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INTRODUCCIÓN
Durante mucho tiempo estuvo mitificada la originalidad de la obra de San Juan de la Cruz, al pensarse, con una cierta lógica, que la plasmación literaria de una experiencia mística (y por tanto, personalisima) difícilmente podría derivar de otras fuentes.
Y si bien la influencia de textos bíblicos, especialmente el Cantar de los cantares, no presentaba mayores problemas, no ocurría lo mismo con otras obras, a pesar de que la producción literaria del gran místico ofrecía notorias concomitancias con la poesía amorosa de corte garcilasiano, que tan fecundo cultivo tuvo a lo largo del siglo XVI, aspecto también apuntado por parte de la crítica sanjuanista.
A raíz de la celebración en 1942 del IV Centenario del nacimiento del santo carmelita, surgieron muchos e importantes estudios, como correspondía al poeta que, según la opinión de todos, independientemente de ideologías, constituye la más alta cima de la expresión lírica.
En este orden de cosas destacó sobremanera la publicación de un famoso libro de Dámaso Alonso (1), en el que, sin despreciar otras fuentes, valoraba particularmente la influencia de la poesía castellana, tanto de tradición popular como culta, incidiendo en este último caso en la figura de Garcilaso y en la versión a lo divino que había hecho el ubetense Sebastián de Córdoba de las obras de Boscán y Garcilaso (2).
Aunque esta perspectiva produjo algún que otro malestar (3), quizá por estimarse que la indicación de fuentes de poesía amorosa profana era rebajar la categoría del autor y profanar en cierta medida su inigualable altura mística, no obstante, las observaciones de Dámaso Alonso fueron recibidas con aplauso por la práctica totalidad de la crítica y siguen hoy aceptándose, ya que, al rigor de investigación allí mostrado, se unía la fina intuición de un gran poeta.
No voy a referirme aquí a Sebastián de Córdoba, al que ya he dedicado alguna atención y estoy estudiando en la actualidad con un mayor detenimiento, puesto que las perspectivas que ofrece su obra, como puente entre la poesía amorosa humana de Boscán y Garcilado y la divina de San Juan de la Cruz, requiere un mayor espacio.
Sin embargo, voy a dirigir la mirada a otro autor de Úbeda, Luis de Aranda, cuyo nombre ha saltado más recientemente al hablarse de su posible influjo en la obra del místico carmelita. No es que se trate de un aspecto de gran relevancia, pero por ser menos conocido, creo que bien merece la pena dedicarle unas pocas líneas, partiendo, por otra parte, de las consideraciones apuntadas por el profesor Cristóbal Cuevas, que es a quien corresponde el mérito de haber abierto esta nueva vía interpretativa (4).
1.-Luis de Aranda y su obra
Los únicos datos que conocemos de este personaje son los de ser autor de un conjunto de obras, tanto manuscritas como impresas, alguna de las cuales no está hoy localizada, y que era de Úbeda, como en las mismas suele especificarse casi siempre al lado de su nombres.
La obra de Aranda se inscribe dentro de la corriente doctrinal reforzada por el espíritu tridentino, tan típica de la época. Y dentro de esta línea destacan algunos de sus libros, enmarcados más concretamente en el género de la "glosa", que gozó de una abundante y rica traducción durante más de dos siglos.
Aquí vamos a hacer referencia, atendiendo al tema señalado en el título de este trabajo, a la Glosa de moral sentido en prosa que hizo de las famosas Coplas de Jorge Manrique (Valladolid, imprenta de Córdoba, s.a., pero con privilegio fechado en 1552) y a la Glosa intitulada segunda de moral sentido, en verso, de los Proverbios del Marqués de Santillana y del Laberinto de fortuna o Las Trescientas de Juan de Mena (Granada, Hugo de Mena, 1575).
Se trata, como puede observarse, de dos modalidades de "glosa", según se hiciera en prosa o en verso. En general, las glosas en prosa tienen un marcado carácter doctrinal, puesto que buscaban como fin esclarecer y comentar el contenido del original. Esta misma puede ser también la meta de la glosa en verso, pero en este caso es primordial poseer una especial destreza métrica, ya que, siguiendo el mismo sentido del poema de que se parte, era preciso ensancharlo, intercalando ademas los versos originales.
Por lo que respecta a la segunda modalidad, ya hemos dicho que contó con una larga y fecunda tradición, que se desarrolló desde la mitad del siglo XV y ocupó la totalidad de las dos centurias siguientes, como muy bien queda demostrado en el ya clásico estudio de Hans Janner (6).
