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Durante cuatro años de hacen de payasos, tenores y jabalíes, que son las tres figuras del político según Ortega. Y se arrojan nacionalidades y lenguas, estatutos, banderas, terroristas y asesinados, etas y onceemes. Donde ayer decían digo hoy dicen –tan panchos– diego y lo que en la oposición critican, en el gobierno lo plasman en el BOE y viceversa. Desde que toman posesión de su escaño hasta que se disuelven las Cortes, se vacunan contra los problemas de los ciudadanos y se vuelven inmunes a lo que pasa en la calle: no van con ellos ni el pan que sube ni los sueldos que menguan, porque están muy aplicados en ponerse una indemnización por si no repiten en la biboca parlamentaria.
Pero un día, como por arte de birlibirloque, se ponen enfermos de ciudadanitis, igual que algunos sufrían mamitis en el campamento, cuando yo era niño. Esta enfermedad de los políticos suele coincidir con la campaña electoral, que es cuando mayormente van a los mercados a ver por cuánto salen los tomates, a los tajos a calarse un casco o a los colegios a hacerse fotos con las criaturas embrutecidas por el sistema educativo que ellos votaron. En cuanto agarran el virus de la ciudadanitis les salen las promesas como disparadas con una metralleta epiléptica. Uno le va a dar seiscientos –euros, no libros– a los zangalitrones del Bachillerato, para que les salga gratis el botellón, que va en un lote de mejora junto con condones gratis. Éste va a abrir no sé cuántas miles de guarderías y a plantar árboles como quien siembra habas. Aquél nos conecta gratis a Internet y regala pisos. Todos subirán las pensiones y bajarán los impuestos, faltaría más, sobre todo los impuestos de los ricos, que son los que más bajan. Lo único que les falta es explicarnos cómo van a cuadrar las cuentas cuando este maná llueva a espuertas si todos pechamos menos. Esa explicación se la saltan ahora, que luego, cuando no vengan los euros prometidos y las copas sigan siendo de garrafón, se matricularán los políticos en la asignatura que más les gusta, que es la de bajarse los calzones ante bancos y eléctricas. Y entonces saldrán con la cantinela de que si el ciclo, que si la contención salarial, que si la inflación… Volverán marciales a la ortodoxia económica –que es una dictadura invisible que padecemos los de la murga los currelantes– y olvidarán su simpatía electoral. La ciudadanitis es una enfermedad que se cura pronto: si alguien se cruza con un político besucón que no lo lleve a urgencias, que sanará sin tratamiento en cuanto se abran las urnas.
Tierno Galván dijo que las promesas electorales se hacen para no cumplirlas. Llevaba razón: son meras ocurrencias de los políticos para tener entretenido al personal. Porque el personal –o sea, nosotros– es esencialmente lelo. No lo digo yo, que nos lo advirtió hace unas semanas Manuel Alcántara: “No es que sospechen que los electores somos tontos: es que lo han comprobado en muchas ocasiones.” Palabra de Alcántara, amén.
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