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La epidemia de la peste de 1861 en Úbeda (y IV)

Luis Juan Gómez

en Gavellar. Año VI, nº 66. Mayo de 1979, p. 11

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Como indicamos en el artículo anterior, la mediación del obispo y del corregidor contribuyeron, en gran medida, a normalizar la situación. El Ayuntamiento ya cuenta con el préstamo de 6.000 ducados otorgado por la Corona y opta por devolver al clero los 15.000 reales requisados.

La salud pública parece que comenzó a mejorar durante el mes de agosto, según se desprende de una carta de esas fechas firmada por el obispo de Jaén y prosiguió en esa línea hasta octubre, en que se registran los últimos casos de contagio. ¿Cuánta gente pudo perecer durante la epidemia? Alguna crónica da la cifra de 2.000 muertos; pero, sin duda es exagerada. Es difícil precisar un número, aunque se puede decir que las víctimas de la epidemia anduvieron cerca del millar, lo cual supone una cantidad importante, teniendo en cuenta que la población ubetense oscilaría entre has quince y las dieciocho mil persones (de 1595 hay un censo que establece en 22.217 el número de vecinos de Úbeda).

Hay muchos y variados testimonios de gentes que se vieron afectadas de una u otra manera por la situación anormal creada por la enfermedad. Entre los múltiples ejemplos está la solicitud de María de Atençia, viuda del barbero y cirujano Francisco Martínez, que fue a curar al hospital de Santiago y en él falleció a consecuencia del contagio. La viuda declara hallarse enferma y en la más extrema pobreza, por lo que solicita una limosna y los alcances del salarlo de su marido, aún sin percibir. En los mismos términos se expresa Manuela Josefa viuda del cirujano Juan Antonio Rodríguez. Pocos de los que trabajaron en el hospital salvaron su vida. Tal es el caso del médico don Juan Dávila Carrasco que, tras superar favorablemente la pertinente cuarentena., solicitaba a las autoridades el permiso para reintegrarse a su vida normal (había permanecido en el hospital de Santiago desde el 14 de julio al 14 de agosto, con un sueldo diario de 20 reales). Alonso García escribía: «... a mí se me pidió un carro y una mula, y con ello me sustentaba y mi casa y mi familia..., para con él sacar la ropa de los que an tenido y padecen el contaxio de fa peste y llevarla a el quemadero, que carro y mula valían más de mil y duçientos reales y lo que e perdido de ganar con él este verano en acarrear paja monta más de trescientos reales y todo él mil y quinientos reales y hasta agora no se me an dado satisfacción de ello; soy hombre pobre y no tengo otro caudal y no es justo que lo pierda». Frey Salvador Alvarado escribe a los miembros de la Junta de Salud desde el hospital pidiéndoles que le concedan un lugar para cumplir la cuarentena pues obra en su poder una cédula del médico certificando su buen estado de salud. El licenciado Bartolomé Sánchez, presbítero-cura de la iglesia de San Pablo, solicita del alcalde su reintegración a la parroquia tras superar el contagio. Pero, sin duda, uno de los casos más singulares es el de Nicolás López que, en su escrito a las autoridades, dice lo siguiente: «... que io estoi preso en la cárcel real della mucho tiempo a por una causa criminal sobre la muerte de mi muger, por que estoi sentenciado definitivamente a muerte, de que tengo apelado y a llegado a mi noticia que el ospital en que se curan los enfermos del contagio de la peste desta ciudad está sin personas que les sirvan y asistan porque los que an entrado a ello an muerto y no a quien entre por miedo que de gran peligro tienen y io quiero irles a servir aunque muera en el exerçiçio. A Vs. suplico se sirva de conmutarme la sentencia en este servicio pues la necesidad del es tan urgente para lo qual y no para otro fin me aparto de la interpelación que tengo interpuesta y pido justicia».

El caso de Nicolás López, que nada tenía que perder al ofrecerse voluntariamente, debió generalizarse (pero esta vez forzosamente) con todos los presos por diversos delitos, como testimonia la súplica de Blas Fernández en nombre de su hijo, un joven manco preso, al parecer por un delito de menor importancia, para evitar su traslado al hospital a trabajar en calidad de enfermero.

Durante ese verano, Úbeda tan sólo mantiene abiertas dos puertas, una en la calle Valencia y otra en calle de Los Canos, para la entrada y salida diaria de labradores a realizar las faenas del campo. La incomodidad que ocasionaba a muchísimos vecinos efectuar la salida al campo por estas puertas es la causa de la petición de los diputados de las parroquias de San Juan Bautista y San Juan Apóstol: «... decimos que en el tiempo presente de la cosecha es de grandísima incomodidad que los labradores de dichas parroquias ayan de enzerrar sus granos y la paja por qualquiera de las puertas que la ciudad tiene...». Piden que se abra la puerta de Quesada, que los propios afectados se comprometen a guardar: «…para que por ella no entre sino es los labradores y ortelanos todos vecinos desta ciudad sin que en ninguna manera entre forastero con papeles legítimos o sin ellos». Las peticiones de este tipo son innumerables. Por último citaremos la de Andrés García y Pedro Cortés que, en nombre propio y en el de otros vecinos, solicitan se les permita volver a habitar sus casas de las que fueron desalojados, al ser tapiadas las calles Rodadera y Pescador con motivo de la epidemia.

En el mes de octubre remite el contagio y Úbeda vuelve paulatinamente a su actividad normal. Del 25 de este mes es el acta levantada por el escribano mayor del Cabildo de la declaración jurada del cirujano don Juan Antonio Heredia, en la que decía: «... que demás de quarenta días a esta parte no a entrado en dicho hospital enfermo alguno de dicho achaque porque aunque en cinco del corriente entró Lorenzo Lechuga, hijo de Benito Lechuga, del callejón de Chirinos, no fue del achaque...».

En este contexto hay que registrar aún otro incidente entre el clero y las autoridades, aunque de menor importancia que el de la confiscación de los 15.000 reales de las arcas del diezmo. El incidente consistió en la negativa del licenciado don José de Lara rector del colegio de la Compañía de Jesús, a intervenir como orador en los actos religiosos programados en acción de gracias por el cese de la epidemia. El corregidor se dirige al superior de los jesuitas, don Francisco Isidro de Alba, residente en Montilla, informándole del suceso y pidiéndole que tomase las medidas oportunas al respecto. El grave precedente del verano hizo que ambas partes se movieran con la mayor celeridad para dejar zanjada la cuestión; así, don Francisco Isidro de Alba ordena al rector Lara que acuda a ponerse a los pies del corregidor y sus capitulares y pida perdón por su comportamiento; también le ordena que, una vez reanudado el comercio de Úbeda con las demás ciudades y villas de Andalucía, se presente ante él para ser amonestado.

Nuestra ciudad superó la epidemia con estragos menores a los sufridos por otras localidades pero la crisis de la monarquía de los Austrias era su propia crisis. La tremenda presión fiscal que se cernió sobre las ciudades castellanas y andaluzas acabaron por anular las posibilidades de un desarrollo económico normal. A pesar de que el siglo siguiente supuso una cierta mejoría en las condiciones de vida de los ubetenses, las repercusiones de las crisis del siglo XVII tendrían una proyección sobre el siglo XVIII y la tónica general sería de estancamiento y decadencia. La etapa próspera de la Úbeda industriosa y comercial, contemporánea a Francisco de los Cobos y Andrés de Vandelvira, quedaba ya lejos.

LUIS JUAN GOMEZ