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DE LA FE Y DEL ABSURDO

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Ideal. (Diálogo) 30 de septiembre de 1977

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No se sabe cuándo el hombre fe fue de verdad hombre, porque los "ensayos" de pitecántropo, del sinántropo, etc., más parecen esbozos. El supremo Alfarero jugueteó con el barro primero, lo manipuló —diría­mos que lúcidamente si se puede ha­blar así de Él— hasta que se decidió por el ánfora perfecta. ¿Perfecta? Bueno, perfecto es nada más que el Alfarero. Lo cierto es que su obra de los seis días culminó en el hom­bre. Pero si terminamos de aceptar el evolucionismo —hipótesis que vuel­ve a cuestionarse con muy serias ob­jeciones— el hombre fue preparán­dose lentamente en los homínidos. ¿Qué eran los homínidos? Linternas ya dispuestas para alojar la luz, pe­ro todavía sin luz. Anatomías e in­cluso psicologías de hombre, pero sin espíritu. Con el espíritu llega al hom­bre el definitivo fluido que establece un abismo entre él y los animales por muy semejantes que le sean física y fisiológicamente. No hay que te­ner, por supuesto, miedo a la ciencia que arguye la probabilidad —no la evidencia— del monismo. Ahora bien, ello no implicaría de ninguna ma­nera el desdén al Génesis. Los cien­tíficos se quedarán sin saber qué es el hombre si no apelan a la Biblia; no podrán explicar el "salto" entre los simios superiores y nosotros a ba­se sólo de sus datos, de sus gráficos, de sus líneas de tiempo, de sus fó­siles...

Cuando la Biblia explica que Adán, al par que el fluido del espíritu, dio al "barro" la Gracia, se hace un poco de luz en la oscuridad. Adán —el pri­mer hombre y luego todos los hom­bres— hemos devenido en seres am­biguos y difíciles, realmente inclasi­ficables. Los últimos existencialismos coinciden en esto. Pero, ¿por qué el hombre es una criatura tan rara? Quizás el pitecántropo y el austropiteco, cuyos fósiles han dado tanto que hablar, no eran tan raros; qui­zás el sistema instintivo de estos ani­males superiores les libraba de pro­blemas, ya que lo razonable es pen­sar que tales seres no eran, de ver­dad, todavía hombres, sino, como ya insinuamos, arcilla preparada para la hechura y cochura del "homo sapiens": farol en fin en espera de la lámpara. Pero cuando Dios culminó al hombre tenía su proyecto. En el pro­grama" entraba la Gracia además del espíritu: lo sobrenatural, más allá de la física, de la biología y de la psique. Fue un proyecto aventurado. Si se me permite hablar así, yo diría que la creación del hombre es la aven­tura de Dios. Él da el espíritu, pero éste implica la libertad; supone la op­ción para decir no a la Gracia, que es casi tanto como la opción para el regreso, para el billete de vuelta. Y, ¿no es por esto por lo que el hombre ha derivado en persona ca­paz incluso de anularse a sí misma? Ser extraño, difícil, equívoco: tocan­do a Dios con una mano, pero hun­dido a veces más abajo del propio suelo. Hombre: criatura sin progra­ma expreso. En su excepcionalidad radica su riesgo.

Justamente es así. Todo en el cos­mos tiene asignado un sitio o una ruta que no falla, que se cumple ine­xorable. ¿Quién ha observado una duda en la araña o el más leve atisbo vacilante en el astro puntual o en el árbol de segura savia? Con el hom­bre —libre— nació la facultad de rebelarse; de retirar el programa en su totalidad o de parchearlo —enmien­da tras enmienda como en una obs­trucción parlamentaria— hasta des­figurar o dejar inservible el proyecto divino. Así es que Dios acometió la empresa del hombre y éste, lejos de atenerse al esquema, se irroga la decisión del propio proyecto. ¿No fue así el pecado original? Alguien —el Maligno, el "Otro" que diría Maritain— anduvo por medio de la insu­misión y la indujo. Lo obvio es que el hombre quedó, a poco de sus orí­genes, como una senda interrumpida, como una columna truncada. Cayó en viciosa ambigüedad lo que iba para pura claridad. Derrúmbase en confu­sión el limpio trazado. Y en los arra­bales de la Caída el hombre entabla su discusión con el Señor, es decir, inaugura la Historia. La Historia y el Drama. Es entonces, pues, cuan­do, frustrada la aventura de Dios (?), la Trinidad promulga la Encarnación y la Redención: la Sobre- Historia.

En fin, todos los caminos llevan a Roma y, quizás también, las filoso­fías todas en teología acaban. Más allá de los fósiles y de los mismos hechos verificables, la Ciencia está obliga­da a sospechar —al menos a sospe­char— que el Misterio existe. Y si existe, y si así lo intuimos o lo cree­mos en opción de fe, por elemental honradez lógica debemos estar dis­puestos a aceptar la posibilidad de la Revelación. La Revelación aclara el abismo: es un alba en la madru­gada tenebrosa. ¿Qué es el hombre? En estricta ciencia positiva —¡qué negatividad resulta!— no hay motivos para ver en el hombre sino un ser insospechado. Nos asombramos de nosotros mismos, nos sorprende la Sorpresa que somos. Los existencialistas proclaman que el hombre es algo —alguien— que se hace a sí, que se erige y se dirige. Pues bien: el Gé­nesis constituye una ayuda. Ayuda para saber por qué somos los únicos seres sin plano de alzada a la vista. El Génesis viene a decir que el hom­bre tomó en las manos su plano y su programa y, tras enterarse, lo hizo trizas. Desde entonces hay dos histo­rias: la historia de la historia y la historia de la Salvación. Uno pensó siempre que con Pe, es muy posible enterarse de quién uno es. Pero sin Fe nos amenaza, nos aporrea la puer­ta, el Absurdo. Sin Fe, el Absurdo es el auténtico "convidado de piedra" que tritura con su mano de granito la cálida y palpitante alegría de sen­tirnos vivos por algo y para algo.