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LAS NECESIDADES

Juan Pasquau Guerrero

en Diario ABC. 24 de diciembre de 1971

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No es nueva la literatura de anticipación. En «Micromegas». de Voltaire, existe ya una preciosa muestra. Asistimos en «Micromegas» al diálogo de un saturniano con un habitante de un planeta de Sirio. Este tiene una estatura de ocho leguas, cosa natural dada la escala de Sirio, y también su edad es macros­cópica. «Aún no tenía doscientos cincuenta años —escribe Vol­taire— y ya estudiaba en el colegio de jesuitas de su planeta...» En cuanto al saturniano, dispone de setenta y dos sentidos. ¿No asusta pensar el número y la intensidad de pasiones que sería capaz de soportar un ser con setenta y dos sentidos? Sin embargo, el saturniano no está contento, se considera todavía limitado; dice: «No he visto a nadie que no tenga más deseos que necesidades y más necesidades que medios para satisfacerlas.»

Estamos muy lejos de saber las estructuras de una posible «sociedad» en Saturno. Pero supongamos que aquí, en la Tierra, una de las mutaciones de que hablan los biólogos concediera al hombre un sentido más —uno tan sólo— que agregar a los cinco consuetudinarios. La flora de los deseos y la fauna de los instin­tos, elevada y extendida más allá y por encima de nuestras ac­tuales exigencias, al ensanchar prodigiosamente las impaciencias acarrearía una demanda atroz. De manda de productos flamantes para la nueva sed y la nueva hambre. Y entonces el «homo faber» incrementaría hasta el limite sus actividades para saciar los ape­titos que la aparición del sexto sentido traería anejos. ¡Qué salto de gigante, entonces, el de la Ciencia o el de la Técnica! Pero, ¿se viviría mejor? ¿No seguiría subsistien­do la desproporción? Cuando se han mul­tiplicado por dos nuestros instrumen­tos, ya se han mul­tiplicado por cuatro nuestras urgencias, y por ocho nuestros deseos. Tal era la apreciación de Mi­cromegas.

Y esta ha sido, por lo menos hasta ahora, la mecánica y la matemática del progreso. Si bien ca­be pensar que, has­tiado el hombre de producir a la vista de sus propias re­clamaciones ince­santes, pueda abo­car un día a la sa­biduría de cercenar necesidades o. más bien, a la de discer­nir entre necesida­des auténticas e inauténticas... El ente saturniano del cuento de Voltaire resulta un ser en el que es lógico imaginar superabun­dancias vitales fabulosas. En cambio, desde el punto de visto te­rrícola, ¿acaso no ha llegado el momento en que son los produc­tos quienes provocan el consumo y los medios quienes inventan los fines? En buena parte, la critica de la sociedad industrial —re­cordando la ascética cristiana a veces, y antes la moral estoica— se basa en la suposición de que la necesidad (?) de vender un automóvil precede al deseo de comprar un automóvil...

En un relato de ciencia ficción —moderno éste— titulado «La vuelta al hogar», cuenta Zimmer Bradley el asombro de unos viajeros del espacio que llegan a la Tierra. Se pasman los recién llegados al comprobar que los hombres con quienes se tos van a entender a su vuelta de otras galaxias, decidieron podar mu­chas ramas superfinas de la civilización, contentándose con una cultura semipatriarcal. En el lapso de los quinientos años han desaparecido, o quedaron abandonadas, las grandes ciudades. Y en cada pequeña ciudad hay un par de coches «para casos necesa­rios». Eso sí; los terrícolas de Zimmer Bradley siguen teniendo nada más cinco sentidos. Y no reclaman más. Por eso son felices Los terrícolas de Zimmer Bradley vuelven a Sócrates. Sospechan que están haciendo honor al «homo sapiens» a costa del ya, para ellos, un poco relegado «homo faber».