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Apuntes sobre la Cofradía de Jesús Nazareno de Úbeda

Manuel Madrid Delgado

en Diario Ideal. 16 de marzo de 2008

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Orígenes y fundación oficial. La cofradía fue oficialmente fundada el 13 de marzo de 1577, aunque existen indicios consolidados de que sus orígenes son mucho más remotos. Desde los primeros años del siglo XV existía en la iglesia de Santo Domingo una capilla dedicada a Jesús Nazareno, por lo que no resulta descabellado pensar que ya por esas fechas existía cierta organización penitencial en torno a esta advocación. Estos hermanos del Nombre de Jesús debieron adquirir imagen propia de Jesús con la Cruz al hombro durante el primer tercio del siglo XVI.

En estas fechas la cofradía tendría cierta organización, pues aún cuando oficialmente es ratificada por el Obispado de Jaén como cofradía en 1577, se conservan actas anteriores a dicha fecha, lo que indica el grado de institucionalización de que ya debía gozar la hermandad. Igualmente hay que considerar que para poder firmar el convenio con los dominicos de San Andrés –punto de arranque oficial de la historia de la Cofradía– los hermanos del Nombre de Dios y los del Santísimo Sacramento, radicados en la parroquia de Santo Domingo, debían gozar de organización previa. En virtud de esos convenios, en los primeros meses de 1577 pasa a residir la cofradía en el Convento de San Andrés, de la Orden de Predicadores. La imagen de Jesús es trasladada hasta la capilla que los dominicos ceden en su convento, en la que los hermanos de Jesús serán enterrados durante siglos.

La imagen de Jesús. La imagen titular de la cofradía era la de un Cristo con la Cruz sobre el hombro. Imagen de candelero tallada muy posiblemente en la primera mitad del siglo XVI, inspiraba –según las crónicas antiguas– “hondo patetismo a cuantos la contemplaban”. Fue destruida en julio de 1936 y sustituida por una nueva imagen de Jesús, realizada en 1940 por el gran escultor Jacinto Higueras. El escultor de Santisteban del Puerto se inspiró para realizar esta imagen en la iconografía del Jesús Nazareno destruido en 1936, copiando incluso la posición de los brazos que luego, a comienzo de los años 50, serían modificados por Palma Burgos en una desafortunada intervención. Imagen de talla completa en la que destaca el bellísimo rostro de Jesús, uno de los más conseguidos –por sereno– de la provincia, en el que quedan reflejados toda la divinidad y toda la humanidad de Cristo. No hay estridencias barrocas en esta imagen de Jacinto Higueras, concebida según los más clásicos cánones de la imaginería andaluza.

La procesión de flagelantes. Volviendo a la historia de la cofradía, cabe destacar que durante muchos años verificó su procesión en la tarde del Jueves Santo, tras haber confesado y comulgado los hermanos. Las actas del siglo XVI resultan preciosas por su capacidad para evocar lo que estas procesiones del Jueves Santo debieron suponer: los hermanos confesaban y comulgaban por la mañana en la iglesia conventual, a primera hora de la tarde recogían al Hermano Mayor en su domicilio –se tuvo que llegar al extremo de prohibir que se jaleara a dicho Hermano Mayor: tal era la emoción de los cofrades–, entraban por una de las puertas laterales en el Convento de San Andrés y tras una procesión claustral, iniciaban la procesión por las calles de la ciudad.

La procesión salía de la iglesia de San Andrés encabezada por el Alférez de la cofradía, que portaba el Pendón de Jesús. ¡El Pendón de Jesús!: preciosa prenda de terciopelo morado, que lleva bordados en oro –entre orlas de dragones renacentistas– la efigie de Jesús con la Cruz sobre el hombro, por un lado, y el emblema de la Santísima Eucaristía por el otro. Conserva la cofradía un pendón de 1775 –en el que muy posiblemente se vertió el bordado de uno aún más antiguo– y procesiona una réplica exacta del mismo, realizada en los años 60. No es aventurado afirmar que el pendón de Jesús es idéntico al que ya procesionara por las calles de Úbeda en 1577.

Seguían al Alférez largas filas de penitentes, que se dividían en dos grupos: los “hermanos de luz”, que vestían túnicas moradas –sin ningún tipo de adorno– con sogas al cuello y portaban hachas de cera, y los “hermanos de sangre” que –ataviados con túnicas blancas para resaltar su penitencia– se azotaban con disciplinas mientras entonaban el salmo del Miserere. Y en el centro del guión las imágenes de Jesús Nazareno –seguido por un palio de respeto que se utilizó hasta comienzos del siglo XX–, la Virgen de los Dolores, San Juan y la Mujer Verónica.

