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Nosotros, los fracasados

Manuel Madrid Delgado

en Diario Ideal. 29 de mayo de 2008

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Hay que escribir un manifiesto de los fracasados, esa mayoría: nosotros, los que apenas podemos apuntalar sueños ni ilusiones, los que tenemos un trabajo que han conseguido que no nos guste, mal pagado y despreciado, los que no llegamos a fin de mes y hemos descubierto que siempre vale menos el bueno por conocer. Nosotros: los fracasados.

Un día creímos que el viento podía soplar en la dirección que señalan las veletas levantadas sobre los tejados de nuestra existencia: eso es la utopía. Y nosotros soñamos: creímos que era posible un mundo mejor en el que todos los niños tendrían pupitres y estrenarían libros y cuadernos en septiembre, un mundo de pan y de agua repartidos y en el que habría mantas para el invierno, un mundo que ajusticiaría a los generales que no dejan que las sobras de los saciados lleguen a su pueblo hambriento y barrido por los tornados. Eramos soñadores porque todo estaba intacto y porque nos emocionábamos con los discursos de Azaña y de Allende o con los poemas de Machado o ante las manos machacadas de Víctor Jara. Y porque escribíamos poemas y deseábamos poder mirar la vida desde un rascacielos de Nueva York, y queríamos ser poetas o escritores y ganarnos la vida con nuestras palabras. Pero al final hemos descubierto que los huracanes de la vida arrasan los sueños y las veletas y queda tan solo un amasijo de hierros retorcidos: la realidad. Porque los vientos soplan donde quieren las eléctricas y los bancos y los políticos que entregaron el reino de sus ideas por un caballo en los clubes hípicos de los barrios bien. Y en medio de los vientos y las ruinas de la vida quedamos nosotros, los fracasados.

Tuvimos ilusiones: era ayer mismo. Y estábamos convencidos de que el esfuerzo de nuestros padres –sus desvelos, su falta de vacaciones, sus ilusiones– para que fuésemos a la universidad serviría para algo. Porque nos dijeron que prospera el que se esfuerza, que en nuestro mundo se recompensa a los que ambicionan saber más y a los que se sacrifican: es mentira, que triunfan sólo los rastreros. Nos han atado en las orillas de la historia y vemos que sobre las hogueras de nuestra ilusión se elevan las pavesas de la esperanza agitadas por la brisa de la derrota, que ardieron nuestros sueños mientras pensábamos que era posible abrazar el mundo. Sólo somos un montón de cenizas, cada día más frías, cada vez más apagadas. Cenizas: nosotros, los fracasados.
Han pasado los años. Y hemos descubierto que las causas justas son ya causas perdidas y que no merece la pena luchar por nada porque nada puede cambiarse: los ruines, los imbéciles, los serviles, han ganado la partida. Tal vez nuestros hijos o nuestros nietos puedan dedicarse a la tarea de retirar escombros para hacer transitables las alamedas de la esperanza. A nosotros nos cabe solamente apretar los dientes, aguantar el vómito o las lágrimas y la rabia. A nosotros, los fracasados.