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ESTO ES BELÉN

Juan Pasquau Guerrero

en Revista Vbeda. Año 13, Núm. 122, 31 de diciembre de 1962

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Lo casero de la Navidad. Y, al mismo tiempo, lo ecuménico de la Navidad. Fiesta familiar y conmemoración universal. Es que la Navidad es Casa. Casa de la Historia. Techumbre providencialista de una Humanidad tantas veces a la intemperie, sin cobijo...

Pero este mundo nuestro, ¿tiene casa? A ratas se nos figura que hace, enteramente, vida de calle. Hay ideas transeúntes —ideas mil— que pululan por ahí, unas destocadas, otras con sombrero y paraguas. Quiero decir que, respetables o desaprensivas, enfáticas o juveniles, bien peinadas o desgreñadas, las ideas —o mejor diremos las actitudes mentales— de nuestro tiempo, caminan presurosas, se cruzan al paso, se saludan o se denostan. Pero, ¿dónde vive tanta «gente», dónde habita tanta idea? — se pregunta uno.

¡Ideas! Menuda cosa. Hace tiempo, en algunos pueblos andaluces, a los «atravesadas» se les llamaba «hombres de ideas». Como si las demás —las ortodoxas— no contasen. No es que no contasen. Es que se pasaban la vida metidas en casa; dentro, por así decirlo, de su esquema, sin proyectarse al exterior. Como no salían afuera no se les veía. Como no hacían ruido, casi no se las valoraba intelectualmente. Ahora, cada idea tiene su vehículo. Sus desplazamientos son incalculables. La prensa, el cine, la radio, la televisión, son buenos servicios de transporte para el pensamiento. No hay ideas que se pasen el tiempo metidas en su domicilio o... asomadas a la ventana. No hay ideas de profesión su casa...

Bien: está muy bien este movimiento, este dinamismo, esta competencia, este jaleo. También nuestras ideas, ortodoxas y cargadas de noble voltaje, al hacerse callejeras caminan con paso airoso, elegante, en actitud esbelta y graciosamente ataviadas. Así, compiten con las otras. Así triunfan. Es un error creer que las ideas ortodoxas se habían hecho viejas. No lo fueron nunca. Era, sencillamente, que no se... arreglaban. Dejaban el campo libre, por orgullo o por erróneo pudor, a las ideas «suripantas». Eso era todo.

Sin embargo, la prestancia de una idea —o, mejor, de un ideal— depende de que tenga o no «solar conocido», o al menos de que se la pueda visitar en casa. El existencialismo, por ejemplo, que es la filosofía de los que no tienen filosofía, es el caracol ideológico (con su caparazón escrecente a cuestas), que es el vivaqueo —intemperie, descampado— de unos hombres que practican la política del naufragio; el existencialismo, digo, no pasa de simple exhibicionismo. El existencialismo enseña angustias, como la prostituta muestra, en la derrota de su cuerpo, el malogro de sus encantos. Su desesperanza es que no puede volver; que, desvinculado y errante, renuncia a encuadrarse en una disciplina. Que no dispone de... domicilio.

(—¿Dónde vive usted?

—En los suburbios de Heidegger, de Kierkegaad, tengo una chabola...

—Heidegger, Kierkegaad... son tierra que ha vuelto a la tierra.

—Pues por eso.

—¿Cuáles son sus creencias?

—No tengo creencias. Creer es afincarse. Yo soy el nómada radical...)

__________


Pues, precisamente, otra ventaja del Cristianismo es la de su amplio, enorme, sólido, maravilloso domicilio. Se explica que en otros tiempos hubiese cristianos que renunciasen a la vida de relación, que no saliesen de Casa. El trazado teológico del Cristianismo se fundamenta en cimientos invencibles. ¿Y su mobiliario ético? ¿Y su seguridad vital? ¿Y su «orientación» abierta a los vientos de la Gracia, al sol de la Caridad? ¿Y su sistema de garantías sacramentales no derrocado —como las asendereadas garantías constitucionales— por ningún posible decreto o estado de excepción? ¡Ah! Por muchos que sean los contactos callejeros del cristiano, contando aún con sus disipaciones, con sus pecados, con sus desvíos, él sabe que tiene una Casa donde recogerse, una tabla de valores donde agarrarse ante cualquier fracaso, ante cualquier naufragio. Es su riqueza. Lidiará el cristiano su batalla temporal entre los hombres, padecerá o triunfará, andará o desandará, se agitará en deseos, gemirá o reirá; es la herencia común del linaje de Adán. Pero, en cualquier caso, dispone de un ideario de solar conocido. Y su alma se afinca en bienes raíces, inconmovibles. Como que es beneficiario de la otra herencia: la de Cristo.

Hay ideas transeúntes —ideas mil— que pululan inquietas, unas destocadas, otras con sombrero y paraguas; ideas que caminan presurosas, que se cruzan, que se saludan o se denotan al paso. Pero, ¿dónde vive tanta «gente», dónde habita tanta idea? Estas muchedumbres, ¿tienen casa? Dominando la Ciudad, la Navidad guiña su semáforo de eternidades a la triste Historia. Belén brinda creencias a tanta idea dispersa, ofrece domicilio a la multitud errante...

(—Esto es Belén. Monumento ideológico. Arquitectura espiritual de cerca de dos mil años de historia.

—Por aquí se regresa a Dios.

—¿Seguimos o... paramos?

—Nos quedamos, afincados aquí. Afincarse es creer.

—¿Para qué sirve creer?

—Para saber.

—¿Y saber?

—Para querer...)