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Encuentro con D. Antonio Parra Cabrera: un artista, un poeta, un hombre

Ramón Molina Navarrete

en Ibiut. Año X, nº 54. Junio de 1991, pp. 14-15

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ENCUENTRO CON D. ANTONIO PARRA CABRERA: UN ARTISTA, UN POETA, UN HOMBRE

Quedamos en vernos el Sábado de Resurrección, el día más enigmático para el pensamiento cristiano; ese día en que no se sabe a ciencia cierta si Dios está vivo o está muerto, si el sol es el mismo de siempre, o si las horas son distancias abiertas a la nada.

Yo tenía la carne derrotada por tanta parafernalia de tronos, estandartes, trompetas y tambores, y el alma cansada de tan pocos silencios.

Quedamos en vernos. Yo tenía el ansia inflamada muy dentro, porque aunque le conocía, aunque en diversas ocasiones hemos hablado y nos hemos escrito, era la ocasión de dialogar parando los relojes, deteniendo el tiempo en la contemplación, la meditación y el verso.

Y llegó D. Antonio, con esa inquietud viva de querer robar los misterios a los sueños, con
esos ojos dispuestos a comprender analizando, con esa sonrisa muy herida por los arañazos de la macrociudad y el sonambulismo de las gen-tes pero limpia en su misma esencia, con esa educación elevada a la categoría de caballero, con esa delgadez sanjuanista que le aclama como poeta eterno.

Y llegó D. Antonio Parra, y, como aquello de Bécquer, comprendí por qué tanto le quieren y comprendí por qué tanto le admiro.

Nació D. Antonio Parra Cabrera en Orcera, un frío mes de enero de 1926, pero nació también en Úbeda, porque con apenas los años que se cuentan con los dedos de una mano, ya correteaba las calles de este pueblo tan amante de la historia. Y D. Antonio, aunque creció como ubetense, se formó como hombre universal. Se hizo abogado y ejerció en el Ayuntamiento de Úbeda, hasta que Madrid le abrió sus puertas a la lucha y al saber más horizontal a cambio de perder sosiego y dejar de escribir innumerables versos sencillos.

— Ha sido esta la primera Semana Santa que paso en Úbeda después de veintiséis años. He cumplido sesenta y cinco y he puesto condiciones para seguir en el trabajo. He de mirar la vida de otra forma menos esquemática. He roto un eslabón y aquí estoy, en Úbeda, que ahora tiene demasiados coches.

Su voz es convincente, sus labios giran poemas bordando un lenguaje que nada en la exquisitez; de vez en cuando lanza una anécdota —¡tiene tantas!—, una curiosidad, un sueño..., que arranca sonrisas y empapa el corazón de amistad irreversible.

Pero lo que D. Antonio Parra es, por encima de todo y pese a su "increencia", lo sé yo, como lo saben cuantos le conocen: un escritor, un filósofo, un romántico, un soñador, un poeta... Sus manos con alas lo expresan en cada gesto, su mirada lo esculpe elegantemente en las miradas, su saber escuchar lo graba en el aire de quien expresa su parecer...

Fue director de la Emisora de Radio "La Voz de Úbeda". Varias letras de nuestro "Cancionero" son suyas. La letra del Himno Oficial a Úbeda, también. Ha escrito innumerables artículos y cuentos y ensayos, y ha derramado con su sangre enamorada hermosísimos poemas que yo he buscado y he leído con pasión mucho antes de que nadie supiera que el verso era mi pan y mi aire y mi almohada e incluso mi "dios" para la eternidad.

D. Antonio es también investigador, pregonero, orador, mantenedor..., es toda una autoridad en nuestro mundo literario. Alma de la Revista Gavellar y consejero imprescindible en todas las organizaciones de Úbeda en Madrid...

Y Gavellar aparece entre nosotros, con su línea de aunar añoranzas y recuerdos, de enlazar países y destinos, de alentar fuegos de historias y presencias. Gavellar es y será el estandarte que ha sabido poner un trozo de Úbeda en las manos y un beso con color de olivo y espiga en el alma de los ubetenses de buena voluntad.

Y se nos viene también la Semana Santa a la boca como necesidad para la propia reflexión.

— He visto, después de tantos años, otra Semana Santa. Ésta es diferente de aquella que yo viví. Veo mucho de positivo, especialmente veo a una juventud participativa, ordenada, penitencial, seria..., pero encuentro también otra juventud perdida en el gamberrismo, que busca en los desfiles espectáculo, que no guarda el mínimo respeto, pero no porque estén en contra de lo religioso, es que su comportamiento ante el paso de las cofradías hubiera sido igual silo que por allí pasa es otro tipo cualquiera de desfile.

Y generalizamos el comportamiento y aunamos y diferenciamos entre pueblos y ciudades, y coincidimos en idiosincrasias, y analizamos virtudes y defectos...

— La capital es impresionante. Allí los inconvenientes son muchos. La soledad es la norma,
pero tiene una gran ventaja y es que se agiganta la unidad familiar.

Y habla de su esposa como quien habla de sí mismo, con sentimiento, con un cariño profundo, con adoración. Y habla de la amistad, de sus muchos amigos..., y no podemos dejar de recordar a D. Juan Pasquau..., él, desde la relación directa, íntima, presencial..., yo, desde la poquedad de quien veía un maestro demasiado en las alturas, desde la cercana distancia, sin que él llegara a saber nunca que yo le seguía, le leía, le amaba, como ese adolescente que se enamora platónica y locamente de una actriz en plena cima de la fama. Yo, por ejemplo aquel 20 de junio de 1969, en que se le concedía a D. Juan Pasquau el título de Hijo Predilecto de la Ciudad, en el Salón de Actos del Excmo. Ayuntamiento, por vergüenza, timidez y cortedad estuve acompañándolo sentado en la entonces Plaza de los Caídos, y desde allí vi entrar y salir, con esa envidia que hace llorar lágrimas transparentes, a todos cuantos tuvieron el honor de estar con él.

Sí estuve —mi timidez es ahora más vulnerable—, cuando nombraron a D. Antonio Parra, Hijo Adoptivo de Úbeda. Y con mi abrazo a él abracé a D. Juan y a cuantos han hecho que Úbeda sea menos pueblo y más ciudad, menos material y más artística, más universal y menos amurallada.

— Hay quienes se han sorprendido de que yo tenga amigos pertenecientes a diversos estamentos, ideologías y creencias, pero no hay de qué extrañarse, yo al hombre lo respeto en toda su dimensión, sólo pido de ellos que no sean hipócritas, que sean honrados, que sean hombres...

¿Podré ser yo, entonces, su amigo, o también tendré que quedarme en la Plaza de los "caídos" cuando usted recoja todo el Amor del Mundo en el Salón de Actos de la Historia?

Yo, de todos modos, me embriagaré de gozo, porque entre tanta escoria humana, encontré en usted un artista, un poeta y sobre todo, eso, un hombre.

Ramón Molina Navarrete