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MÁS O MENOS ARTE

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Ideal. 6 de febrero dd 1974 (Pensamiento y opinión)

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Hace pocos días, en un pe­riódico nacional, un críti­co de arte decía de un pin­tor: "Su exposición podrá confundir al espectador, asquearle, levantarle un incontrolable fastidio, pero no aburrirle". Y antes, en el mismo párrafo, comentaba la "ca­pacidad de sorpresa" del artista en cuestión. Yo he quedado un poco perplejo al enterarme, poco más o menos, de que una obra de arte —y así me lo daba a entender ese crí­tico— puede ser buena aunque me produzca asco, con tal de que no me aburra. Casi todos los días lee uno cosas así. Yo reacciono pensando: ¿No sería menos malo el arte que produce cierta somnolencia que otro que incite a la náusea? Pero, por lo visto, un vómito encierra más respuesta artística que un relax. Si quiero estar al día tengo que convencerme de cosas como ésta; no hay que darle vueltas. Ya, ya; será porque el universo no es un or­den establecido para siempre, con categorías imprescriptibles, con le­yes que no caducan. Teilhard de Chardin estaba persuadido de que el universo es un proceso y no un orden... A lo mejor, el proceso del arte va ahora por el capítulo de la fealdad. Demasiado largo fue el ca­pítulo que el arte dedicó a la be­lleza. Lo cierto es que los críticos —muchos, pero no todos— jalean a los artistas que se esfuerzan en disimular que ni ellos mismos se entienden. Lo que uno peor entien­de es que tal clase de artistas an­den diciendo por ahí a todas horas que ellos están empeñados en un "arte de comunicación". Escriba usted una carta en la que todas las palabras lleven todas las letras cambiadas y justifíquese luego ante el destinatario explicando que lo que ha querido es comunicarle una evidencia. Y que como esa eviden­cia le quemaba las entrañas si no la soltaba, pues ahí va.

¡Pero, hombre, si don Eugenio d'Ors decía que la "Cultura es una heliomaquia...! Entonces, tapando el sol o volviéndole las espaldas, hu­yendo adrede de la claridad, ¿qué cultura nos proponemos? Pero es­tos críticos que, como los "pregustator" de los antiguos banquetes, prueban con su cuchara todas las salsas artísticas o literarias para orientar nuestro paladar con el su­yo, nos están armando un taco. A veces nos recuerdan a aquel inefa­ble don Venerando, de "La Codorniz" de los años cuarenta. Don Ve­nerando usaba una dialéctica com­puesta de juicios deformantes. El interlocutor de turno de don Ve­nerando era siempre un hombre normal; pero cercado por la lógi­ca de espejos cóncavos de don Venerando, el interlocutor terminaba por convencerse de que el tonto o el loco era él. Tanto puede la osa­día cuando no se apea de su burro. Y no vale que don Quijote le diga a Sancho "calla y ensilla", cuando el escudero se mete en teologías. Al fin Don Quijote sale perdiendo, co­mo comprobará el lector que llegue al capitulo LVIII de la obra de Cer­vantes, capítulo demasiado avanza­do para el lector medio. Tampoco sé yo ya si me "comunico" o me salgo por los cerros de Ubeda. Quie­ro decir, señores, que cuando cier­tas personas no se conforman con un cometido que no levante ruidos y en lugar de callar siguen hablan­do, el resultado —por sorprendente que parezca— es que terminan im­poniendo alrededor un silencio pa­ra que su inoportunidad parlante si­ga su camino.

Otra nota del momento artístico es la tristeza desgarrada de que ha­cen gala nuestros pintores, esculto­res y esculto-pintores. Chamfort, escribía de un cortesano francés del XVIII: "Está triste como si ya lo supiese todo". Pero no debe ser esta clase de melancolía de vuelta la que les domina. Porque pertene­cen más bien a esa laya de indivi­duos que a todo dicen: "Yo de eso no quiera saber nada". Están ins­pirados, poseídos de particular carisma y se "realizan".

—¿Qué opina del Museo del Pra­do?

Efectivamente, a esta pregunta ha habido artista que, en letra de molde, ha respondido:

—No quiero saber nada de nada.

Es que Velázquez o El Bosco pue­den ser alienantes. Es la gran des­gracia que se teme ahora: la alie­nación. Uno se pierde enseguida. La fe, la belleza, los grandes idea­les son superestructuras burguesas a las que la gente se entrega ma­niatada, dejando cada uno de ser quien es y dándose quizás al Otro. (Ya se sabe. El más temible Otro es Dios). Entonces el artista, si quiere ser del tiempo, y si quiere vender cuadros, ha de andarse con precauciones. Lo importante para él es "realizarse". Y si no es mo­desto —cosa que no está de moda— su camino desde el principio al fin tiene que ser distinto y único. No­ten ustedes que casi todos los pin­tores de ahora se ofenden si se les pregunta por sus "influencias".

Uno cree complacer al artista diciéndole de una de sus obras:

—Mira: esto me recuerda a Ma­tisse.

Entonces, él te mira por alto y te dice:

—Bueno... no sé; quizá Matisse se me parezca. Pero vamos a dejar eso.

El biólogo Skiner, se ha hecha fa­moso con sus experiencias de psico­logía animal. Trata de demostrar un determinismo ambiental. La conducta, según él, es la resultan­te obligada de los estímulos. Enton­ces, la conducta y la obra de algu­nos de nuestros artistas famosos, ¿qué factores la manipulan?

—Vamos a ver si no se me ofen­de pensando que el ambiente ab­surdo, compuesto de gentes idiotas, me "determina" la obra de arte idiota y absurda. Prefiero creer que el absurdo soy yo y que el idiota es el público.

Así se enfadaría más de un artis­ta, si se le molestase recordándo­le a Skiner, cuyos ensayos, además de no ser originales, no parecen na­da convincentes. El caso es que uno para quedar bien con uno de esos artistas cuyos cuadros pueden as­quear, pero no aburrir, puede pa­sarle el halago por el lomo diciéndole:

—Esto es pintura de ángel. De ángel caído.

De seguro que no valdrá el pe­dante halago. El artista responde­ría:

—No digas de ángel caído, sino de "mono venido a más".

(Bien sé yo —diré para terminar— que ahora, como siempre, hay ar­tistas estupendos, capaces de la me­jor belleza. Pero son bastantes los que están jugando a hacernos creer que su capacidad para lo peor tie­ne más mérito. Creo que pasará, sin embargo, la racha. En fin, como aconseja el refrán "Durmamos aho­ra y después Dios dijo lo que será".)