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¿Ser cristiano, hoy es una aventura? Realmente, tomar lo de ser cristiano en serio siempre lo fue. El error inveterado consistió en aceptar corticalmente el cristianismo sin comprometer el último fondo personal. El cristianismo se ha usado en todos los tiempos, y los hombres —los cristianos uno a uno— lo han tomado ocasionalmente, como ocasionalmente se toma una prenda de vestido o de abrigo cuando la circunstancia lo aconseja... Ahora bien; en la mayoría de los casos los cristianos dejan su cristianismo colgado en la percha y se lanzan a la vida a "cuerpo gentil", es decir, hemos creído mil veces que el cristianismo es algo que se superpone, que nos colocamos encima, para alcanzar un beneficio o para obviar un peligro. Por ejemplo, llegamos a convertir los sacramentos en un expediente, en un trámite, en un salvoconducto. Y los Mandamientos en un sistema de pesas y medidas para la talla de nuestra conducta. Así, según el tiempo, según la metereología cambiante de los avatares individuales, según el propio estado de ánimo, usamos o no de nuestro cristianismo: lo lucimos o lo dejamos en casa. Craso error, porque la profesión de fe no es una recitación de fe, sino una impregnación total de la persona; no es algo que se añade a la conducta sino algo que informa la actuación; no es un conjunto de verdades que se saben, sino un sistema de creencias que se viven. De tal forma que, dando al concepto todo su rigor, no se está cristiano, sino que se es cristiano. Nuestras ideas y nuestras actuaciones en cristiano, si no enlazan y traman y dan contorno y perfil a nuestra vida entera, no pasan de anécdotas cristianas. He aquí pues, lo difícil del cristianismo: no está hecho de esporádicas o accidentales brotes; todo él es una sustancia que nos altera, que nos hace otros, que hace surgir el hombre nuevo. No es otro el mensaje pascual. No es otra la función de la Gracia.
Pero nuestro tiempo ¿empieza a no entender esté lenguaje?
Se insiste mucho —y no son los cristianos quienes menos lo recalcan— en que el mundo actual adolece de una morfología y de una fisiología hostil tanto a la ideología como a la llamada "praxis" —con término impropio malcopiado del léxico marxista— cristiana. Es un argumento sofístico, esgrimido Dios sabe con qué intenciones. ¿Cuándo el mundo no ha sido, hasta cierto punto y en muchos de sus aspectos, el oponente de la verdad, es decir, el oponente de Dios? ¿Cuándo el mensaje de Dios se ha adaptado, ensamblando exactamente con las estructuras vigentes? ¿Es que Cristo "encajó" en los supuestos de su tiempo? ¿Encajó San Francisco de Asís en el estilo de vida del siglo XIII? ¿Se parecía mucho San Juan de la Cruz a su tiempo, y su temperatura mística se acordaba acaso con la temperatura histórica de su contorno? A mi juicio, nos estamos volviendo los cristianos muy asustadizos. Lo de creer que nuestro tiempo rechaza al cristianismo como a un corazón que no es el suyo, es miedo, cuando no es... artimaña. En nuestro tiempo, como en todos, es difícil, bastante difícil, ser cristiano. Pero, justamente, lo mismo de difícil que en cualquier otra época histórica. No más. No creamos que por haber más velocidad y más máquinas ha cambiado la sustancia del mundo; no creamos que ha cambiado hasta tal extremo que el cambio excluye a Dios. Hace días, un sacerdote —de esos progresistas que no son sino asustadizos— escribía que hay que "promocionar a Cristo" en la juventud, como si el subdesarrollo fuese Cristo y el superdesarrollo correspondiese a la juventud. En el fondo, quería decir que el mundo actual —tal como anda, o tal como cojea— es incapaz de entender el cristianismo y que, entonces, no hay sino adaptar a Cristo —tijeretear a Cristo como si fuese un recortable— para ver si así entra, para ver si así puede pasar, para ver si así se evita el rechazo. Tremenda defección e... insorpotable abdicación.
Por Dios, hagámosle caso al Papa, ahí está la palabra del Papa. Ha dicho en una reciente audiencia: "Vivir como cristiano no es un anacronismo porque los principios de la Gracia y de la verdad del corazón no son principios viejos y extinguidos. Son actualísimos y pueden medirse con las más variadas y más nuevas circunstancias. El Señor es actualísimo siempre. Y siempre dudarlo fue flaqueza, imperdonable flaqueza".
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