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CRÓNICA DE MODAS

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Ideal. 28 de julio de 1972

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En nuestros días no hay compartimentos estancos. Ni lo llamado trascendente está separado de lo ba­nal por paredes de cal y canto. A lo mejor, la moda en el calzado tiene relaciones secretas con los últimos mo­dos filosóficos. A mí me resulta cu­rioso leer de vez en cuando las cró­nicas de modas. Estimo que, en bas­tantes ocasiones, acusan el reflejo de lejanos o próximos cambios meteoroló­gicos de las ideologías siempre versá­tiles. O el pronóstico de tronadas so­ciológicas más o menos inminentes. En la moda pasa lo que en la Bolsa. La Bolsa es de una gran sensibilidad. A pesar de que la guerra es un negocio para la gran industria U.S.A., resulta que ahora, ante la posible cesación del conflicto vietnamita, la Bolsa neo­yorquina sube. A primera vista, resul­ta paradójico; pero los conspicuos explican el caso diciendo que la Bolsa tiene la suficiente "inteligencia" para ver un palmo más allá de sus narices; que la prolongación de la guerra está creando en Norteamérica un con­fusionismo, un descontento, una des­moralización y una hartura cristaliza­da en protestas y en perezas, cuyos efectos a la larga no tienen rentabi­lidad alguna. Alegrémonos —piensa uno— de que la Bolsa, en sus finos barómetros, empiece a avisar a los po­líticos. Las lecciones morales llegan a veces de donde uno menos sospecha.

Pero sigamos con la moda. ¿Cómo es la moda del calzado este verano? Leo que se vuelve al coturno griego, más o menos sofisticado; que va a «desaparecer el ante; que va a pujar el charol; que van a abundar los co­lores chillones y combinados; que los «tacones van a ser altísimos; que se darán los adornos metálicos en los modelos de vestir. En cuanto a los tejidos, que predominarán los rayados sobre los estampados... y que los blancos van a recobrar una hegemonía que no debieran haber perdido nunca. Se le ocurre a uno preguntar: La moda, ¿se impone como una ley a tambor batiente o emerge ya confor­mada de la base social? En esto, co­mo en tantas cosas, los tiempos han cambiado. Dicen que hoy la "alta cos­tura" está en crisis. Es natural en una etapa de la civilización en que la autoridad es discutida, no ya en las per­sonas que la ejercen, sino, por así de­cirlo, en su misma ontología, o en su misma razón de ser. Christian Dior era, respecto a la elegancia, una es­pecie de dictador. Pero ya no hay quien admita que un dictador puede tener buen gusto. Ni quizá se cree, así como así, en el buen gusto. ¿Qué es el buen gusto? Lessing y Goethe te­nían fe en el buen gusto. Era como una alta estrella en el Arte, en la Li­teratura, en la Ciencia misma. Acaece que, actualmente, los gustos suceden al Gusto, como los Estados Generales sucedieron a Francia a la monarquía absoluta. Pues bien: Nuestra moda juguetea con los gustos y deshace, co­mo los gatos traviesos, los ovillos que preparan los modistas. Entonces los modistas se desconciertan un poco y hacen como que juegan ellos también. Juegan a jugar. Y lanzan lo impre­visible. Así surgen novedades promis­cuas muy... interesantes. El barroco del calzado con adornos metálicos, el énfasis del tacón altísimo, ¿cuadra mucho con la minifalda? Pero ahí es­tá: El talante de nuestro tiempo va por ese camino; se trata de que no nos cuadren las cosas, de que las ideas no se adapten formalitas a sus mar­cos, de que no se miren las verdades desde la perspectiva de la lógica. ¿Vi­vimos un tiempo vociferante? Pues por eso los colores que gritan. ¿Sirve para algo la modestia? Pues ¡fuera el ante en el calzado! El ante tiene la difícil virtud de ser vistoso sin herir la vista. En cambio el charol es una baladronada. Y ¡qué audacia esta pe­tulancia! El charol, negrura total, as­pira al brillo total.

Bien. Nuestra época es como es. Y es mil cosas al par. ¿No siente, inclu­so, ella tan compleja, la nostalgia de la ingenuidad? Después de tanto gri­to y de tanto ruido y de tanto color, se cae en la cuenta de que también el silencio y la blancura valen. ¿Será por eso por lo que —leemos— "los blancos volverán hegemónicamente a las guardarropías?"

Bueno: Eso es lo que se escribe. No hay que fiarse demasiado. Ni la mo­da ni el tiempo, ni los comportamien­tos mentales, pueden predecirse, sin riesgo a equivocarse, con cuarenta y ocho horas de anticipación: Al me­nos en 1972.