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En 1892, los padres de nuestros abuelos serían jóvenes que paseaban Real arriba Real abajo, buscándose con las miradas para iniciar noviazgos vigilados. En aquellas tardes de verano, el Ayuntamiento preparaba la puesta en marcha de una de las más grandes revoluciones que Úbeda ha conocido en toda su historia: la instalación de la electricidad. Porque desde enero, la Compañía Eléctrica de Facundo Álvarez Jimeno instalaba postes y tiraba cables, preparándolo todo para que la tarde del 28 de septiembre –cumplido el rito de los gigantes y cabezudos– se inaugurasen las primeras bombillas que lucieron en Úbeda. Aquellas bombillas legendarias –de luz temerosa y vacilante– no acabaron definitivamente con los viejos faroles de petróleo que se estrenaron allá por 1831, pues veinticuatro de ellos siguieron funcionando.
El experimento eléctrico tendría un breve paréntesis entre mayo de 1899 y febrero de 1900, meses en los que se volvió a las farolas de petróleo. Sin embargo, a partir de la Feria de ese mismo año la luz eléctrica se instala definitivamente en la ciudad: precisamente en 1900 se sumaron a las consabidas bombillas –de “diáfana luz”– doce focos en los lugares más concurridos por el público durante la Feria.
Pero volvamos a la primera iluminación eléctrica, aquella de 1982. ¡274 bombillas! Ese fue el número del primer alumbrado extraordinario de la Feria de San Miguel, lo que supone 149.726 bombillas menos –bombilla arriba, bombilla abajo– que las que se han instalado para esta feria de 2007. Y aunque ahora apenas prestamos atención a la iluminación artística –una bombilla es para nosotros la cosa más normal del mundo– tenemos que imaginarnos a aquellos ubetenses del 28 de septiembre de 1892 amontonados delante de cada bombilla, esperando que el reloj de la Plaza diese las seis de la tarde para ver el milagro de la luz inmaterial. Y tenemos que imaginárnoslos luego –a las seis y un minuto– extasiados delante de las bombillas encendidas, en corrillos sorprendidos, comentando el artilugio y descifrando sus misterios. Mientras, los más viejos –algunos habrían nacido en tiempos de la invasión de los franceses– considerarían, despreciativos, que esos inventos del diablo acabarían trastocando la paz del mundo.
Nunca ha habido una iluminación tan extraordinaria para la Feria como aquella de 1892. Han pasado desde entonces ciento diecisiete ferias: los que vieron encenderse aquellas bombillas sabiendo que jamás olvidarían ese momento, son ya polvo sobre los mapas de la nostalgia colectiva. Y sin embargo, hay una parte de la Feria de hoy –cuajada de relucientes bombillitas ultramodernas– que nos recuerda aquellos días de 1892. Porque Úbeda conserva la vieja costumbre de llevar la luz de feria desde la puerta del Ayuntamiento hasta el recinto ferial, recorriendo las viejas calles en que por vez primera los ubetenses oyeron hablar de Edison.
Manuel Madrid Delgado
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