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ACHICAR LOS PROBLEMAS

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Ideal. 19 de septiembre de 1974

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Quizás el verano sirve en buena parte, y a cada uno, para perder de vista a los problemas más o menos per­sonales. Los perdemos de vista o los tapamos. Los tapamos o alegremente los lanzamos, los echamos de casa. Pero llega sep­tiembre y los problemas vuelven a verse, a destaparse o a caernos en­cima. Llega un día a mediados de septiembre en que otra vez decimos "no hay tiempo para nada". También decimos lo de que "hay que apretarse el cinturón". Tam­bién solemos salir con lo de "cada mochuelo a su olivo". Y todas las frases que ustedes saben. El caso es que encarados con nosotros mismos, tras la fuga estival, advertimos que los problemas han engordado. "Tie­nes muy buen aspecto" es un ha­lago que se le espeta a cualquiera cuando vuelve de la playa, de la sierra, de Francia, de un pueblecito de Castilla, de donde sea. Pero también los problemas, cuando se nos ponen delante en septiembre, han ganado apariencia y peso. ¿No son ya problemillas? ¿Han dado el estirón y son problemazos?

Una palabra muy actual —pro­blemática— parece dar a entender que los problemas no son eventos esporádicos y ocasionales, sino que tienen una organización, una sis­temática y una estructura. Es de­cir: no se caza un problema y se le elimina, sino que forma parte de una serie. Los problemas pue­den "hacernos la pascua", pero la problemática implica algo más; la problemática nos hace la guerra. Ataca no como un simple agresor o como una grave dificultad, sino como todo un ejército. Y, enton­ces, aparecen esos señores que van y escriben libros con estos títulos: "Problemática del hambre en el mundo", "Problemática de la His­toria a la luz del estructuralismo", "Problemática del celibato", "Pro­blemática de la critica del arte ac­tual", "Problemática de la ense­ñanza de la lectura y de la escritu­ra en la escuela primaria", "Pro­blemática del resfriado sin fiebre"... Es decir, se hace problema de todo, en una escala que va de lo trágico a lo grotesco, ya que tam­bién está la problemática que crea el desodorante que abandona a las cinco de la tarde. Y así, acostum­brados a la "problemática" y al "tiene problema" que exclamamos cuando nos tropezamos con un cejijunto, y al "cuál es tu proble­ma" que preguntamos a don Am­brosio, quien era feliz y deja de serlo cuando se pone a escarbar para encontrar su problema..., acos­tumbrados a creer que no hay ma­ñana sin "pega" ni tarde sin "pa­peleta", por la misma razón por la que no hay domingo sin lunes, nos creamos un clima de agotamiento, de desazón o de pánico (según los casos) ante los problemas, que nos incita al "programa". Porque con­tra la "problemática" está la "pro­gramática". Hoy todo es problema o... programa. Si la problemática ataca, la programática significa al­go así como la defensa antiaérea. La gente programa trabajos, diver­siones, cansancios, descansos, ideo­logías, dudas y hasta descreimien­tos (porque hay procesos —y esto es patente— para la pérdida de la fe, como los hay para el fomento de la fe). Frente a problemas, pro­gramas. Se planifica un trabajo y así parece que ya a fatigar menos. O se traza el organigrama de una empresa y así parece que se sus­cribe una póliza contra todo riesgo. Creo, pues, que están haciendo fal­ta en los escaparates de las libre­rías estos dos títulos nuevos —tan del día—: "Programática de la prob1emática", "Problemática de la programática". Pero bueno: quizá contra los problemas, con tan "buen aspecto", que nos acometen después de las vaca­ciones a los hombres que dicen trae­mos buen aspecto, sean más efica­ces ciertos métodos "caseros", que en lugar de recurrir a estadísticas, a baremos y al «test» apelan a los consejos, a las simples recomenda­ciones que suscitan la experiencia o el buen sentido.

No sé si los libros que hablan de "problemáticas" resuelven los problemas. Creo que más veces los encaraman que los vencen. Estimo que lo bueno es desmontar proble­mas y no resaltarlos, elevarlos co­mo torres sin... campanas. Más bien hay que achicarlos. Y precisamente cuando son muchos hay que achicarlos más para que nos quepan. Hace unos días tuvo mi mujer el problema de las maletas. No sabía cómo hacer para meter en ellas tanta cosa. Me asombré cuando comprobé que se podía ce­rrar una maleta que abierta ofrecía un montón de casi medio me­tro de altura. Pero mi mujer tiene, entre otras, esa habilidad de aco­modar, de colocar prendas y obje­tos en el equipaje. Y donde yo só­lo podía colocar dos trajes y tres camisas ella acierta a conseguir el triple y quizás el cuádruple. ¡He ahí una manera de achicar los proble­mas!, pensé. Y considero que todo el acierto vital para caminar por la vida no está, no radica en viajar sin equipaje, sino en saber acomo­dar bien el bagaje ideológico lleno de problemas que, queramos o no, tenemos que acarrear. Pero si agrandamos y ahuecamos los pro­blemas, en lugar de reducir su vo­lumen o disimularlo, ya lo de te­ner ideas, creencias, amores o cien­cia no va a ser posible, ya que ca­da idea, creencia o amor lleva ane­jo su problema. Y quien "añade ciencia, añade dolor", como escri­bía Roger Bacón.

Además, no todo, todo, es pro­blema. Deben mirarse las cuestio­nes con vista normal y no con mi­croscopio. Contempladas las cosas con prevención, pululan los proble­mas en cosas tan minúsculas como una pulsación, una cana de más, un cabello de menos; hay quien hace problema de una mota de pol­vo. Y todavía sé de quienes no en­tran jamás en un cine ni en una iglesia, porque en cines e iglesias hay siempre gentes que tosen. Y como tosen, contagian el catarro.

Sepamos discriminar lo que es problema de lo que no lo es. Y lo que ofrece grave dificultad de lo que la ofrece leve. Y achiquemos los problemazos, plegándolos para que nos quepan, en lugar de esti­rarlos para que nos llenen de pa­vor. Convivamos, en cualquier ca­so, con el problema normal de ca­da día, hagámosle sitio y no ten­gamos prisa en solucionarlo urgen­temente. Eso puede hacer daño. No extirpemos de raíz todas las difi­cultades, porque realmente ellas in­munizan un tanto y nos preservan de las mayores. El problema de ca­da día preserva; y una vida sin problemas no puede ser vida. Bien está que removamos los obstáculos, pero sin demasiada prisa. De todas formas, cuidado. No suceda aque­llo de que al extirpar la cizaña, arranquemos al par el trigo.