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LA PREGUNTA PRIMERA

Juan Pasquau Guerrero

en Diario ABC. 6 de diciembre de 1965

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UNA milésima de milímetro de bicro­mato, vista al microscopio, ofre­ce ya todo un "paisaje". La cien­cia, servida de sus instrumentos, publica sin descanso mundos nuevos, hasta ayer inéditos. Sorprende, no obstante, compro­bar cómo la estructura de los sistemas planetarios apenas se diferencia de la del átomo. El mismo plan, casi idéntico "tipo de construcción" en la nebulosa y en la gota de agua... ¿Cuál es el último "ser" de la materia? Los clásicos de la Física y de la Química dieron sus respuestas inte­rinas, pero ahora la mayoría de las contestaciones al "cuestionario" están como en entredicho. La auténtica nueva Era no lo es para el hombre, cuyo comportamien­to permanece poco más o menos igual, sino para la Ciencia. Revolución, lo que se dice Revolución, no la ha habido sino en la Física. Ahí están Planck con su teoría de los "quanta", De Broglie con su hipó­tesis de la mecánica ondulatoria, Einstein con sus conceptos de la relatividad. ¿Se perderán de vista Newton y sus postulados y sus leyes? ¿Le ocurrirá a la Física clá­sica lo que al Feudalismo y a, la "quaderna vía"? La Ciencia tradicional, se dice, sirve sólo para andar por casa. Y la Geometría euclidiana va a quedar pronto re­ducida al uso doméstico: sus vuelos son alicortos, como de ave de corral; un ob­servador situado en el punto de vista de Sirio la descalificaría sin compasión.

Sin embargo, la última pregunta de la Ciencia coincide con la primera exacta­mente. "¿Qué es el ser?" Se proponía la cuestión Parménides seis siglos antes de Cristo. "¿Qué es lo que es?", cavilaban Sócrates, Platón y Aristóteles en el tiem­po en que Física y Metafísica eran toda­vía miembros de un mismo cuerpo. Pero acaecida la segregación, cuando Ciencia y Filosofía arbolaron sus mástiles para na­vegar por separado, y los periplos de una y otra se sucedieron sin tregua, la pregun­ta —¿buque fantasma?— siguió inquietando a los "conquistadores". Siempre las res­puestas fueron provisionales, transitorias. "¿Qué es el ser?", "¿Qué es lo que es?" Y ¿cuál la razón y la esencia y la motiva­ción del mundo y sus cosas? Materialis­mos, idealismos, empirismos, criticismos, racionalismos, rivalizan en el empeño de apresar en sus redes o en sus esquemas la cuestión insoslayable. He ahí, de otra par­te, al escepticismo, cuya progenia nunca se extinguen —positivismos, pragmatismos y demás familia—, esgrimiendo sus baterías, abriendo fuego, disparando, dando por hundido al buque fantasma. En vano, por­que es invulnerable la pregunta que no cesa, que reincide y torna a flotar impla­cable; que acecha al socaire de este y aquel descubrimiento, apostada detrás de todas las esquinas del progreso.

Quizá en nuestra época se va a verifi­car el fenómeno de la reintegración de Ciencia y Filosofía. Al menos, ciertos re­encuentros se muestran ya patentes. Si la incorporación se consuma, la Ciencia —en­riquecida y cargada de botín— podría pre­sentar, sin duda, una "hoja de servicios" más brillante. Porque de Platón a Hei­degger no puede la Filosofía gloriarse de avances considerables, y, en cambio, es as­tronómica la distancia que separa a Aris­tarco de Samos de Rutherford, o la que aleja a Anaximandro de Schrddinger.

¿Imaginamos un diálogo del encuentro de la Filosofía, mayorazga pobre, y la Ciencia, viajera que regres? Dice la Cien­cia:

—Te encuentro, Filosofía, bastante an­ticuada y desarmada. ¿Cómo es que —por ejemplo— aún no han hallado tus adep­tos una solución satisfactoria al problema del Conocimiento? De poco sirvió que Kant os trajese unas "Categorías” de recambio, en sustitución de las ya viejas que legó Aristóteles. Noto que todo sigue aproxi­madamente en el mismo estado que el día de nuestra separación. Hasta barrunto que la asendereada cuestión de los "universa­les" continúa sin resolver. Porque los existencialistas de hoy, ¿no son, poco más o menos, los nominalistas de anteayer?

—Reconozco —contesta Filosofía— que no he recorrido gran trecho, aunque nombres espléndidos no me falten. Tú, en cambio, vienes desconocida.

—Hubo suerte. Del Renacimiento acá no puedo quejarme. Todas las atenciones fue­ron para mí. Uno a uno he descifrado los enigmas. ¿Crees que hay esfinge que se me resista? Fíjate en algunos de mis úl­timos triunfos: Declaro la guerra y venzo cada día al mundo bacteriano; desencade­no la furia dormida de los átomos; inven­to cerebros nuevos para alivio del fatiga­do numen de los hombres; descubro, para envidia de los poetas, la auténtica ruta de la Luna...; desvelo el maravilloso paisaje que entraña una micra de bicromato.

—Sin embargo, dime, ¿has encontrado, con la ayuda de tus reactores, de tu mi­croscopio, de tu espectroscopio, la respues­ta a aquella pregunta de Parménides que ya inquietaba en los días de nuestro con­sorcio? ¿Sabes ya qué es el mundo? ¿Te has informado, al fin, de "qué es lo que es"? ¿Conoces el último fondo?

—Confieso en esto mi ignorancia. Pero tú...

—Yo, posiblemente más obligada, tam­poco pude averiguar nada. Como tú, tro­piezo perennemente con la muralla infran­queable.

—Te refieres al valladar del Misterio. Dice Einstein que...

—Escribe Jaspers que...

—Habrá que convenir en que el mundo es como un cuerpo, y el Misterio como un alma.

—Quieres decir, entonces, que hay una Razón trascendente para descanso de la pregunta primera. Vienes a devolverme a Dios.

—Dios, ¡qué difícil! Pero con Él, todo, ¡qué fácil! Inabordable Dios, más allá siempre. Más allá de las estrellas, más allá del átomo.

—Es dramático. Ciencia y Filosofía no terminamos de aceptarlo ni de rechazar­lo. Invariablemente, situamos al Invisible más allá. Pero ¿no sospechaste nunca que puede existir para el hombre una manera, un estilo distinto de buscarle y... encon­trarle? Uno de los míos —un filósofo, di­go—, San Agustín, afirmaba que El preci­samente habita más acá: "Noli foras ire…”.