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Vandelvira no sabía diseñar

Antonio Almagro García

en Semanario Ubeda Información. 23 de noviembre de 2007

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Sin considerar que también en otros edificios cometió grandes fallos de diseño, como no disponer un ascensor en sitio preferente y bien visible del palacio de las Cadenas, o la aún más inexcusable y doble ausencia de unos urinarios y de unos contenedores soterrados, ante la fachada de la Sacra Capilla del Salvador, para su uso –por ejemplo- en los grandes y triatléticos acontecimientos de incidencia mundial que vendrían a celebrase en la plaza; no me cabe la menor duda de que las más clamorosas faltas de diseño –y las hay- cometidas por Vandelvira se perpetraron en el hospital de Santiago, ya desde su concepto fundacional, al sólo pensar en la construcción de un hospital y no en un palacio de "eventos", de "congresos" y de mil funciones más, que hacen que lo mismo sirva para un roto en forma de certamen comercial que de un descosido para el que se traen a cientos de encajeras de todo el país. Pero gracias a Dios todo ha venido a solucionarse como resultado de la atenta labor de quienes por todos nosotros velan, y a demostrarlo vamos.








No obstante, antes de narrar algo de lo que recuerdo y puede verse, no quiero dejar pasar una palabra más sin hacer relación de lo que sin duda puede considerarse como un importante descubrimiento de la Historia del Arte: Vandelvira tampoco previó un ascensor para Santiago. Es decir, que podemos concluir que la ausencia de este elemento -que creo también falta en la Giralda y en la torre de Pisa- es una constante de su obra (un invariante castizo, como diría su biógrafo Chueca Goitia) y por lo tanto habrá que ir pensando en la puesta al día de la bibliografía especializada dando cuenta no sólo de tan trascendental descubrimiento sino también de la posibilidad de una nefasta influencia de los monumentos sevillano e italiano citados.








Si no recuerdo mal todo empezó corrigiendo el incomprensible diseño de una iglesia como iglesia y no como auditorio, con la egocéntrica manifestación de una planta única en la historia de la arquitectura que gracias a Dios pudo camuflarse con un magnífico escenario "muy ponible". La cosa siguió con la ausencia de un espacio amplio y digno para biblioteca por lo que hubo de acomodarse una sala ridículamente pequeña para el numero de usuarios que diariamente y, sobre todo, coyunturalmente la visitan. (No le da a usted vergüenza, don Andrés, de haber obligado a nuestras autoridades culturales a crear la bibliolatadesardinas! Pero no quedan ahí las cosas, se le olvidó hacer un bar y un espacio para las copas de vino español; se le olvidó habilitar un salón de baile; se le olvidó asfaltar la rampa de acceso para facilitar el transito de vehículos portadores de todo tipo de objetos, incluso artísticos; se le olvidó plantar un laurel para que todo lo tapara; se le olvidó crear una infraestructura estable para la colocación de unas lindas bombillitas que lo convirtieran en un arbolito de Navidad; se le olvidó crear oficinas en el zaguán; se le olvidaron los espacios para un Centro de Profesores que como las leyes de educación crece y crece; se le olvidó disponer unos soportes para los focos del auditorio, por lo que hay que sujetarlos a las rejas de los siglos XVI y XVII de las balconadas laterales, en otro tiempo espacios destinados a la capilla de música; se le olvidó resolver un almacén a cambio -dicen- de un hermoso e inútil patio lateral que, lógicamente, obliga a que su galería superior se ocupe de variopintos y visibles objetos y cachivaches que lo engalanan y adornan desde las alturas y también -por aquello del equilibrio- desde las bajuras del pavimento, las más de las veces cuajadito de cajas, cartones y papeles, que -digo yo- serán renacentistas.








Y una cosa más, visto lo visto, ¿no será (y podríamos estar ante una segunda modificación de la historiografía) que el cacareado acierto del arquitecto en la construcción de unas torres en los que los vanos aparecen cegados, como genial manifestación de la afuncionalidad de la arquitectura manierista, sea simplemente el olvido de hacer unos agujeros? Sin duda, acabo de dar una buena idea para cualquier programa electoral. ¡Que bien quedaría, en las fiestas del Renacimiento, Carlos V desplegando el pendón de la Ciudad con la ayuda de su secretario Cobos, disfrazado de concejal, desde las recién horadadas torres!

En fin, cada vez entiendo menos por qué en la bibliografía especializada y de forma generalizada siempre se dice que el hospital de Santiago supone una de las obras cumbres de Vandelvira y el nítido reflejo de su madurez artística.

Sin embargo, alguien puede pensar que todo no son fallos y que muy al contrario tuvo grandes éxitos de diseño como la perfecta acomodación de las dimensiones de las ventanas del cuerpo principal de nuestro querido centro cultural al tamaño de los carteles anunciadores de los muchos eventos que acontecen en nuestra ciudad (aunque algunos de ellos son simplemente cosas que pasan porque tienen que pasar), pero ni siquiera ahí hubo acierto, mis queridos lectores, porque como creo que es conocido las ventanas se agrandaron en el siglo XIX.

Desde luego, lo suyo no tiene perdón de Dios. Usted, don Andrés, mucha fama tendrá, pero de diseñar nada de nada.

Antonio Almagro García