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Úbeda

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Las secuelas de la Guerra de Sucesión en Úbeda

Ginés de la Jara Torres Navarrete

en Ibiut. Año XVIII, nº 104. Octubre de 1999, pp. 22-23

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En el número anterior, página nº 17, por error en el proceso de confección de esta revista, publicamos sólo la segunda parte del trabajo remitido por D. Ginés Torres Navarrete. Pedimos disculpas al tiempo que publicamos en este número el trabajo completo.

Carlos II "El Hechizado", nace en el Alcázar de Madrid el 17 de septiembre de 1661 heredando el cetro de Felipe IV, su padre, en 1665, y fallecido el 1 de noviembre de 1700 sin sucesión alguna de sus dos matrimonios. Aquel enfermizo y raquítico monarca testó el 3 de octubre del año de su muerte, dejando sucesor a Felipe de Borbón, duque de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia, hijo éste de la infanta española doña Ana de Austria y por si fuera poco esposo de la infanta doña María Teresa, hermana mayor de nuestro Carlos II.

Como opositor al duque de Anjou y pretendiente al trono español vemos al Archiduque de Austria, don Carlos, hijo segundo del emperador Leopoldo I, quienes envuelven a España en una guerra cruel y a los españoles hundidos en la desesperación y en la miseria. Úbeda no podía escapar a aquel desastre, y las consecuencias para las clases más humildes tuvieron fatales consecuencias.

Una ojeada a las actas capitulares de aquellos años y pronto nos percataremos de las desgracias humanas que aquella guerra cruel e injusta acarrearon a la pacífica población de nuestra ciudad.

Por si fuera poco, la mala climatología deja vacíos los graneros de Úbeda y en un fugaz ascenso el alimento básico sufre un aumento de un cien por cien. El pan estaba por las nubes, de brazos caídos los trabajadores, y los señores Concejo y Regimiento impotentes para resolver tanta miseria y tanta desgracia.

Los señores del Ayuntamiento tratan de buscar soluciones a tanto mal, pues al escasear el trigo, los precios se disparan, falta el pan cocido, y el trigo que se cotizaba a 28 reales la fanega, a partir del 19 de mayo de 1709 han de pagarlo nada menos que a 44 reales.

Si las desgracias y los agobios eran pocos, un buen día el Príncipe de Molfetta, impone a Úbeda una contribución de 50.000 reales para gastos de guerra.

Espeluzno causa a nuestro sensible corazón, relatar las desventuras a que se vio envuelta la población de Úbeda: los puestos de pan vacíos, las despensas agotadas, los bolsillos sin blanca y las pobres mujeres con los niños colgados a sus enjutos pechos sin nada que sacar. Por doquier llanto, lamentos, caras demacradas y desesperación en los rostros.

Pero la cosa van más lejos: hombres como robles, esqueléticos y tambaleantes, van cayendo por las calles de Úbeda dejando en tierra su cuerpo enjuto y su mirada perdida en el cielo implorando a Dios remedio a tanta injusticia. Era, querido lector, la triste estampa de la Úbeda de comienzos del siglo XVIII.

Resaltar debemos, pues es de justicia, la humanidad de los señores que entonces gobernaban Úbeda: tratan de poner coto a la escandalosa subida del pan con una medida sabia que no sabemos si dio el apetecido resultado, pues los señores regidores determinan con sabiduría que los puestos tradicionales del pan, vendan a moderado precio este artículo a los pobres, y que se abran otros puestos en la Plaza de Arriba (Toledo) al abusivo precio impuesto por las escaseces para los pudientes y acomodados.

Pero como las desgracias siempre vienen acompañadas en la extensa campiña de Ubeda, hace acto de presencia la langosta, devorando los panes en flor. ¡Cuánto desastre!...

Como quiera que sólo había dinero para matar a los hombres en la guerra, escasean para combatir a la langosta en su conquista de los sembrados, y vista el hambre reinante en la población, la ciudad, es decir, el Ayuntamiento, acuerda que puesto que los pobres están prestos a matar langosta sólo por un mísero yantar cual pudiera ser unas migas de pan bazo, una caldera de ajo-harina, un puchero de garbanzos, unos picatostes o tal vez unos canutos de habas verdes en salsa, que se destruya al verdadero enemigo de la población que eran los grillos insaciables y destructores.

