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Doña María de Mendoza. Una sorprendente mujer que descansa en Úbeda

Ramón Molina Navarrete

en Ibiut. Año VI, nº 31. Agosto de 1987, pp. 14-15

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Se han cumplido cuatrocientos años de su muerte. El pasado once de febrero se celebró en la Sacra Iglesia del Salvador una ceremonia religiosa para conmemorar el IV Centenario de su fallecimiento.

El hecho, para muchos, pasó desapercibido. Y pasó porque en el fondo nadie sabía bien de qué personaje se trataba. Lo más se había escuchado que era en conmemoración de una mujer llamada María de Mendoza que habíase casado con nuestro secretario Francisco de los Cobos.

Pero, ¿quién es, realmente, esta María de Mendoza? Una vez más la historia es injusta –los feministas dirían que machista–; la mujer es relegada a un segundo plano, sin interpretar su valoración exacta y aun cuando todos somos conscientes que tras un hombre importante hay siempre una mujer inteligente.

De María de Mendoza no sabemos demasiado a pesar de que numerosos documentos de la época nos hablan de ella. Pero baste decir que tuvo las mejores relaciones de la corte. Fue camarera de la emperatriz Isabel de Portugal y contaba entre sus amigas con la Duquesa de Alba; Leonor de Castro, esposa de Francisco de Borja; la Marquesa de Soma; Mencía de Mendoza, Duquesa de Calabria; la Marquesa de Cenete; Estefanía de Requesens y su madre Hipólita de Liori, Condesa de Palamós. También cabe destacar su amistad y relaciones con Santa Teresa de Jesús, la cual la considera, en el capítulo diez del Libro de las Fundaciones, "muy cristiana y de grandísima caridad".

Debió de nacer María de Mendoza en el año 1508. D. Juan Pasquau en su monografía "Claros Varones de Ubeda (Hombres y Nombres)", señala Castrojeriz (Burgos) como lugar del hecho. Eran sus padres D. Juan Hurtado de Mendoza, Adelantado de Galicia y Dª. María de Sarmiento, Condesa de Rivadavia. El 19 de octubre de 1522, la joven María (14 años) se compromete a casarse antes de navidad con el Secretario del Emperador Carlos I, Don Francisco de los Cobos, que contaba con algo más de cuarenta años.

María era una niña que vivía en Valladolid y que apenas tuvo relación alguna con D. Francisco antes de la boda. Es posible que no existiese siquiera enamoramiento. Cobos necesitaba una mujer a su edad y los Condes de Rivadavia necesitaban, a pesar de pertenecer a la alta aristocracia, ir "colocando" a sus hijos (once habían tenido) de la mejor manera y especialmente a las hembras.

Contrajeron matrimonio a finales de 1522. Y a partir de este momento se convierte en la típica mujer de la corte, ambiciosa, acaparadora de bienes, ansiosa de prestigio, hambrienta de títulos y propiedades.

Al año siguiente de contraer matrimonio, María de Mendoza da a luz un hijo al que llaman Diego y al año siguiente alumbra a María. Dos niños en algo más de dos años son muchos niños para una joven que tiene tan solo dieciséis primaveras. Ya no tendrá la familia Cobos-Mendoza más descendencia. Ni rezos, ni súplicas, ni promesas, podrán rectificar el curso de la naturaleza..., ni un enano contrahecho al que llamaban "El Maestre de Roa" –como nos relata el profesor Keniston–, y con fama de curandero (había curado a Hernán Cortés de un brazo roto a consecuencia de una caída del caballo), podía lograrlo por muchos "potingues" que le hiciera tomar a María y bajo la tentadora cantidad de dos mil ducados si el resultado era positivo.

La influencia de Francisco de los Cobos serviría también para situar dignamente a todos los hermanos y hermanas de María de Mendoza. Pero la arrogancia del matrimonio no acabará en el hecho de acumular joyas, distinciones, obras de arte, propiedades, títulos y honores. Francisco de Los Cobos y María de Mendoza, emulando tal vez a los Reyes Fernando e Isabel, sueñan con su capilla funeraria, porque si la muerte bien es cierto que iguala a todos los hombres en la misma dimensión, el sueño de transcendencia les hace verse descansar en un lecho acorde con la categoría conseguida a pulso y con no pocos esfuerzos.

Ahí nace el Salvador. Algo más que una iglesia, un templo o una capilla, el Salvador es la tumba de un matrimonio embriagado por la grandeza –ninguno de los dos en su infancia habían conocido el derroche–.

Francisco de los Cobos necesita saberse recordado en el futuro. María de Mendoza necesita saberse esposa eterna de Francisco; sabe que él es su verdadera categoría. Ambos deciden construir una capilla funeraria donde permanecer unidos como amantes, si no en el amor más espiritual de la palabra, sí en el amor de haber nacido el uno para el otro y haberse encontrado por encima del destino.

Ese es el misterio que rebosa el Salvador. Esa es la sensualidad que derrama. Esa la majestuosidad que imprime. El carisma que doblega a cuantos lo visitan...

Murió D. Francisco el 10 de mayo de 1547 y murió en Úbeda. Vino aquí a finales de febrero para ver –decía–, si el aire de este pueblo le sanaba de sus calenturas. Pero esa fue la excusa. El sabía que a sus setenta años ningún vientecillo, por muy de su pueblo que sea, puede hacer milagros. El lo único que quería era morir en su ciudad natal, aquella ciudad de su pobreza íntima..., Úbeda era en estos momentos el único bálsamo que podía calmar su escozor de conciencia de hombre, su último refugio de paz; era, en una palabra, el lugar donde encontrarse con el niño de su infancia y sentirse de nuevo pobre, indefenso, mínimo y por lo tanto más cerca de ese Dios Emperador de Emperadores que tan machacona y catequísticamente plantaban en el cerebro de los hombres de la época.

Debió ser Dª. María físicamente agradable y aunque le hicieron diversos retratos pintores de fama, no se ha conservado ninguno. También es posible que Alonso Berrugete le hiciese un busto en mármol, así, al menos, lo testifica Hayward Keniston en su biografía de Cobos, como también deja caer la tesis de que Esteban Jamete idealizó su retrato en una de las figuras que decoran la Sacristía del Salvador. Lo que sí es cierto es que distintos poetas de la época cantaron su belleza y exaltaron sus virtudes.

María de Mendoza vivió su viudedad cuarenta años. Falleció el 11 de febrero de 1587. La muerte de su esposo, sin embargo, le supuso un cambio de vida y sin renunciar a su orgullo de ser quien había llegado a ser, se convirtió en una mujer más humilde, apartada, considerada, bondadosa y generosa.

María de Mendoza lo tuvo bien claro siempre: Ser enterrada en Úbeda junto a su esposo, a pesar de no tener demasiados vínculos con la ciudad y de ser contadas las visitas que realizó a ella, la primera en la primavera de 1525. Esta intención no deja lugar a dudas. Ya en su primer testamento, fechado el 28 de agosto de 1563, dejaba bien expreso que sus restos mortales fueran trasladados a Úbeda acompañados por 24 frailes dominicos y franciscanos con antorchas para ser enterrados junto a su esposo en la Capilla del Salvador.

Y aquí, en el Salvador, bajo la cúpula de un renacimiento venido a cambiar el pensamiento del hombre y las losas radiales que confluyen en un centro único e inevitable, duerme D. Francisco de Los Cobos el sueño de la inmortalidad y Dª. María de Mendoza, como es digno de toda buena dama, le acompaña como fiel esposa.

Ramón Molina Navarrete