La presencia de la Virgen de los Dolores –la cofradía adquirió una imagen nueva de la Virgen al poco de llegar a San Andrés, en 1578– y de San Juan en la cofradía está documentada desde el mismo siglo XVI. La Verónica, por su parte, debió incorporarse ya mediado el siglo XVII. Estas imágenes antiguas también fueron destruidas al inicio de la Guerra Civil. Tras el final de la contienda la cofradía adquirió una Virgen obra de Amadeo Ruiz Olmos, sustituida en 1958 por la magnífica talla de Francisco Palma Burgos, que fue devuelta a su esplendor tras la restauración realizada por Bartolomé Alvarado, autor, a su vez, de las imágenes de San Juan y la Verónica, que sustituyen a las que a mediados de los años 40 realizara el artista fallero Vicente Bellver.

1638: el año de la fusión. 1638 marca un punto de inflexión en la historia de la cofradía ubetense. En ese momento la cofradía del Dulce Nombre atravesaba graves problemas por falta de hermanos –duro debía ser soportar el azote–. Mientras, florecía en el convento de La Trinidad la cofradía de Jesús Nazareno y Santa Elena, fundada a finales del siglo XVI. Un sector de esta última cofradía tuvo problemas con los trinitarios y se produzco el acercamiento entre ambas hermandades, llegándose a un acuerdo de fusión en el mes de agosto. El acuerdo determinaba que en años alternos se procesionarían las imágenes del Dulce Nombre y el Jesús Caído de la cofradía de La Trinidad –finalmente se procesionó sólo el Dulce Jesús de San Andrés, por la gran devoción que despertaba en la ciudad– y que se procesionaría al amanecer del Viernes Santo, como hacía la cofradía de Santa Elena. La imagen del Jesús Caído de los Nazarenos de La Trinidad fue vendido poco después de la fusión de las hermandades. La cofradía de San Andrés, además de imponer sus estatutos y su imagen, impuso su sede e hizo que prevaleciesen sus atributos y símbolos: pendón, monograma de Jesús, trompetas. Desaparecieron los flagelantes –auténtica reminiscencia medieval de la cofradía del Dulce Nombre– y se hicieron habituales en la procesión los hermanos con cruces que aportó la cofradía de la Trinidad.

Esta fusión permitiría a la cofradía transitar por los siglos con una estabilidad desconocida por las demás cofradías ubetenses, mientras la imagen de Jesús Nazareno seguía concitando los más grandes fervores colectivos. Y así, junto a la Virgen de Guadalupe, fue llevada al Hospital de Santiago en devota procesión el 15 de octubre de 1680 para agradecer su intercesión milagrosa en el fin de la epidemia de peste. Muestra de la devoción con que ha contado a través de los siglos esta imagen de Jesús, es el sobrenombre que lleva: llamado de “las Aguas”, porque en tiempos de sequía concedió el privilegio de la lluvia.

Problemas decimonónicos. El siglo XIX marcaría un bache, una caída, en la historia de la cofradía de Jesús. En enero de 1836 cierra sus puertas el convento de San Andrés. Se desoye la petición de la cofradía de mantener abierta –a su costa– la iglesia conventual y las imágenes son trasladadas a la iglesia del monasterio de la Madre de Dios, de monjas dominicas, situado en el actual Ayuntamiento. Ahí permanecería la cofradía hasta la exclaustración de 1868, pasando entonces a Santa María de los Reales Alcázares. En la sacristía de la antigua colegiata tuvo lugar el 25 de marzo de 1881 una junta general de hermanos, vital para que la cofradía superara el decaimiento producido por el cambio de sedes y por la pérdida de gran parte de sus bienes. Los problemas que había acarreado a la cofradía el cierre de los conventos en los que residió desde 1577 están patentes en el acta de esta Junta, en la que se reconoce que los Estatutos fundacionales –posiblemente junto con muchos otros enseres y documentos– se habían extraviado a consecuencia de las mudanzas.

A partir de este momento se iniciaría un crecimiento imparable de la cofradía de Jesús, consolidándose como la más importante de las existentes en Úbeda durante el mandato de D. Fernando Martínez Herrera, entre 1907 y 1933, en el periodo conocido como “edad de oro” de la cofradía morada. Crecimiento que continuaría tras el fin de la guerra y que culminaría con los actos conmemorativos del IV Centenario de la Fundación de la cofradía, en 1977, momento en el que Jesús Nazareno capitalizó el inicio del impulso actual de la Semana Santa ubetense.

Tradición. Cuando el amanecer del Viernes Santo rompa la mañana en acordes violetas, mientras las lágrimas llenan de añoranzas los ojos de los ubetenses y Jesús aparece en el arco de La Consolada, se habrá producido –un año más: “lo que es eterno siempre vuelve”, que diría Unamuno– el reencuentro de Úbeda consigo misma. Esto, y no otra cosa, es la Tradición: y la cofradía de Jesús Nazareno de Úbeda es privilegiado relicario de la mejor tradición ubetense.












