la "super-estructura" —obra de espíritu es de­cir, de cultura— y las "infraestructu­ras", ¿quién conocerá de verdad al hombre? Freud señalaba el malogro del "yo" entre el "super-ego" y el "ello", y Marx se lamenta casi de lo mismo. Aunque la manzana de la dis­cordia que Freud la arranca poco más o menos del sexo reprimido, la funda Marx en la opresión económica. Pero Marx, más optimista, más iluso, idea la mecánica dialéctica con salida al "paraíso" de la nivelación de clases y rentas. En cambio, para Freud, la solución se aleja casi definitivamen­te, porque él no tiene fe en ninguna dialéctica —y menos en una provi­dencia— sino que se limita a creer en una constitución estática y cerrada del hombre. Uno y otro, no obstante —Freud y Mark—, coinciden en el talante más bien patológico de la cul­tura, bien sea en uno por peligro de "neurosis" y en otro de "alienación". Si agotamos hasta sus últimas consecuencias a Freud y a Marx, ha­bría que deducir que, por lo menos, esta cultura estorba. De ahí que Marx y los suyos quisieran traer una dis­tinta. Se la están inventando hace bastante tiempo. Yo creo que no dan con ella. Ya es difícil inventar otra economía. ¿Cómo van a sacarse de la manga otra cultura?

Queda Nietzsche. Fue más ambicio­so. No se limitó a preconizar otra cultura. Ambicionó más. Quiso otro hombre. Toda la obra descomunal, gi­gantesca, plena de claroscuros, tor­mentas, durezas y ternezas del filóso­fo alemán, parece un escenario pre­parado para el nacimiento del "super-hombre". El "super-hombre" que, como Sansón agarrado a las co­lumnas del templo de Dagón, arram­blaría con todo lo existente hacia la instalación de un mundo de nueva planta. Ahora bien; igual que Freud y Marx, Nietzsche cree en los "dis­fraces". La segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX, son devo­tas del Carnaval. Para Nietzsche, la "máscara" del hombre es el cristia­nismo. Con su voluntad de amor, el cristianismo ha engendrado una pie­dad, una debilidad, una moral que han desfigurado las facies vigorosas del "afán de poderío", que significa lo humano en la Historia, ocultando así, según él, la auténtica y primige­nia energía tras las caretas de va­lores fungibles.

Como se ve, Marx y Nietzsche son opuestos por el vértice, si bien la in­congruencia cultural de no pocos marxistas los hacen compatibles. Cier­to que marxismo y voluntarismo nietzscheano arrancan de un concep­to ateo de la existencia. La diferen­cia radica en que Marx —utópico— espera del hombre, cumplida la diná­mica de la Historia, lo que renuncia a esperar de Dios. Mientras que Nietzsche no espera nada de Dios ni del hombre. Espera, sí, de otro hom­bre antropológica y psicológicamente distinto. Distinto y por venir, en fun­ción de no sé qué escatología particular que Nietzsche poetiza y profeti­za... Freud, resulta, pues, un obseso. Marx, un utópico. Nietzsche, un lo­co... (Geniales, sí; pero así.)

Nuestros Jóvenes, entre Marx, Freud y Nietzsche, andan muy atareados si se deciden por la cultura. Muy divertidos si nada más juegan a ella. No hay, de todas formas, que tomar la cosa con frivolidad. Menos aún, con ingenuidad. Tanto la cultura como la vida se están poniendo bastante difí­ciles. Hay que salir de estos atolladeros, de estas ilusiones sin estrellas y de estas estrellas caídas a la basura. De este malestar, encuadrado en pro­gramas de bienestar. ¿De esta cultura que carece de clave? Me acuerdo de Blondel en este mar de perplejidades. Frente a quienes quieren hacer del pesimismo u optimismo propios una filosofía, ¿no será preciso tomar el tren en marcha de la acción para, desde él, dentro de él, repensar las in­declinables cuestiones, al margen o a través de la inmediatez que nos acosa?