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EL « RELOJ TROVADOR»

Juan Pasquau Guerrero

en Diario ABC. 21 de enero de 1961

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Cierto que, como está escrito en severa admonición al pie de un fa­moso reloj antiguo de nuestra vie­ja Europa, "todas las horas hieren y la última mata". Pero

Consuelo dulce el clavel
es a la breve edad mía...


decía don Luis de Góngora y Argote.

Porque si la muerte, de la que el reloj trae el recuerdo, es también "mal de las flores", claro está que un consuelo —y no de tontos quizás— acarrea al hombre esta solidaridad que el común destino tempo­ral le muestra con el clavel, con el jaz­mín o con la margarita. El mismo Gón­gora en un soneto, de tema floral otra vez, apostrofa a la rosa:

porque en tu hermosura está escondida
la ocasión de morir muerte temprana.


Un reloj de flores significa, pues, una delicadeza del Tiempo, ese tirano de to­dos los tiempos. Y si la muerte en el reloj nos envía su embajada, bueno es que tal recurso diplomático oculte, en graciosa sonrisa, inveterados tremendismos; y se muestre amable a la luz del día, entre el juego de los niños de los jardines, junto al margen mismo que exorna el tráfago de la ciudad. "Morir tenemos"; pero cuan­do es la rosa quien lo advierte...

Pero esto es ponerse demasiado tras­cendente. Seguro que no pensaron en estas causas últimas quienes, en La Coruña, han plasmado el propósito de dotar a "Marineda" de un reloj que oculta la prosa de su mecanismo bajo el limpio césped; cés­ped en que las flores dejan su femenil ocio­sidad para asumir, oficiosas, las cifras horarias. El artilugio está ente­rrado y, encima, la esfera ver­de tiene un candor y un tem­blor de hierba fina. Y simulan el horario y el minutero flore­tes con empuñadura santiaguista, como si caballero y es­cudero, en sutil galanteo, se lanzasen a la justa poética del tiempo enamorado.

Servir yo en flores, pagar tú en panales...

Hacer de las horas endechas de los minutos silvas. Acariciar a un gua­rismo de nardos, con la punta de la espa­da, para obtener un estimulo de fragan­cias. En fin, todo tan deliciosamente arti­ficioso, todo tan "gay-saber", que a uno le dan deseos de bautizar el reloj del Parque de Méndez Núñez, de La Coruña, con el nombre de "Reloj Trovador"...

- - -

La Coruña, lo escribió Fernández Flórez, es como un barco; a babor y a estri­bor la ciñe el Océano. A bordo de La Co­ruña, la vida sabe a elegancia y el ambien­te trasciende a trasatlántico de lujo. Fi­nura que hilvana todos los aspectos de la ciudad, inclusive el gastronómico. Porque las langostas que se ostentan tras el cris­tal de los innúmeros escaparates de la calle de los Olmos —o de la calle de la Ga­lera, o de la Estrella—, son también, a su modo, elegantes...

Deduzco, que en la toldilla del barco, el reloj floral se ha puesto a no temer al tiempo que pasa: se ha puesto a ironizar —esta es una tierra de ironía— sobre lo fugitivo de la existencia. Yo creo que éste es su verdadero sentido. Porque pienso que la idea, de la que existe el precedente en otras —contadísimas— ciudades, se ma­tiza aquí de una especial intención; hasta sospecho si no pudo ocurrírsele a algún munícipe bienhumorado cualquier medio­día, después de la comida en cualquiera de esos espléndidos restaurantes con escaparate de marisco.

Luego, venimos los de afuera y a la vista del artilugio del Parque de Méndez Núñez, damos en citar a Góngora o en escribir lo de "Reloj Trovador". Lo toma­mos demasiado en serio, ¿eh? Pero pron­to nos asalta la duda de si todo no será otra cosa que guasa fina; lidia elegante de los coruñeses al Tiempo, ese toro pastuño que, sin embargo —¡ay!—, termina por cornear siempre.

Aunque seguramente en este caso —a lo del barco me atengo— más valdría simbo­lizar al Tiempo en una ballena.