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FE Y RAZÓN

Juan Pasquau Guerrero

en Revista «Así». 15 de febrero de 1970. Primero conocer...

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Juego de gracia, libertad y razón. Así define Charles Moeller a la fe. El juego —añade poco más o menos— lo lleva la gracia, pero respetando la libertad y la razón. No es demasiado fácil, pues, humanamente hablando, la síntesis de la fe. Siempre los peligros han sido indudables. Basta un aumento de dosis de racionalidad desencajada, o una libertad irrespon­sable o enferma, o una fe pragmática, o una fe ignorante (la fe del car­bonero), para que los errores suplanten una autenticidad. Puede que la razón rebase sus atribuciones, que se erija en fiscal cuando en realidad su misión es de simple "juez instructor"... Tal es la actitud del racionalis­mo; actitud que no falta nunca aunque ahora suele decirse que está superada. ¿Ejemplos de racionalistas aquí y ahora? Todos cuantos cre­yentes o incrédulos, quisieran que la fe fuese la solución evidente del Misterio, es decir, todos cuantos quisieran hacer desaparecer el Misterio. Todos, en fin, cuantos se desazonan cuando advierten que, después de probar llave tras llave, la "cerradura" no cede. Pero, ¿cómo va a abrirse el Misterio con una pobre herramienta científica? Marcel ha escrito páginas maravillosas acerca de esto: "El Misterio —ha dicho— es, pero no se tiene". Disponemos de muchas verdades inventariables, conocidas, sopesadas, tan­gibles. Hay, no obstante, verdades que no se manejan, que no están ahí enseñándonos su perfil y su mapa, sus vericuetos y sus accidentes. Esta clase de verdades —de cuya cerradura no tenemos la clave— no son com­probables, pero nos han sido reveladas. Están en la "Caja fuerte" y el cajero es... Dios. Naturalmente, por algo se dice "el tesoro de la fe". Los dogmas son, en efecto, como un tesoro oculto. Querer encontrar su se­creto a fuerza de brazos, perforando, zapando o cavando, sería agobiador si fuera posible el éxito. Pero no es posible. Los hombres, demasiado orgu­llosos de su razón o de sus pequeñas verdades conquistadas, los que piensan que la razón en lugar de representar una simple ayuda —una especie de "beca", una subvención al fin y al cabo— lo es todo, terminan por enfa­darse cuando advierten que el Misterio no se allana a sus mecanismos lógicos o sus juegos de ingenio. No es el Misterio conquistable, no puede formar parte del Imperio —o de la Commonwealth— de la inteligencia y, entonces, los embriagados de hallazgos subalternos consideran como territo­rio de barbarie, es decir, como territorio de Absurdo, los inmensos continen­tes del Misterio... ¿Es sensata esta actitud? Ciertamente, con la sola razón no se conquista el conocimiento cumplido de Dios y de las verdades reli­giosas. Ante el hecho, se presentan dos opciones. Puesto que la razón no explica el Misterio, el Misterio no existe. Esta viene a ser la tesis racio­nalista. La fideísta, en cambio, es formulada así: Puesto que la razón no aclara el Misterio, la razón no sirve desde el punto de vista religioso.

Ambas opciones son prematuras y, desde la posición ortodoxa, falsas. Que yo no pueda ir en avión a Marte no es señal de que Marte no existe. Ahora bien, que yo no pueda ir a Marte en avión tampoco prueba que el avión sea una tontería, ni que el avión y Marte se contradicen y excluyen mutuamente. ¿Sería sensato que los hombres se "dividiesen" en partida­rios de Marte en contra del avión y en adepto del avión en contra de Marte? Pues algo así sucede cuando nos dividimos en fideístas y raciona­listas, o, por decirlo con terminología más al uso, cuando abominamos de la Ciencia o de la Filosofía en aras de la fe, y cuando renunciamos a la fe, en nombre de la Ciencia, de la Filosofía, de la Antropología o de la Biología. Lo que sucede es que Misterio y razón son circunferencias con­céntricas y, en consecuencia, de diferente radio. Hay una parte del ca­mino en que verdad natural y verdad religiosa coinciden; un trayecto en que fe y ciencia pueden confundirse. Pero llega el instante en que a la Ciencia se le termina la cuerda y no puede avanzar más. ¿Es que no sirve para nada? Claro está que sirve. Ahora bien, que su radio no se puede prolongar hasta un punto de la circunferencia grande —la circun­ferencia del Misterio— no implica, no mucho menos, que se oponga a ella.

Por eso se dice que la fe es razonable, que la fe tiene motivos rató­nales de credibilidad, aunque la razón no lo sea todo. De otra manera: la razón que no prueba suficientemente la fe, no se opone de ninguna manera, sin embargo, a la fe.