Independientemente de nuestro comentario, más o menos acertado, como es de uso y costumbre en este modesto historiador, queremos que sea el propio documento manejado el que ilustre fielmente aquel momento de desesperación. Dice así refiriéndose a los menesterosos:

".. y si a salir a matar langosta sin más estipendio que un moderado alimento a que concurren gustosos por estarse cayendo muertos de hambre por las calles a causa de no tener con que comprar el alimento preciso del pan ocasionado de que todos los dueños de heredades las dejan sin cultivar por falta de trigo y no poderles alimentar en sus trabajos, que por dicha Junta dé probidencia a poner otro puesto de pan en la plaza de Arriva donde se venda a doze quartos las dos libras de a diez y seis onzas que corresponde a los sesenta reales para las personas poderosas y otras acomodadas, cuios caudales pueden tolerar dicha alteración, y en los puestos que actualmente existen se venda unicamente a los pobres al mismo precio de ocho quartos que actualmente se vende..."

A todo esto una duda nos ciega: ¿Si los braceros no trabajaban, pues sólo tenían la noche y el día, adónde iban a ir por los ocho cuartos? De ahí el dicho popular de "estar sin cuartos".

ROGATIVAS IMPLORANDO LA DIVINA CLEMENCIA

Bien sabían los ediles de aquel mal momento que sólo en Dios está el remedio. Yerran no empero sospechando que Dios los estaba castigando por su mal comportamiento.

Dios, como cualquier padre, regaña a sus hijos, pero no los maltrata. Veamos el celo de aquella Corporación Municipal postrada ante el Altísimo en solicitud de clemencia. Dice el Ayuntamiento:

"La Ziudad dixo que para aplacar en parte el flaxelo con que por nuestros grandes pecados estamos amenazados de la langosta que va consumiendo todos los sembrados y conseguir la divina piedad que se espera por la mediación de Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona y avogada de esta ciudad tiene prevenido en el Religiosísimo Convento de las Relixiosas Descalzas de ella, pasar mañana la devotísima imaxen de Jesús Nazareno en prozesión a la Collegial a donde a de permanecer toda la octava del Santísimo para que los fieles ymploren su favor en la aflicción que padezen por lo qua/ acuerda que fenecida dicha octava se zelebre fiesta el Domingo ynmediato y Prozesión General por la tarde a que concurra la Ciudad, y para las disposiciones de dicha festividad y prozesión nombra por sus Cavalleros Comisarios a los señores Don Juan Duque y Don Andrés de Mora, sus veintiquatros" (1).

Ante la elocuencia del documento huelga todo comentario. Únicamente identificaremos para el lector a aquellos caballeros regidores encargados de cumplir con tan piadoso acuerdo.

El primero de ellos se Llamó don Juan Duque Ramírez de Arellano, nacido parroquiano de San Nicolás, donde falleció en 1720. Fue en efecto Caballero 24 de Úbeda y su alguacil mayor perpetuo, donde casó con doña María de Morales y Trillo. Fue hijo de don Sebastián Duque de Estrada y doña María Ramírez de Arellano, procreando de su matrimonio cinco hijos varones y dos hembras, uno de ellos sacerdote en Úbeda largos años y dos que, como su padre, fueron alguaciles mayores de Úbeda.

El segundo de los comisarios, don Andrés de Mora y Molina, casó en Úbeda en 1694, con doña Catalina de Valencia y Cotillas. De estos últimos nos resistimos a dejar dormir el sueño eterno a un suceso milagroso que les ocurrió. Resulta que habiéndosele presentado el primer parto a doña Catalina, muy mal, por cierto, ante la gravedad, pidieron la protección a Ntra. Sra. de Guadalupe, quien la concedió. En acción de gracias, éstos, el 31 de julio de 1695, ante Diego Moreno de Aranda, hacen generosa donación a Ntra. Sra. de un haza de cuerda y media de tierra en el pago de la Huerta del Sillero, junto al camino de Sabiote. Aquello era fe...

GINÉS TORRES NAVARRETE
(Cronista Oficial de las Villas de Sabiote y Torreperogil)

1.- Cabildo de 29 de mayo de 1709.