TEXTOS PARA RECUADROS


PRIVILEGIOS PONTIFICIOS. Durante la visita al convento ubetense que realiza en 1577 Fray Domingo Cavalli –General de los dominicos– concede a la cofradía todos los títulos y privilegios apostólicos que los Sumos Pontífices habían concedido a las cofradías del Nombre de Jesús desde el Concilio de Trento, incluyendo el de Archicofradía Pontificia. Así consta en los acuerdos que adopta la cofradía el 7 de enero de 1578.

Posteriormente, el 3 de julio de 1584, se reúne la Cofradía en pleno para facultad a diversos hermanos a que traten con el doctor Lope de Molina y el licenciado Diego Godoy –canónigos de la Colegiata de Santa María que se encontraban en Roma– todos los asuntos relativos a la confirmación por parte de Su Santidad de las ordenanzas de la Cofradía. Debieron confirmarse en el Vaticano dichas ordenanzas –y títulos y privilegios– pues hay constancia histórica de que estuvieron expuestas en la capilla de Jesús, en San Andrés, tablillas con las mercedes pontificias de que gozaba la Cofradía –según inventario de enero de 1629–.


PATRIMONIO ARTÍSTICO E HISTÓRICO. A lo largo de estos más de cuatrocientos treinta años de historia la cofradía ha adquirido un ingente patrimonio artístico y cultural. A sus imágenes hay que sumar viejos enseres de incalculable valor sentimental y de gran valor artístico: la campanilla de 1798 –su sonido, en la mañana del Viernes Santo, es un precioso tesoro del pueblo de Úbeda–, el pendón de 1775, la túnica procesional de Jesús de 1898, la túnica de capilla proveniente del Convento de San Andrés, el trono de Jesús –realizado por Palma Burgos en 1949– o el de la Virgen de los Dolores –espléndido paso de alpaca realizado por la casa Villareal, de Sevilla, en 1989– y un largo etcétera. También posee la cofradía una espléndida casa de finales del siglo XIX, sede oficial de la cofradía, y un considerable patrimonio musical: el “Miserere” de D. Victoriano –himno de las emociones ubetenses–, las marchas “Dolorosa” –de Gervasio Gámez– y “Santo Rostro” –del maestro Herrera Moya–, la música de la Novena y Fiesta, del siglo XIX, que actualmente no se interpreta, y sus ancestrales “lamentos”, lastimeros toques de trompeta que, en corros situados delante de los tronos, se interpretan durante la procesión del Viernes Santo. Otra de las más preciadas herencias de la cofradía es la Fiesta de Jesús: celebrada desde antes de 1577 el día del Dulce Nombre de Jesús, en la actualidad, y por privilegio papal, continúa celebrándose en el mes de enero, precedida de una tradicional novena en la que, como desde hace siglos, sigue cantándose el salmo del Miserere delante de Jesús Nazareno.

Todo lo anterior sería difícilmente comprensible si la cofradía no tuviese su ingente archivo histórico. El archivo de la cofradía de Jesús Nazareno de Úbeda es uno de los más importantes archivos cofradieros de toda España: contiene libros de actas y cuentas de los siglos XVI al XX, amén de infinidad de documentos más que permiten una reconstrucción completa de la historia de la cofradía a lo largo de estos cuatro siglos. El valor incalculable de este archivo y del conjunto del patrimonio de los hermanos de Jesús merecería mayor atención y el esfuerzo de crear un museo de Jesús Nazareno, concebido no sólo como reclamo turístico sino como muestra del legítimo orgullo que los 2.200 hermanos de Jesús deben tener de su historia.


JESÚS EN LA LITERATURA. La salida de Jesús Nazareno por la puerta de La Consolada de Santa María es el momento más cantado de la Semana Santa ubetense: de ningún otro instante de la vida colectiva de Úbeda se ha escrito tanto, ningún otro momento ha sumado tantas palabras. Posiblemente no puede ser de otra manera: la salida de Jesús resume muchos siglos de vivencias colectivas de los ubetenses. Juan Pasquau identificaba este instante mágico de la salida de Jesús como el medidor del ubetensismo: para ser “buen ubetense” hay que ver a Jesús bajo el arco de La Consolada, mientras suena el “Miserere” –compuesto en 1873 por D. Victoriano García “El Viejo”– y el recuerdo de todos los ubetenses muertos llena de lágrimas las memorias del corazón. Es, quizá, esta conexión entre vivos y muertos lo que convierte en algo imprescindible la salida de Jesús Nazareno al amanecer del Viernes Santo.