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EL MAESTRO OTOÑO

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Jaén. 9 diciembre 1972

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El otoño no es popular. Quizás es que va faltando paladar para el otoño. Consideramos cuanto enseña. Bien; pero entraron en crisis todos los magisterios.

Lección de las hojas caídas. Pierden su clorofila, que es perder la juventud, y cambian el color. Se tornan amarillentas o rojizas. Inundan los parques de nostalgia. (La gente habla de tragedia, de injusticia y de dolor. De dolor sobre todo. Pero la gente se va olvidando lo que son la tristeza y la melancolía. La melancolía sobre todo). Claro es;á; las hojas caídas predican lo efímero de las cosas y anuncia nuestra propia precariedad. ¿Quién quiere oir la sonata, esta sonata? Hace cuarenta o cincuenta años, Maragall, al sentirse ya otoño, escribía: «Hora es de ir adelgazando las paredes». Las paredes son las «seguridades» que defienden nuestro egoísmo. Pero tales seguridades son pretendidas y no reales. Antes o luego fracasa la protección que nos engaña haciéndonos creer que esto —nuestra vida con sus costumbres, con sus usos y con sus abusos— va a durar siempre. Entonces Maragall pensaba que hay que irse acostumbrando y que urge «adelgazar las paredes» es decir abrir vanos en nuestros muros: huecos que nos traigan la conciencia de nuestra inseguridad. Precisamente de nuestra inseguridad. Así el «golpe», pensaba él, será menos duro. Formamos cuerpo con las cosas que nos rodean; de tal forma que nuestra adhesión al mundo es total. Pero no puede ser eso. Y, así, siempre hubo ascetas que predicaron el despegue. Ya no hay ascetas sino «acomodadores». Ya no hay quien nos diga: «Entrénate en perder». Ya nada más se invita a ganar y, para lograrlo, se nos dice: adáptate, acomódate.

Pero el otoño sigue diciendo la verdad cuando se quitan los pulpitos. Y qué le vamos a hacer. Lo que, sin vocerío (pero pertinaz) predica el otoño no tiene vuelta de hoja; la vida quita lo que antes da, ¿No es, pues, sabiduría despegarnos paulatinamente de las cosas que, de otra forma, se nos van a arrebatar totalmente un día? Pero el otoño que nos insinúa la melancolía, nos enseña, al par, el consuelo. Sigue el árbol aunque caigan las hojas. También el hombre es algo anterior y posterior a las cosas que la vida le da. Llega la madurez, luego la vejez, por último la muerte. ¿Nos acabamos? La gente no quiere pensarlo. No queremos saberlo. Sería saludable entender que somos algo distinto de lo que disfrutamos y padecemos: que somos, cada uno, un ser. Un ser y no una batería de facultades que nos pierden cuando las perdemos. ¡Tenemos ingenio o genio! Cuando en la cincuentena o en la sesentena genio o ingenio amarillean, ¿qué va a suceder? Puede que el otoño nos invite a convencernos de que el espíritu es previo al ingenio y que la viveza no es la esencia de la vida. Y que la vida, en fin, apoyada en condicionamientos cuyos parámetros son imprevisibles, es ella de por sí una fuerza aunque le falten las fuerzas.

Maestro Otoño profundiza, sugiere hondas meditaciones, promulga nostalgias, matiza sentimientos, depura sensaciones. Y al par que quita músculo a la acción y a la pasión, ahila ideas, atina con el auténtico perfil del pensamiento. Maestro Otoño desengaña. Maestro Otoño no puede ser popular porque nos gusta el engaño. Aguan sus lluvias nuestras fiestas o, más bien, nuestras mascaradas. Pero ¿acaso maestro Otoño nos quita la esperanza? Esperanza más allá del tiempo, para después de nuestra melancolía, para cuando nuestras hojas caigan, para cuando lo que tenemos ya no nos posea ni lo poseamos. Esperanza para nuestro árbol desnudo, para el hombre que sueña otra orilla. ¡Otra vida! Es preciso seguir creyendo en ella, aunque ahora vaya disminuyendo el número de creyentes que la exigen. «Y si no somos inmortales, ¿qué somos?», se preguntaba Unamuno en sus agonías. Mil «cristianos» hay por ahí que escamotean lo de la otra orilla. Y que sí pudieran dejarían de creer en la muerte.

No. No va a ser popular ni periodístico este artículo que tímidamente recuerda ascetismos, despegues, entrenamiento en la pérdida de cada día para la ganancia. No va a gustar este artículo a los predicadores que se hicieron acomodadores. Lo siento, Maestro Otoño.