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Pregón de feria

Manuel Madrid Delgado

en Diario Ideal. Ed. Jaén. 27 de septiembre de 2007

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Esta noche, en el antiguo Hospital de Santiago, tendrá lugar el Pregón de la Feria de Úbeda. Será un acto solemne y recogido, heredero de aquellos pregones que a voz en grito anunciaban por las plazas la llegada de la feria, cuando las cosechas dormían ya en los graneros y las noches elevaban una oración de tierra húmeda sobre la pólvora de los fuegos de artificio. Pregonará la feria un músico excepcional: Manuel Antonio Herrera Moya, maestro que ha marcado una época en la vida musical del conjunto de la provincia. Y él, que tantas veces y tan magistralmente ha compuesto marchas de piedad y recogimiento cofrade, será hoy el que llame a los ubetenses a la diversión en una soflama de pasodobles y zarzuelas. Que un pregón de feria es eso: un llamamiento al júbilo. Nada más y nada menos.

Hoy se dará la orden de la diversión. Y a partir de mañana la cumpliremos todos: cohetes y farolillos, luces y norias, serios y graciosos, solitarios y acompañados, los ricos con su mucho y los pobres con su poco, los jóvenes con sus esperanzas y los viejos con sus recuerdos Porque la feria –la de cualquier pueblo– es de todos y, sobre todo, es para todos. Así la pensaron ya en tiempos de Fernando III, cuando por San Miguel el común elegía a sus gobernantes y acompañaba la elección de mercados y juglares y canciones.

La Semana Santa y la Feria de San Miguel son las dos grandes expresiones colectivas del ser ubetense. En primavera, será protagonista el pueblo hecho cofradías; ahora es el Ayuntamiento el que organiza y convoca, el que ordena divertirse y despliega las excusas para la diversión. Y hace bien el Ayuntamiento en organizar la feria con todas sus potencias: que la gente –en estos tiempos que corren oscuros– necesita divertirse conjuntamente, en comunidad densa, en apretada comunión de ciudadanos. Porque la feria y sus derroches tienen la misión trascendente de recordarnos que no vivimos solos, que estamos con otros y que la diversión común es algo tan viejo como los genes que heredamos de los primeros seres que reconocemos como humanos.

Pero la feria, ¡ay!, tiene sus enemigos. Abundan ahora los snobs que reniegan de la feria y prefieren las diversiones particulares –de grupos, de barrios, de asociaciones– frente a la diversión comunal y grande de la feria. Mas aunque a algunos les pese, la feria y sus generosidades son una obligación para el Ayuntamiento. Y no porque sea la feria la más vieja de las costumbres ubetenses, ni por la riqueza que genera o por las familias que encuentran en ella una aportación importante a su sustento anual. La feria es una obligación porque permite la diversión, porque cumple con un derecho que nunca se ha escrito pero que es el más importante de todos: «los hombres y las mujeres, sin distinción de edad ni condición, tienen derecho a ser felices y a que los poderes públicos garanticen el cumplimiento de su alegría». La feria es –y no es poco– la forma en que colectivamente disfrutamos de ese derecho. Lo dirá mañana la sonrisa amplia de los niños al paso de los gigantes y de los cabezudos.

Manuel Madrid Delgado

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