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PROGRESO O REGRESO?

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Ideal. 21 de noviembre de 1973(Pensamiento y opinión)

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Otra voz de alarma: la de Konrad Lorenz. Profesor del Instituto de Fisiología del Comportamiento, Konrad Lorenz acaba de recibir el Premio Nobel de Medicina. Para él, la Hu­manidad —como especie— está do­minada ahora de ocho pecados mortales. "Civilized Man's Eight Mortal Sin" se titula el libro en el que el sabio analiza los males de nuestra civilización. Males, a los que la Civilización misma tiene que buscar remedio. Pero ¿cómo? No he leído el libro; sin embargo, a tra­vés de resúmenes en revistas y pu­blicaciones, se infiere que, para el eminente biólogo, apenas es posible otra metodología, si se quieren quitar o curar estos pecados, que la del regreso. Quizás hemos avanza­do demasiado o lo hemos hecho sin orden e incontroladamente. Lo ma­lo no es que haya más gente en el mundo y que los comensales seamos muchos más, sino que la agresivi­dad humana se acrecienta. A codazos o a tiro limpio, zancadilleando al prójimo, los desaprensivos, los violentos, se colocan a la cabe­za. Por eso se dice tanto lo de: "¿Adónde vamos a parar?"

Precisamente es que no paramos. Sería necesario un "alto", pero fal­ta quien lo ordene o falta autori­dad en quien lo ordena. Ojalá que, por ejemplo, los peligros de conta­minación fuesen ilusorios. Alguna vez, al ver que no encuentra uno un periódico o revista que deje de traer artículos, reportajes y estadís­ticas sobre el tema, pensé que la contaminación podría ser un recur­so socorrido para el escritor. Pero no. La gravedad en este caso no es pintada: se respira y se palpa. Lorenz predica un regreso, una vuelta atrás, en los procesos crecientes de industrialización, de tecnificación. Pero nadie adopta en la práctica la iniciativa de volver atrás. Todos preferiríamos decir: Vuelva usted primero. Dice el pro­fesor Lorenz que tecnología y far­macología nos están embotando la conciencia. Realmente la vida —la vida total— se nos torna incómo­da por exceso de comodidades. La rapidez y la abundancia de vehícu­los ¿no están terminando con el placer del viaje? ¡Qué renta de ideas le sacaban Cervantes, Santa Teresa o... Torres Villarroel —y más recientemente en España el atrabiliario Ciro Bayo— a sus via­jes a pie! Pero ¿quién regresa a esto? ¿Quién, hoy, tiene tiempo pa­ra sentarse junto a un árbol del otoño? Pienso que la buena gastro­nomía no ha aumentado el placer de la mesa. La úlcera-—enfermedad muy civilizada— es, en la ma­yoría de los casos, producto de la buena mesa. Y sin la salsa del ham­bre, ¿qué hará la cocina? Sin em­bargo, nadie se atreve; nadie se atreve ya a tener hambre un solo día. Nadie nos atrevemos a la au­dacia: No voy a comer hoy, a ver qué pasa. No pasaría nada. Al con­trario. Los calendarios de hace na­da más veinte años estaban llenos de días marcados con la anotación de "ayuno" y de "ayuno y absti­nencia". Eran tiempos de más ri­gor y, por tanto, de menos hiper­tensiones, infartos y cirrosis hepá­ticas. ¿Se aventura alguien a re­gresar a aquello? También el exce­so de fármacos es, en la actuali­dad, comodísimo. La gripe dura unas horas y el simple dolor de cabeza apenas unos minutos. Esto es estupendo, pero nos está incapa­citando, seguramente, para sentir el gozo cuando llega. Porque —lo señala el profesor Lorenz— "la ca­pacidad de sentir alegría, heroici­dad o entusiasmo ha quedado prácticamente destruida; las grandes alegrías de la vida rara vez se pro­ducen sin dolores de parto". Ya mu­cho antes que Lorenz, el conde de Keyserling, que era un insigne debelador de los progresismos a ul­tranza, pensaba que el exceso de cuidados para el cuerpo y la obsesión de la propia salud constitu­yen el mejor expediente hacia las neuropatías y el aburrimiento. Sen­tía Keyserling que la enfermedad no es una "equivocación" del organismo"; que es tan natural como la salud misma. Añadía: "No hay imperativo más nefasto que aquel que ordena estar sano. Y este mis­mo imperativo se hace obsceno cuando se transforma en el de que es una obligación moral ser perpe­tuamente joven".

Pero Lorenz, hostil al abuso de la técnica y de la farmacopea, opi­na que otro pecado de la Civiliza­ción y otra causa de envilecimien­to para la especie es la quiebra de los valores tradicionales. Porque, aun sin salirse del plano biológico y sin apelar a valores trascendentes, observa que la genética no dispone de recursos para producir ideales y fervores que sustituyan a los dero­gados. Además, un hombre sin cos­tumbres es como un caracol sin concha. Yo pienso, reflexionando en esto, que las renovaciones suelen venir solas: que las primaveras no se predican ni se programan. Y que la rotura de la buena loza puede producirse en cualquier instante. Parece, pues, que lo que hay que preparar es la conservación y no la rotura. Son las tradiciones las que nos aseguran —por paradójico que resulte— el porvenir. Sin con­fundir tradiciones con inmovilismos.

¿Denuncia Konrad Lorenz, tam­bién, la "propensión al adoctrina­miento" que sufre la Humanidad sujeta al lavado de cerebro de las propagandas? Por supuesto, el Pre­mio Nobel señala el hecho como uno de los pecados capitales de nuestra Civilización. Y en este aspecto preconiza igualmente un re­greso.

Pero ¡qué difícil! Hace falta mu­cho coraje para regresar. Si usted, lector, o yo, nos sustraemos un po­co y nos hacemos los rezagados; si nos decidimos a comprar menos cosas, a usar menos máquinas, a to­mar menos copas, a pasear por el campo en lugar de sacar billete pa­ra el avión; a abrir uno de los li­bros de ayer, junto al libro y la revista de hoy; a aguantar un rato la jaqueca sin recurrir al analgési­co; a renunciar a la agresividad del codazo, rodeados como estamos de codazos... si hacemos, digo, todas estas cosas, ¿qué va a pasar?

¡Ah!, pues no va a pasar nada. De momento habrá que soportar una vez más la frase de "que el pro­greso es irreversible" y que hay que ir adelante sea como sea. Pero tam­poco es verdad que nada —nada— sea irreversible. Ni en la misma Biología, a pesar de la evolución y todo. Hace algún tiempo Louis Jacot indicaba el caso de la ballena, que "después de haber experimen­tado la máxima evolución de los animales terrestres, retorna a la vida marina, donde evoluciona de nuevo".

No se trata de una invitación pa­ra imitar a la ballena. Pero sí es ocasión de recordar que nunca es tarde para volverse atrás, por gi­gantesco y descomunal que resulte el avance. Es cierto que la anato­mía y la fisiología de nuestra Ci­vilización han alcanzado logros sorprendentes. Pero si, como señala Konrad Lorenz, "es previsible que habrá un colapso muy pronto" y que el colapso se producirá precisa­mente a causa de la desmesura de esos logros, será preferible desandar algo de lo andado. Será preferible a morir.