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DESNUDO EN LA CRUZ

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Ideal. 12 DE ABRIL DE 1974

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Con frecuencia la verdad es... inverosímil. Y la realidad va más allá de la misma fantasía. Tie­ne "milagros" la natu­raleza —los vemos a diario— que nada más inmaginados o soñados resultarían puro delirio incapaz de ser convertido en tan­gible existencia. Sucede esto igualmente en el campo religioso. ¿Aca­so el paganismo en su inmensa pululación de mitos y teogonías pudo fantasear algo tan sorprendente co­mo un Dios humanado que por amor al hombre, para redimirle, muere en una cruz, condenado por deci­sión mayoritaria del pueblo al que salvaba? "Tolle, tolle, crucifige eum". Estas verdades que nos cuen­tan los Evangelios son tan mara­villosas que los mitos de la anti­güedad —Prometeo robando el fue­go, Minerva brotando de la cabeza de Júpiter, Ifigenia en Táuride— quedan pequeños, desprovistos de fuerza, si son comparados con la abismal, dramática y enorme belle­za de la Redención de Cristo. Bien a las claras se ve que misterios co­mo el Eucaristico —"Este es mi Cuerpo, ésta es mi Sangre"—, no pueden pertenecer a la fantasía, porque la imaginación, por calenturienta que sea, no puede llegar a tanto. A estos extremos puede lle­gar sólo la realidad. Estos "excesos", nada más Dios puede idearlos. Pero en Dios la idea no quedaría en vagoroso designio. Dios es acto puro. Que comamos su Carne y be­bamos su Sangre es un deseo de Él. Ahora bien: los deseos de Dios no son como los nuestros. Los de­seos de Dios no pueden quedar en deseos. Y por eso la Creación, la Encarnación, la Eucaristía, la Redención, la Resurrección, la Iglesia, constituyen una serie de verdades de tal formato y de tal tamaño que desbordan nuestros instrumentos de comprensión. Tan Verdad es la pu­ra Verdad de Dios que no puede hacerse verificable. No hay un con­tador de misterios, como hay un contador del consumo eléctrico.

Semana Santa. Días de fe, de es­peranza, de caridad. Las virtudes teologales constituyen nuestro úni­co acceso a lo divino. No sirven nuestros cánones para medir al Se­ñor. Fracasan nuestras razones para entender a Cristo. ¡Y cómo hay quien "empequeñece" a Cristo, ensalzándole como al mejor de los hombres! Llega la Pascua, llega la Resurrección. Es el auténtico paso del Señor. Estas procesiones, este lanzamiento de las imágenes del Redentor a las calles, ¿qué otra co­sa son que una invitación para que Cristo se nos entre por los ojos y siga, por el camino de las arterias al corazón? Y Él, humilde, se nos muestra con su caña como cetro y con su manto de escarnio, vejados en su Divina Persona "los Dere­chos de Dios". Se nos muestra a nosotros tan celosos de los "Dere­chos del Hombre". Y Él, camina con su Cruz y desnudo en la Cruz se ofrece al Padre. Y muere. Esta sí que es la auténtica "muerte de Dios". Pero muerte para la Vida. Muerte que desenmascara a la muerte "Oh muerte, ¿dónde está tu victoria?"

Días sagrados. El tiempo detiene su paso. El Jueves Santo, el Vier­nes Santo, el Domingo de Pascua, no están afiliados a ningún siglo, carecen de edad. Sopla en estos días la brisa de lo Eterno. Sopla el Viento de Dios. Habría que ser lo suficientemente generosos de cora­zón para dejar olvidados en un rin­cón del espíritu todas esas cosas del simple vivir cotidiano. Y com­prar con Amor el terreno, la par­cela, para edificar nuestra renova­ción. "Porque el Reino de Dios se asemeja al caso de aquel hombre que vendió todo cuanto tuvo..."

Sin afanes, sin prisas y sin cui­dado, con la presencia única de Cristo, con la perspectiva de lo Eterno al fondo, estos días de Pa­sión y de Pascua, constituyen la genuina ocasión para el redescubri­miento de nuestra calidad de cris­tianos. ¿Queremos de verdad saber­nos, o preferimos, más bien olvi­darnos? Los tremendos y gloriosos Misterios de Cristo, de una parte nos consuelan, de otra nos com­prometen. No se es cristiano sin es­peranza. Pero tampoco se puede ser cristiano sin amor. La fe es un descanso. La fe es un trabajo. No se puede creer sin que, de inme­diato, el gozo espiritual nos acome­ta. Tampoco se puede creer impu­nemente, frívolamente, irresponsa­blemente. La fe obliga. La fe es una Movilización. Es la Movilización.

Con la fe en Cristo, la Verdad rompe todas las medidas. Y esto sí que revoluciona. Por dentro y hacia arriba.