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Los niños expósitos: trescientos años de historia en Úbeda (XVI)

Ramón Molina Navarrete

en Ibiut. Año XIX, nº 108. Junio de 2000, pp. 26-27

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NO TODOS LOS NIÑOS FORÁNEOS CONSTABAN COMO TALES

Visto el estudio de estos años significativos podríamos preguntarnos si una vez anotados los niños que proceden de los pueblos vecinos, los restantes son todos de Úbeda. Es claro que no. A veces era mejor traerlos directamente al torno y desaparecer sin dejar rastro. Luego, si se decía de reconocer al niño, era cuando se sabía que procedía de fuera. Pongamos un caso: El 18 de agosto de 1871, se dejó en el torno, a las tres de la madrugada, una niña. Fue bautizada en San Isidoro y se le puso María Josefa. El 2 de septiembre se presentó en el establecimiento Manuel Bueno, vecino de Sorihuela, "acreditando ser esta niña de su hijo Bartolomé, ya difunto, el cual así lo declaró en artículo de su muerte, rogando recogieran a su nieta". Se le entregó con escritura de reconocimiento. La niña murió allí en octubre del mismo año. Otro caso es el de un niño dejado en el torno el 16 de febrero de 1900. Nueve meses y medio después fue reconocido por sus padres, "matrimonio legítimo", que exponen "son de Jódar".

En cuanto a los forasteros hemos de aclarar que a medida que pasan los años los pueblos que más traen niños son Cazorla y Villacarrillo. En 1872, por ejemplo, Cazorla envía 25 niños y Villacarrillo, 16. Los demás quedan a bastante diferencia. Algunas veces llegaban hasta de tres en tres a la cuna de Úbeda. Se ahorraban portes. Sin embargo Villanueva sólo envía 3. Es claro que en estos pueblos se concentraban los expósitos de pueblos colindantes, convirtiéndose en centros "mediadores".

El expósito que venía de fuera tenía menores posibilidades de sobrevivir. El viaje, seguramente, sin ninguna comodidad ni atención mínima, resultaba casi siempre fatal para el pequeño. Veamos un ejemplo: "El 25 de enero de 1873 llegó al torno una niña procedente de Cazorla muerta. El conductor dice que ha muerto por Torreperogil, ignorando la causa de su muerte. Lleva documentos que consta se llamaba Vicenta Anastasia".

Esto de "ignorando la causa de su muerte", no se pone porque sí, es que ya en estas fechas hay una intención de saberlo con el fin de hacerlo constar en los libros. Aparecen, entre otras, como causasde muerte: "catarro, falta de desarrollo, diarrea, pulmonía, infarto del hígado, anemia, neumonía, catarro intestinal, sarampión, de la dentición, disentería...".

¡Pero qué más daba la causa! Qué era un niño expósito sino una exigua luz de cándil, a la que era mejor dejar extinguirse, en una sociedad hambrienta y de mentalidad resignada e hipócrita...

MARCADOS A FUEGO

Que los expósitos eran niños marcados de por vida nadie lo pone en duda. Todavía, por algunos indignos intolerantes, que los hay, llamarse "Expósito" es signo de cierta discriminación. El apellido creaba señal. Pero por si fuera poco a muchos de los niños que se dejaban expuestos, se les marcaba también a fuego, costumbre ésta, por cierto, que venía de lejos.

Algunos "padres", posiblemente con la intención de reconocerlos algún día, o para que los atendiesen mejor, o por simple justificación, presentaban a sus hijos con notas, cartas, cruces, dinero... Así, por ejemplo, vemos que el niño que ingresa el 9 de enero de 1871 "lleva una cruz de nácar". Murió el 19 de abril. Y el que ingresa el 7 de marzo de 1881, Jesús María, lleva una medalla de Ntro. Padre Jesús Nazareno, y una nota en la que firma: "un discípulo de Jesús aunque pecador". Murió cinco meses después. Y Norberta, que es abandonaba el 13 de noviembre de 1882, aparece llevando, junto a un relicario, una medalla con la Virgen de Guadalupe y la Virgen de los Dolores. Murió en Baeza el 18 de abril de 1885. Y vemos cómo Práxedes María Josefa de la Concepción lleva pegado en la parte inferior de la nota adjunta una media esfera de reloj de bolsillo, labrada, con números romanos. Murió el día 14 de agosto de 1885. Y cómo la niña Isabel Apolisca, que ingresa el 25 de julio de 1895, a las 11 de la noche, lleva junto a ella un sobre, en cuyo exterior pone: "A quien la reciba, ba un duro para la que lo reciba". Y en el interior una nota: "En el nombre de Dios, va sin bautizar y se le pondrá el Santo del día 23, anteponiéndole el nombre de (sobre Magdalena, que está tachado) Isabel expósita. También para evitar un grave disgusto en su matrimonio y una perdición se ruega que si alguien pregunta se le diga que a los tres o cuatro días falleció. Con esto se evita un grave conflicto a una familia. Nació el 23 a las 10 de la noche". Lo suficiente que se "deseara su muerte" para que Isabel sobreviviera. También vemos la nota que acompaña a Miguel José, dejado el 18 de noviembre de 1897, y en la que se dice que "ha muerto su madre y por Dios cuiden de él". Mentira a medias. Al final aparecieron sus padres y fue reconocido.

Pero algunos llegaban más lejos y "marcaban" a los pequeños a fuego. Sí, a fuego, como suena. Veamos algunos ejemplos: Domingo, que ingresa el 6 de noviembre de 1847, "lleva una señal de dedal a fuego en la pierna derecha". Murió el 24 del mismo mes. Joaquina Felipa, dejada el 1 de mayo de 1895 aparece con "una señal a fuego en la pierna izquierda" en forma de cerradura. Murió. Igual una niña de Villacarrillo, con "una señal a fuego en forma de corazón en el muslo izquierdo". Vinieron de Villacarrillo a por ella. Otra niña apareció el 28 de julio de 1898 "con una señal de hierro cuadrado". La reconocieron sus padres con fecha 6 de diciembre de 1899. Y, peor todavía, la de este niño que ingresa el 15 de mayo de 1891 llevando grabada "como una herradura en la paleta izquierda". Murió dos meses después. También una niña, dejada en el torno el 18 de septiembre de 1909, a las 10 de la noche, llevaba "una cicatriz en forma de herradura en la muñeca izquierda".

Señales a fuego, tristes señales, impresionantes señales que ocultan, al fondo, detrás, un conflicto, una angustia, una soledad..., y seguramente una esperanza, la esperanza de reconocer algún día, tiempo después, al hijo que fue abandonado, o, cuando menos, descubrirlo para mirarlo desde la lejanía de una esquina sin miedo a equivocarse de sangre. ¡Oh la sangre!, esa que heredamos de nuestros padres y que damos en herencia a nuestros hijos, esa que no dejaría vivir en paz a muchas conciencias, sobre todo a las que marcaban a fuego la piel de un niño para dejarlo, a continuación, tirado en la miseria, ya que al tiempo que lo hacían se marcaban ellos mismos también, sin saberlo, a fuego, sus propias almas, inconscientes de que ya no podrían borrar la señal, aunque quisieran, aunque lo intentaran, ¡jamás!, ¡nunca!, ni siquiera más allá de la muerte.
(Continuará)

R.M.N.