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NUEVA TEOLOGÍA

Juan Pasquau Guerrero

en Revista «Así». 12 de abril de 1970. Primero conocer...

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El argumento de los motivos de credibilidad, es decir, la explicación de que la fe no se opone a la razón, aunque no sea suficiente la razón sino para ayudarla, es desechado hoy por "clásico". En nuestro tiempo lo clásico se estima poco, se relega lo clásico al museo. Y de esta opinión participa la llamada vanguardia católica. Yo ya no sé a punto cierto quiénes constituyen en rigor la vanguardia católica. Siempre la formaron los santos. Pero ahora parece que no. La vanguardia religiosa la asume —¿la detenta?— el progresismo. Uno no tiene reparo en decir que el progresismo asume un nuevo triunfalismo y que, de otra parte, el progresismo está vigorizando y galvanizando en constante tensión ciertas estructuras eclesiales. De ahí que condenar el progresismo en bloque es peligroso. Aunque más peligroso resulta aceptarlo en bloque. Así, quien esto escribe, usando de una legítima libertad de opinión, no comulga ni poco ni mucho con la idea de que el progresismo representa, precisamente, la vanguardia teológica. En otros aspectos de índole temporalista, el progresismo tiene no pocos aciertos. En el teológico, creo que no, decididamente creo que no.

El progresismo teológico quiere una nueva teología. Bien; la estamos esperando. Pero, naturalmente, nuestra expectación se refiere a la aparición de nuevos teólogos católicos cuyas formulaciones, todo lo innovadoras que se quiera, se inserten, no obstante; en la tierra firme de la dogmática —¡hay que seguir hablando de dogmas!— cristiana. No nos sirven argumentaciones protestantes —a lo Bultmann, a lo Cullman— con indumentaria católica. Tampoco el hecho de que se haya convertido en teólogo a un poeta-antropó­logo —tal el caso de Teilhard de Chardin— nos convence. Reconozcamos, sí, que Teilhard de Chardin es una inteligencia venerable cuya abnegación y religiosidad se muestran patentes al lector de sus libros. Pero sus hipótesis son poemáticas y posiblemente utópicas. No vemos signos de que sus predic­ciones se vayan a cumplir, si bien arguye él que sus pronósticos —entre los que la cristogénesis: maduración de la especie humana para Cristo, es el más peregrino— lo son a largo plazo. En cuanto a las "noosfera" —objetivación de los valores en el ambiente, cristalización tangible del espíritu de verdad-no tiene sentido genuinamente religioso porque, más bien, tiene puntos de tangencia con un fatalismo... ¿Nos resignaremos, siguiendo a Chardin, a estimar la Teología como una línea de puntos en la que se prolongaría el trazado, hasta el infinito, de la Biología? Pero, ¿qué teólogos fuera de Chardin y fuera de los inspirados por el protestantismo ofrece el progresismo? Lo repito, lo estamos esperando. Mientras llegan es natural que nos sigamos sirviendo de Santo Tomás, de San Agustín, de San Anselmo e incluso de... Chesterton. Más profundidad "moderna" tiene Chesterton que Bultmann, heredero al fin, en su famosa teoría de la "desmitologización" del rebasado racionalismo de un Renán o de un Strauss. Y, ¿por qué se silencia ya, inclusive, el nombre de Papini? No es que Papini sea un teólogo; es otro escritor, otro poeta. Pero puestos a alinear los poetas como teólogos, en un momento en que hasta el mismísimo Rabindranat Tagore es reiteradamente citado por los píos propulsores del progresismo, no me explico esta especie de conspiración del silencio. Como —¡y esto es más grave!— no entiendo que ya se acuda muchísimo menos a Jacques Maritain (nada sospechoso de conservadurismo). ¿No es que les duela ya a muchos progresistas el nombre de un genuino filósofo que, a pesar de sus avanzadas teorías, sigue haciendo pie en Santo Tomás y denuncia la conolatría (es palabra maritainiana) como morbo disolvente que acecha a las actua­les tendencias?

(Nadie debe dudarlo. Los progresistas católicos proceden con una impe­cable buena intención. Pero no hay que relegar, por antigua, la fábula del lobo y del cordero...).

Sigue, pues, uno pensando que mientras no conozcamos a los nuevos teólogos católicos, debemos atenernos a los antiguos. Nuevos teólogos decimos, y no nuevos sociólogos, nuevos economistas, nuevos liturgistas o nuevos mora­listas, ya que de éstos sí hay abundante cantera (en bastantes ocasiones exce­lente) dentro del progresismo. ¿No nos gustan los teólogos clásicos? Manten­gámoslos, no obstante, mientras se encuentran quienes les sustituyan. El antiguo techo ¿tiene muchas goteras? Bien; esperemos para derribarlo a que nos preparen el nuevo techo. Lo peor es la intemperie... Alguien objetará, quizás, que esos teólogos nuevos existen pero que no son conocidos porque aún no se han divulgado. ¿Por qué, entonces, se divulga el descrédito de los antiguos? Por Dios, todo es admisible en el campo cristiano menos la demagogia. Hay que proceder con cautela. Y sin ingenuidad. No vayamos a quedarnos sin patrimonio con tal de quedar bien con los adversarios de nuestro patrimonio. Y no vayamos a creer, de hecho, que el primer expediente para la unión ecuménica pasa por la desunión de los católicos.

El confusionismo está en el aire. Del confusionismo, ¡líbranos Señor!