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FONDO DE COLUMNAS

Juan Pasquau Guerrero

en Diario ABC. 14 de octubre de 1969

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Pienso si ya, en esta época descrip­tiva, la definición no sirve. Eugenio d'Ors, de seguro, se llevaría las manos a la cabeza, tan asiduo devoto él de los perfiles y de los conceptos frente a la cré­dula sumisión relativista. Porque don Eu­genio proclamaba que sí es posible bañarse dos veces en el mismo río, a despecho del lamento heraclitiano, y hasta epigrafiaba "boutades" a costa de los pintores empe­ñados en pintar "las cosas que nunca se verán dos veces". Pero el caso es que hoy, en pleno "bluff" evolucionista, ¿quién se atreve, por ejemplo, a definir al hom­bre?

Eso, a pesar de que la antropología pasó de disciplina adjunta a ciencia cardinal. Se halló el cráneo del pitecántropo, se dio carta de naturaleza a la prehistoria (an­cho aval constituido, a veces, en carta blanca frente a la misma Historia...), y luego, por si faltaba poco, Teilhard de Chardin empezó a levantar "teología-fic­ción" —como dice Jacques Maritain— a partir de sus hallazgos en los desiertos ti­betaos. Datos y más datos, fósiles y más fósiles. Pero, al fin, nos quedamos sin sa­ber lo que de verdad es el hombre. La antropología, más o menos evolucionista, conducía a un escepticismo: borraba a Pla­tón, a Aristóteles, a Descartes, a Pascal, ¡a Kant, inclusive!, demasiado filósofos para científicos, feudarios al cabo de la definición y de la figura. ¿Qué de extra­ño pues, que, buen pescador, genial pes­cador de río revuelto, apareciera Freud con su sonda, o, mejor, con su caña? Porque nadie negará la cualidad de caña de pes­car al psicoanálisis; la "libido" freudiana, ¿no es el cebo, el "gusano", para los mil peces de colores de la inmensa pecera del subconsciente? Es humillante para el hom­bre, sin embargo, declararse vencido por el vaho oscuro de su instinto, después de tanto hablar de "dignidad humana". Ple­garse a los dictados de su irracionalidad lóbrega, de su sótano, es demasiado para quien ha ambicionado ponerse a nivel de Dios, o para quien, embriagado de sí mis­mo, en plena fiebre autonomista, se declara independiente de Dios. Todo el mundo sabe que la "seguridad" y la "dignidad" del hombre andan ahora en ese paso: sol­tar las amarras que a lo divino nos ligan. Pero, entonces, ¿qué incongruencia es és­ta? ¿Ganamos la "eliminatoria" de Dios y antes proclamamos de antemano que en la "final" centra la "libido" gana de se­gura la "libido"? Y. ¿para ese viaje nece­sitamos alforjas? ¿Necesitamos historia y prehistoria, antropología y filosofía, cien­cia y arte para esa peregrina conclusión?

Pero aunque todavía cierta retaguardia intelectual se complazca en la confusión, no es lícito pensar que la Humanidad va a parar ahí. El freudismo, asimilado en parte, pero en gran parte eliminado, casi está superado ya en los altos niveles, si bien la generalidad de la gente sufre ahora los horrores de su digestión. Algo pare­cido puede decirse del existencialismo. Y hasta se advierte cansancio en aquel neopositivismo flamante de años atrás. La explosión técnica es un disfraz que enga­ña: tras su máscara triunfalista, el hombre de la era atómica pronto se va a sentir otra vez "necesitado". No es posible que su soberbia siga girando mucho tiempo entre los pelos del ateísmo y del irracionalismo; se trata de una rotación ines­table y contradictoria. Amanecerán de nuevo los conceptos y las definiciones, las ideas y las normas. Y un viento purificador barrerá, con el alba, las puntas de cigarro. (Porque nos fuimos fumando de­saprensivamente las ideas, apoyado el co­do en el mostrador del bar. Pero las ideas vuelven siempre, y Dios con ellas).

He ahí dos hombres con un fondo columnario, con un fondo de cultura. De se­guro charlan de sus cosas, pero tienen un gesto preocupado. Da la sensación de que creen todavía más en el imperativo de una vida con misión que en la vacuidad de una existencia sin perfiles; es decir, producen la impresión de que, sin tener conciencia completa de ello, más les convence lo definitorio que lo descriptivo. ¿Son d'orsianos sin saberlo? Entienden a Dios, pero no al Absurdo erigido con mayúscula. ¿Qué va a suceder? Van a derrumbarse las columnas y perecerá San­són con los filisteos? Pero hay un instinto alto, ajeno a lo instintivo, que preserva la salud. He ahí unos gestos entre el temor y la esperanza. No importa que pertenez­can a ciudadanos que no son pensadores de oficio. No son pensadores, pero piensan. ¿A la contra de los pensadores que se quedaron sin pensamiento? De todas for­mas, la cultura no puede haber levantado sus fustes en vano. Uno ignora si estos hombres lo saben, pero uno sabe que estos hombres lo sienten.