Fueron muchos los poemas, tanto anónimos como de autores conocidos, que por su belleza merecieron esta peculiar atención, como forma de ahondar y recrearse en su esencia poética. Algunos líricos de la categoría del propio San Juan de la Cruz o de Lope de Vega nos han dejado excelentes muestras. Es más, podemos agregar que la modalidad de la "glosa" fue cultivada con gran profusión en academias y certámenes poéticos que tanto abundaron en nuestros Siglos de Oro.
Quizá nada mejor para comprender este aspecto que acercarnos a la obra de Luis de Aranda y a lo que él mismo nos dice sobre el particular.
En el "Prólogo" a su glosa de Las Trescientas de Juan de Mena (a pesar del titulo del libro va colocada, ésta en primer lugar) nos hace una auténtica declaración de principios. El arte de la poesía, según Aranda, "es una cosa que contiene y encierra en sí muchas delicadezas y primores, y no menos dificultades...". Y sobre este punto no duda en afirmar que entre "las cosas de mucha habilidad y primor, la que mayor de todas me parece es el glosar, por las muchas cosas a que se debe tener respeto y atención". Estas las resume en tres, que las podemos sintetizar así: 1.1 Debe guardarse con mucho cuidado el sentido del texto original; 2.1 Debe respetarse la misma rima, y 3.1 Debe resultar una unidad entre el original y la glosa. Luego aprovecha para indicar que es muy aficionado a esta epecialidad poética en la que ha cosechado el favor de sus contemporáneos, razón por la cual le ha parecido oportuno glosar algunas de las coplas más notables de Las Trescientas.
Como luego vemos en el texto, éstas van a ser un total de 24, que no siguen el mismo orden de numeración (7).
La técnica utilizada es la siguiente: sobre el esquema ABBAACCA de las coplas del poeta cordobés, Aranda ofrecerá el suyo, en cuatro grupos, con ABAABCDC CD, siendo los dos últimos versos los mismos del par primero, segundo, tercero y cuarto, respectivamente, del original.
Es una de las distintas variantes en el uso de la glosa. Nuestro autor lo hace de dos en dos versos, mientras que otros, particularmente cuando la estrofa original es breve, lo hacen de cada verso; incluso a veces es sólo el último verso el que se repite y tampoco es infrecuente (tal es el caso de San Juan de la Cruz) observar una mayor libertad por parte del glosador.
En cualquier caso, lo principal es respetar lo más posible las tres condiciones tan claramente señaladas por el poeta ubetense y que él, desde luego, procura seguir "a rajatabla".
(Continuará)
Aurelio Valladares Reguero
Catedrático de Lengua y Literatura Española del I.B. "San Juan de la Cruz"
(1) La poesia de San Juan de la Cruz (Desde esta ladera); Madrid, C.S.I.C., 1942 (posteriores edic. en Aguilar y Gredos).
(2) Las obras de Boscán y Garcilaso trasladadas en materias cristianas y religiosas; Granada, Rene Rabut, 1575; Zaragoza, Juan Soler, 1577.
(3) Puede valer como ejemplo el trabajo de Fray Emeterio de Jesús María, O.C.D. "Las raíces de la poesia sanjuanista y Dámaso Alonso", en El Monte Carmelo, LI (1950), pp. 148-265.
(4) Véase en el estudio que precede a su edición del Cántico espiritual. Poesías (Madrid, Alhambra,1979; reimpresión, 1983) el apartado IV "El Cántico como glosa. Relaciones entre prosa y verso" (pp. 29-39) y más especialmente las pp. 37-39.
(5) Para un mayor detalle de su producción literaria conocida podrá verse mi trabajo, de próxima publicación, Temas y autores de Úbeda: Ensayo bibliográfico, n.° 971-983.
(6) "La glosa española. Estudio histórico de su métrica y de sus temas", en Revista de Filología Española, XXVII (1943), pp. 181-232.
(7) Las estrofas glosadas son las siguientes: 93, 82, 231, 137, 211, 8, 99, 262, 229, 226, 227, 218, 219, 131, 132, 133, 90, 108, 105, 106, 107, 5, 33 y 298. He manejado el ejemplar de la Biblioteca Nacional de Madrid (R-6.250). Hago la advertencia de que, para una mejor comprensión, en las citas de esta obra de Aranda, así como en la otra que se menciona, modernizo las grafías.
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